Rojo
Rojo
Me di cuenta de que ya no me importaba al poco tiempo de empezar a conducir. Cuando llevas cientos de semáforos de espera a tus espaldas has tenido mucho tiempo para observar a las personas cruzando los pasos de peatones. Los hay de todos los colores y velocidades, desde jadeantes hombres de negocio trajeados con angustia hasta visionarios que si no aprietas el claxon tendrías que atropellar para hacerles salir de su ensueño. Lo que me hizo reflexionar fue el darme cuenta de las personas que no estrellaban su mirada en esa muralla de escudos de batalla, que son los feroces faros de los coches modernos y sus morros agresivos, sino los que miran a los que se encuentran en su interior y gobiernan la máquina. En realidad, fue la diferencia entre unos y otros. Solamente los que saben conducir o la gente con un miedo atroz cuyo origen no podrán descubrir jamás, son los atraviesan el cristal y clavan su mirada en los conductores. Los niños los ven al cruzar, para ellos no entramos en su campo de acción, no somos parte de su mundo, sino fantasmas que nunca llegaremos a poder ser vistos ni oídos. No somos importantes, no estamos ahí y nuestra presencia no importa nada. La infancia son los coches de juguete, vacíos de gente, y sus colores brillantes.
Yo, antes, cuando él pasaba a mi lado no podía evitar guardar silencio durante unos instantes. Sentía que su campo gravitatorio de una u otra forma, modificaba la órbita de mis pensamientos, mis mareas subían y los días pasaban deprisa en unos segundos, grabados por una cámara de crepúsculos acelerados. Fuera en la cafetería, en los pasillos que comunicaban nuestros despachos, a la entrada del edificio, yo guardaba silencio, hacia fuera o hacia dentro. Evidentemente, a veces, otros lo notaban y yo eludía las preguntas lanzando las palabras tensadas en mi interior durante esos instantes contra mi acompañante, sin darle tiempo a reaccionar y siguiendo con el tema anterior o uno nuevo para obnubilar su mente.
Así pasaron unos meses, en los que hablaba con él de trivialidades laborales o de las vicisitudes habituales de los compañeros de trabajo, que todos podemos poner en práctica cuando en realidad estamos callados. Inconscientemente fue reuniendo varios factores que le provocaban inquietud, supongo que el más notable eran mis silencios hacia fuera, los que se escuchan con las orejas y a la luz del día y no con el cerebro entre sueños. Quizá ese fue el resorte que le hizo ser consciente de su efecto en mí, las conversaciones con terceros interrumpidas siempre en su presencia.
Los meses pasaron y sin más razón que la deshidratación del deseo, la sensación fue haciéndose cada vez más débil hasta desaparecer. Nada trágico, nada por lo que llorar. La lógica natural se impuso, y es que las emociones mueren desnutridas lentamente, se hacen cada vez más transparentes y finas igual que la piel de un preso de guerra siempre alimentado con patatas.
Él no sabía conducir, era más joven que yo y por la razón que fuera: tiempo, dinero, interés, necesidad... no había necesitado o querido ponerse al volante. No sabía nada pasos de peatones ni de coches de colores brillantes, pero pudo entender que ya había dejado de importarme. Cuando pasaba a su lado mi silencio no lo miraba a través del cristal, fijamente, sino que se escondía y perdía fuerzas e interés. Fue entonces, cuando me escuchó detalles y tonos que no había conocido antes, cuando descubrió mi humor seco y corto, el placer que siento al cocinar las mañanas de los sábados, al beber un buen whisky o el del vaivén de un velero bajo mis pies. Rejuvenecí día tras día, volví a ser de nuevo una niña que cruzaba las calles corriendo y sin mirar a los lados. Él callaba y miraba el semáforo en rojo.
Yo, antes, cuando él pasaba a mi lado no podía evitar guardar silencio durante unos instantes. Sentía que su campo gravitatorio de una u otra forma, modificaba la órbita de mis pensamientos, mis mareas subían y los días pasaban deprisa en unos segundos, grabados por una cámara de crepúsculos acelerados. Fuera en la cafetería, en los pasillos que comunicaban nuestros despachos, a la entrada del edificio, yo guardaba silencio, hacia fuera o hacia dentro. Evidentemente, a veces, otros lo notaban y yo eludía las preguntas lanzando las palabras tensadas en mi interior durante esos instantes contra mi acompañante, sin darle tiempo a reaccionar y siguiendo con el tema anterior o uno nuevo para obnubilar su mente.
Así pasaron unos meses, en los que hablaba con él de trivialidades laborales o de las vicisitudes habituales de los compañeros de trabajo, que todos podemos poner en práctica cuando en realidad estamos callados. Inconscientemente fue reuniendo varios factores que le provocaban inquietud, supongo que el más notable eran mis silencios hacia fuera, los que se escuchan con las orejas y a la luz del día y no con el cerebro entre sueños. Quizá ese fue el resorte que le hizo ser consciente de su efecto en mí, las conversaciones con terceros interrumpidas siempre en su presencia.
