¡Corre, corre!. ¡Más deprisa!, ¿no ves que te están alcanzando?. Si no te apresuras vas a conseguir que te echen el lazo, has de huir, escapar, esconderte. No mires atrás, ellos no lo harían. Sigue esquivándolos mientras seas capaz, no te detengas ahora, ¡sigue, venga, adelante!, sin remordimientos. Vete tan lejos como puedas, al otro lado de la realidad si es posible, a ese lugar en el que te sientas a salvo. No te pares ahora, lo estás logrando, ya queda poco, solo unos pasos más, ahí delante está tu destino. ¿Lo ves?, casi puedes tocarlo, está tan cerca.
No lo has conseguido. Has estado a punto. Más próximo de lo que crees, pero no lo has logrado. Tienes que intentarlo con más ahínco, no puede ser tan difícil, hay cientos, miles que ya lo han alcanzado. El esfuerzo tiene que tener su recompensa, piensa en el momento siguiente, en el día después, en el mañana, eso te ha de reconfortar, empujar a conseguir el objetivo.
Ellos son así, no cejan en su empeño de perseguirte, de aplastarte, de hundirte en lo más hondo de tu dolor, allá donde no quisieras volver, allí donde vives una existencia vacía. No van a cambiar, son extremadamente fuertes, son demasiados. Tienen la energía de la que tú careces, la fortaleza que te han arrebatado, la solidez que les proporciona su posición privilegiada.
Aún así debes ser fuerte, has de luchar por seguir, por acometer el resto de tu vida como si nada hubiera pasado, como lo hacen los seres completos, los que no están amputados como lo estás tú. Al fin y al cabo los recuerdos no pueden ser indestructibles, ¿o sí?.