Como estaba empezando a amariconarme más de la cuenta con tanta italianada, aquí va mi momento favorito del “Tristán e Isolda” (1865) de Wagner. Son los últimos cinco minutos del primer acto. No quiero liarme mucho con la importancia de esta ópera, pero es sin duda el título más revolucionario en toda la historia del género. “Tristán” es a la ópera lo que “Ciudadano Kane” al cine (y que Penetreitor me corrija si me columpio aquí maldestilando lecturas que no recuerdo dónde ni cuándo cayeron) porque inaugura el cromatismo en la música, amén de muchas cosas más. La primera escuela de Viena (Mahler y sus amigos) la tenían como su libro de estilo (de hecho, al principio de este track escucharéis cosas que pueden recordaros al adaggieto de la Quinta de Mahler). Tristán es, además, la única ópera contra los que los detractores de Wagner son incapaces de cargar. Es intachable, no tanto en lo musical (que también) sino en lo filosófico. Su mensaje es que las pasiones humanas pueden destruir a cualquier persona que las viva, pero aún así merece la pena vivirlas, porque una vida sin ellas es estéril. Esto suena precioso, pero tengo que advertir que si a alguno le da por zambullirse en Wagner esta es la última de sus óperas con la que se debe poner. No es una ópera fácil en absoluto, y puede bastar para traumatizar a cualquier oído inexperto. Es mejor empezar por Tannhäuser o Lohengrin.
Tristán, héroe de Cornualles, es enviado por su tío, el anciano rey Marke, para matar a un enemigo, y ya que se pone, secuestrar a su esposa, Isolda, y entregársela a él. El primer acto se desarrolla en el barco de regreso a Cornualles donde Isolda va prisionera de Tristán. Isolda recuerda cómo ella le curó sus heridas cuando aún no sabía quién era ni lo que pretendía. Así que anda algo mosqueada, pero no por esto que acabáis de leer. En su primer parlamento, al principio del acto, ella relata esta colección de desgracias, y mientras lo narra la orquesta dibuja insistentemente de fondo el “motivo del deseo” (y todo esto décadas antes de que Freud publicara sus teorías sobre el psicoanálisis). Así funcionan los motivos wagnerianos: la orquesta hace el mismo papel que el coro griego, aportando información que no sale por la boca de los personajes, buceando en su psique.
Isolda lleva en su equipaje un arcón repleto de filtros mágicos, y planea engañar a Tristán para que beban juntos un veneno antes de llegar a puerto. Finalmente lo consigue usando artimañas de mujer, pero su criada le ha dado gato por liebre y le ha cambiado el veneno por un filtro de amor. El track comienza justo en el momento en que ambos beben el filtro. Lo primero que escucharéis es este “motivo del deseo”, de importancia proverbial en la historia de la música.
Wagner construye su discurso orquestal mediante estos motivos, que son pequeñas melodías que se asocian con personajes, objetos, situaciones o sentimientos importantes en el desarrollo de la trama. Son pequeñas células capaces de ir mutando para adaptarse al contexto musical. A veces son más reconocibles y a veces aparecen tan trasmutados que sólo pueden ser asimilados subliminalmente.
El motivo del deseo, desde ya os lo digo, es feo. Son tres notas que culminan en un acorde disonante, que a su vez da pie a tres notas más, ascendentes y extrañas, que dan la sensación como si plantearan una duda, como un desasosiego. He ahí la semilla de todo el cromatismo en la historia de la música (penetreitor mediante). Se cuenta que Wagner no fue consciente de lo revolucionario de esta pequeña célula hasta que se puso a ensayar con los músicos, y estos, confundidos, le preguntaron si no habría alguna errata en la partitura. La pareja bebe la poción, trémolo de violines, nuevos cromatismos inquietantes mientras esperan a la muerte. El motivo del deseo reaparece y se repite como un eco dos veces más... hasta que el filtro hace su efecto y estalla el “motivo del amor”. La música se hace carnosa, sensual y aterciopelada. Los ahora enamorados se miran y se reconocen sin dudar: “¡Desleal amado!”, “¡Mujer celestial!, etc”. Aquí acaba la música bonita, porque los cuatro minutos que restan hasta el final del acto es una sucesión de delirios.
En la cubierta se oye a los marineros celebrando que por fin divisan la costa. Entra Bragäne, la sirvienta de Isolda, que ve la copa vacía rodando sobre el suelo y se percata de la que ha liado: “¡Inevitable sufrimiento eterno en vez de breve muerte!, etc”. La pareja se enzarza en un histriónico, histérico y ebrio dúo de amor. “¡Floración creciente de anhelante amor!¡Celestial ardor de amorosa languidez!, etc”. Entra Kurnewal, compañero de Tristán, para anunciar alegre que por fin han llegado a su destino, pero Tristán no entiende, no recuerda. Todo es caos y confusión. “¡Tristan, ved cómo Marke navega feliz al encuentro de su nueva amada!” “¿Quién viene?”, “¡El rey!”, “¿Qué rey?”.
Los dos enamorados se miran aterrados adivinando su desgraciado destino. Los marineros continúan celebrando la llegada de Marke. Tristán cierra el acto maldiciendo su felicidad: “¡Oh, pérfidas delicias! ¡Dicha creada por el engaño!”. Una apoteósica fanfarria saluda al monarca cuando este pisa la cubierta del barco. Cae el telón.
'Tristan! Isolde! Treuloser Holder!' - Wagner - 'Tristan e Isolda'
Versiones de Tristán e Isolda hay muchas, y la que aquí os dejo es la mejor de todas (algo discutible, puede que para muchos sólo sea la segunda mejor). Wolfgang Windgassen como Tristán, Birgit Nilsson como Isolda y Karl Böhm dirigiendo. Festival de Bayreuth de 1966. Vale, ya sé que esto os deja indiferentes, pero que sepáis que ésta es La Versión.