Los meses pasaron y sin más razón que la deshidratación del deseo, la sensación fue haciéndose cada vez más débil hasta desaparecer. Nada trágico, nada por lo que llorar. La lógica natural se impuso, y es que las emociones mueren desnutridas lentamente, se hacen cada vez más transparentes y finas igual que la piel de un preso de guerra siempre alimentado con patatas.
Él no sabía conducir, era más joven que yo y por la razón que fuera: tiempo, dinero, interés, necesidad... no había necesitado o querido ponerse al volante. No sabía nada pasos de peatones ni de coches de colores brillantes, pero pudo entender que ya había dejado de importarme. Cuando pasaba a su lado mi silencio no lo miraba a través del cristal, fijamente, sino que se escondía y perdía fuerzas e interés. Fue entonces, cuando me escuchó detalles y tonos que no había conocido antes, cuando descubrió mi humor seco y corto, el placer que siento al cocinar las mañanas de los sábados, al beber un buen whisky o el del vaivén de un velero bajo mis pies. Rejuvenecí día tras día, volví a ser de nuevo una niña que cruzaba las calles corriendo y sin mirar a los lados. Él callaba y miraba el semáforo en rojo.
- Dolordebarriga
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Re: Rojo
Rebienvenida Ariadna. Veo que sigues con tu literatura dispersa y hermética. Yo, como Samuradi, sigo entendiendo bien poco de lo que escribes.
YO ESTOY INDIGNADO
- Stewie
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Re: Rojo
Se intuye algo. Como dice samuradi hay frases sueltas muy logradas, pero el conjunto es casi inaprensibe; con la relectura se entiende mucho, pero hay que ponerle ganas.
Spoiler: mostrar
Pepe escribió: A mi todo esto (la extinción del lince) me parece una mierda. El lince mola, es bonito como gato y elegante como abrigo, que se vaya a la mierda no mola, que hagan corridas de linces.
- Gandalfini
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Re: Rojo
A mí no me ha parecido tan confuso, sí un poco pero me reservo mi opinión sobre el final hasta que lo explique la autora. Lo que me desasosiega es que es una historia que dice cosas bonitas pero cuenta muy poco. Pero bueno, son pocas líneas.
Fulanita escribió:Pues no se, chico. Será que eres muy heterosexual, o que de hombres no tienes ni puta idea. Tómatelo como un cumplido.
(x^2+y^2-1)^3-x^2y^3=0
- Redneckensson
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Re: Rojo
Pido disculpas por ser tan intermitente, pero mis costumbres y forma de vivir no creo que vayan a cambiar así que no puedo aspirar a tener regularidad por aquí. A pesar de todo el retraso agradezco esa pasada rebienvenida y las críticas. Como siempre que escribo aquí, otra vez seguí la misma forma, ni repasos ni planificación, sale lo que sale en ese momento y lo publico, eso hará que mi forma de escribir sea como sea, se acentúe más y sea más confusa. A pesar de todo no imaginaba que lo que contaba fuera a ser tan difícil de comprender, no era mi intención ser oscura o ininteligible, por lo menos no más de lo que me sale sin querer.
Para resolver vuestras dudas os diré que a ella se le pasa el enamoramiento y cuando realmente se muestra a ese chico tal y como es, cuando él empieza a conocerla y no a la fachada tímida que veía antes, es cuando al chico, a destiempo, empieza a gustarle ella. Para entonces ya es tarde pero tampoco quería darle importancia y un sentido trágico, lo que que quería hacer era la comparación con la idea inicial de los pasos de peatones, ella pasa de ser el conductor parado que se fija a volver a ser la niña que vive en un mundo en el que no le importa lo que hay dentro del coche parado, cruza y pasa de largo y es él, el que entonces la mira con atención. Al principio para ella él existía y no al revés y finalmente se vuelve la tortilla. Espero haber sido más clara ahora.
Para resolver vuestras dudas os diré que a ella se le pasa el enamoramiento y cuando realmente se muestra a ese chico tal y como es, cuando él empieza a conocerla y no a la fachada tímida que veía antes, es cuando al chico, a destiempo, empieza a gustarle ella. Para entonces ya es tarde pero tampoco quería darle importancia y un sentido trágico, lo que que quería hacer era la comparación con la idea inicial de los pasos de peatones, ella pasa de ser el conductor parado que se fija a volver a ser la niña que vive en un mundo en el que no le importa lo que hay dentro del coche parado, cruza y pasa de largo y es él, el que entonces la mira con atención. Al principio para ella él existía y no al revés y finalmente se vuelve la tortilla. Espero haber sido más clara ahora.
Re: Rojo
Vaya spoilerazo. Sin embargo ha servido para constatar que lo he entendido, pero vaya, que es como explicar un chiste tras contarlo, que lo destruye.
En todo caso, bien escrito, Ariadna, me ha gustado.
En todo caso, bien escrito, Ariadna, me ha gustado.
Dolordebarriga escribió: ↑18 Jun 2024 17:36he aclarado mil veces que fue por metérsela por el culo a pelo a una amiga durante la noche/madrugada de fin de año