GRANDIOSO.Ruttiger escribió: ↑06 Dic 2021 11:51 Una luminosa mañana de diciembre en uno de los barrios más bonitos de Barcelona. Sus plazas a medio hacer, su mercado en obras, su deje apocalíptico de postguerra mal entendida, su delincuencia y sus tiendas de queso. Tres señores de más belleza que edad y ya es decir, se reconocen los pliegues y las felicidades entre una congregación de muertos en vida que les envidian la emoción. Ojos soñadores, narices cleopátridas, células eucariotas, rebose lipídico, tensión sepsual que sin duda acabará por resolverse, y un objetivo común: Comprar polvorones.
La tienda, de barrio, tiene la solera y el buen tino de las cosas bien hechas con amor. Salazones majestuosos, precocinados con mimo, encurtidos fabulosos y cocretas como-Dios-manda rodean un pasillo central en el que los productos navideños ya han hecho su aparición milagrosa. La dependienta, risueña como ninguna, amable como pocas, nos obsequia unos buñuelos en los que me quedaría a vivir para siempre como inquilino dependiente. En el centro del local brilla como el maletero de una película de Tarantino, aquel Maggufin que a modo de destino afortunado los ha concitado allí. Envueltos en un papel blanco tan discreto como elegante, reposan aquellos ínclitos pastelitos de harina, azúcar, almendra y manteca de cerdo, de nombre regio y promesa exquisita. Felipe II. Los mejores mantecaos del mundo. A la compra, obligada, se le suman varios tipos de aceitunas de aspecto glorioso y precisión gaussiana.
Empujados por la potencia del chorro de sus salivares, los tres amigos, pues aunque breve, de su complicidad sólo puede construirse amistad, se ven empujados a las fauces humeantes de un bar con pin dorado en el que, tras la obligada cata, se premiarán como se merecen los espíritus con un desayuno, si se me permite el oxímoron, tan pantagruélico como frugal,
La cata es litúrgica, comedida, con un cuidado que no se tendría en otras circunstancias en las que sin duda, los comensales se abalanzarían como caballo a su yegua. El dulce es extraído de su envoltorio con el mimo con el que se trata a los tesoros infantiles. El maestro de ceremonias sugiere que él, los polvorones, los aplasta bajo la presión de su puño antes de abrirlos pero aquel acto de desvirgamiento es especial y el producto merece el trato delicado y quirúrgico que está a punto de dársele. El crepitar del envoltorio al abrirse recuerda a pasados mejores, a infancias felices, a festejos alegres, a niños sonrientes, a amistad, a juego y a ilusión. Bajo el envoltorio una etiqueta con el número de serie recuerda que estamos ante algo muy especial y que no debe de ser tratado a la ligera. Bajo las coordenadas reza un lema, casi un ripio, que promete tanto como augura: EL mantecado más premiado del mundo. Uno no puede evitar pensar si existirá tal cosa como los Mantecado's Awards y el por qué no se retransmite por la tele en lugar de otras banalidades como los Oscars o la Champions Leage. Pero lo que más dudas suscita es, a tenor de que se llevan años llamando polvorones a estos Felipe II que se anuncian como mantecados, si existe alguna diferencia entre ambos productos. Internet no es claro en su dilucidación. Si no lleva almendra es mantecao, el polvorón lleva almendra sí o sí, Pero en caso de llevar almendra no hay nada, a priori, que nos haga distinguir una y otra cosa por lo que la duda queda en el aire a la espera de que alguien, quién sabe si Yongaso, nos arroje un poco más de luz,
El producto se halla, al fin, fuera de su envoltorio. Ha llegado la hora de la verdad, si se me permite el convencionalismo trillado. A primer golpe de vista, no revierte grandes diferencias a cualquier otro de su especie. El color es el adecuado, la consistencia promete desierto y un ligero tostado en la parte superior aporta elegancia que, por otro lado, ya se ha visto en otros productos similares. Sin ser un experto, el catador es capaz de razonar que se trata de un producto bien elaborado sin resultar, a priori, renovador. El olfato se siente escaso de aroma, alguna reminiscencia almendrada lejana justifica la esencia pero hay una ligera decepción ante un producto con tanta expectativa. El tacto es el adecuado, delicado sin amenazarse quebradizo, de una consistencia suficiente como para sostener encima un par de torreznos sin quebrarse, experimento que no fue realizado por respeto a uno y otro manjar que no parecen gustarse mucho de ser combinados. Pero hay que juzgar las cosas por su importancia y en este caso lo que está en juego es el sabor. La entrada en boca es rutinaria, arena dulce y quebradiza, un sabor almendrado bastante potente, no demasiado empalagoso, y un equilibrio más que razonable en su carácter más formal. Aunque, de inmediato, una reminiscencia a humedad, sorprendente en este tipo de productos, viene a asomarse y a disimular remotamente la aridez de la harina. La manteca está muy bien trabajada y aporta un recuerdo (lejanísimo) de untuosidad que acaba por equilibrar el conjunto elevándolo un par de peldaños por encima de la media. De repente, los sentidos se agudizan, el azúcar acelera las terminaciones nerviosas, las pupilas se dilatan, las dendritas se estimulan y un recuerdo de golosidad acentúa el gochonismo hasta niveles casi gozosos. Sin duda se trata del mejor polvorón que el humilde catador haya probado jamás. Sin duda, sigue siendo un polvorón por lo que es incapaz de alcanzar toda la expectativa y la leyenda que durante meses ha ido gestándose alrededor. Sin dejar de ser un buen intento y alcanzando notas inusitadas para tan aburrida categoría gastronómica la conclusión final es la inevitable: sobrevalorado.
La experiencia es precedida y aliñada porque lo requiere, por una compañía brillante y luminosa, con sueños y promesas de amor eterno y con un desayuno ligero y necesario a base de productos de tan majestuosa índole como tortilla de chorizo picante, huevos fritos con panceta y, en un alarde de grandeza y de respeto a nuestro querido patrón, el santo gordo, pies de cerdo.
El sol cae sobre Barcelona y la felicidad ha vuelto a triunfar.
Veredicto (sobre 10):
De los polvorones;
- Como polvorones un 8 y medio.
- Como dulce un 5 y medio.
- Como medio de transporte aéreo un 2 y medio.
Del desayuno:
- Como sabor: Un 10.
- Como gochonismo: Un 10 y medio.
- Como prueba de amor: Otro 10 y medio.
De la compañía (que sé que el melosismo os pone cachondos):
- Como Dolores un 9. Le resto puntos por no venir con camisa Hawaiana, si no sería un 10.
- Como Pochola otro 9. Le resto puntos por pedirse un agua, si no sería un 10.
- Como conjunto: Un maldito 10.
Y sí, hay que aplastarlos antes de abrirlos. No aplastarlos es de parguelas.
Quiero ser vuestro amigo.