Criptozoología: El Pájaro Clavicordio
Criptozoología: El Pájaro Clavicordio
(Algunas referencias que aparecen en este relato se deben entender en este contexto: esta es la continuación cronológica de La Bicha de Taramundi. El protagonista de este relato es el hijo del de aquél. La Bicha de Taramundi también está pendiente de una ampliación)
El Pájaro Clavicordio del Proceloso Bosque de Sumatra (Copyright 2012 -no es coña!)
Me tiembla la pluma entre los dedos del tiempo que hace que no cojo una. Voy a tener que esmerarme si quiero que alguien pueda leer esto algún día, porque dentro de unas horas me van a dejar ciego con un hierro candente y no tendré otra oportunidad de mejorar mi caligrafía. A todos a los que les interese mi suerte decirles que no la lamenten mucho: seguramente mejore los pronósticos que se hayan hecho sobre mí. Espero que me cunda la noche para poder explicar que este destino lo acepto como un premio por todo lo vivido y aprendido desde que dejé la seguridad de mi ciudad hace ya tres años. Aunque en realidad el camino que me ha traído hasta aquí lo empecé mucho antes, concretamente la primera vez que leí acerca del Pájaro Clavicordio del Proceloso Bosque de Sumatra. Y si atendemos a mis antecedentes familiares, no sería una locura inferir que me fue asignado en el mismo instante de mi concepción.
La primera reseña sobre el Pájaro Clavicordio del Proceloso Bosque de Sumatra (en adelante Pájaro Clavicordio) la encontré en una crónica publicada en el Rotterdams Telegraph del 1 de enero de 1822. Trata sobre el juicio a los supuestos asesinos de la expedición del capitán Nills van der Roers, y de la decepción que dejó entre la colonia holandesa en Malaca cuando se cerró sin explicar cómo dos famélicos porteadores habían podido degollar a dieciséis de sus mejores soldados. El tribunal tuvo que dar por buena la hipótesis de que les habían sedado con el néctar de una orquídea, pese a quedar indemostrada. La defensa, por su parte, tampoco aportó pruebas de que aquellas muertes había que atribuirlas a un ave que ningún europeo había visto hasta entonces. Sustentó sus argumentos en leyendas de las tribus del sur y parece que fue muy hábil, aunque no le sirvió de nada. Sus defendidos acabaron en la horca y del Pájaro Clavicordio no volvió a hablarse en años. A estas alturas la ciencia ya dispone de testimonios que les habrían venido muy bien, aunque se sigue resistiendo la muestra incontrovertible que certifique su existencia.
Las descripciones retratan a un pájaro del tamaño de una cigüeña, con una envergadura de dos metros entre las puntas de sus alas. No está cubierto de plumas sino de un pelo corto, ceroso y bruno del que los rayos que atraviesan la fronda arrancan tornasoles azules. Carece de cresta, cola o patrones cromáticos, aunque su pico, corto en relación a su porte, es rojo como una daga de coral. Ciertamente en cualquier selva hay cientos de aves más vistosas. Lo que hace a ésta única es su mirada. Al no tener enemigos naturales sus ojos están alineados como los de un depredador. Los que han sobrevivido a un avistamiento aseguran que esta mirada resulta todavía más humana que la de los propios humanos: «Heroica y doliente al tiempo, de un anhelo inconsolable». No hay ilustraciones convincentes de esto, en todas parece un pavo enajenado, y yo prefiero ser objetivo recordando lo que sí está contrastado: que esta mirada cumple un papel importante en su interacción con el Hombre.
Su nombre se lo debe a su canto, del que hay registros sonoros. Consiste en una serie de tañidos que forman elaboradas escalas tonales, contrapuntísticas y vivaces como una fuga barroca. Estas grabaciones nos llegan empañadas por la distancia y el ruido de un aguacero. Con todo, se distingue una línea melódica bien definida y diversas voces secundarias que la complementan cromáticamente y que sugieren la presencia de un órgano cantor múltiple inédito en otras especies. El documento no constituye por sí mismo una prueba concluyente y ha sido muy cuestionado desde que vio la luz. Yo mismo me contaba en el bando de los escépticos y, aunque ahora doy fe de su autenticidad, sigo poniendo en duda que el canalla que lo difundió haya puesto un pie en Sumatra, pues no descubro nada si digo que, en las sociedades científicas de provincias, el rigor se confunde con la estampa, y muchas veces basta con unas buenas hechuras, unas manos cálidas y un timbre asertivo para que todos den por sentado que los méritos igualan a la prestancia. En cambio los gorgojos como yo, los apocados, los que no sabemos terminar una frase sin que se nos perle la frente, tenemos que compensar nuestra torpeza con calamidades. Y aquí me hallo, arrastrado por la necesidad de ser aceptado entre los hombres de pleno derecho, aunque no me acompañe ninguno para acreditar mi éxito.
También está abundantemente reseñada esa costumbre suya que le confiere su reputación de leyenda letal. Amparándose en su habilidad para el sigilo, el Pájaro Clavicordio se aparece de improviso a pocos metros de la espalda de su víctima con las alas abiertas y comienza a cantar. En este momento resulta vital contener el sobresalto y evitar mirarle a los ojos, o se estará sentenciado a no ser que otra persona interfiera, cosa que casi nunca sucede. El Pájaro Clavicordio sabe cuándo y dónde atacar. Una vez bajo el influjo de su mirada, de su canto y del movimiento ondulante de su cuello, el infeliz cae en un arrobo extático y comienza a acercarse lentamente, como si temiera espantarlo con un chasquido, hasta situarse justo delante. Entonces el ave lo envuelve con sus alas, le hinca el pico bajo la nuez y alza el vuelo dejando el cuerpo a merced de las alimañas.
Y yo les pregunto, ¿conocen una manera más hermosa de morir?
No es que no aprecie mi vida. Como a todo pusilánime me puede el instinto de conservación. Mi padre intentó inculcarme carácter a fuerza de palizas y consiguió hacer de mí un niño miedoso. Supongo que él quería que me rebelara y me lanzara al mundo cuanto antes, pero como pasaba tan poco tiempo en casa yo no lo encontraba urgente. Eso sí, lo poco que estaba se aplicaba a fondo conmigo. No digo esto para que me compadezcan, pues espero que este documento termine en la Sociedad Biológica Isabelina, donde ya me han compadecido de más. Mi padre era miembro de su junta directiva, por eso no me afilié estando él en vida. En una capital de provincia nos conocemos todos y no habría podido renegar de mí. Así que esperé acumulando mala conciencia por estar malgastando mi juventud igual que el limo se acumula en el lecho del río. Hasta que un día el río se desborda y fecunda la tierra que ha estado toda una vida en barbecho.
Que mi padre no se hiciera querer no impidió que yo amara su ciencia. Con ello no pretendía ganarme su afecto, igual que ahora no pretendo superarle: lo prueba que esté dispuesto a cederle la gloria al que venga detrás de mí. Pero tampoco es casualidad que, de todas las ciencias posibles, me haya decantado precisamente por esta. Los libros que había en casa siempre trataban de lo mismo y estaban llenos de ilustraciones perfectas para excitar la imaginación de un niño que necesita evadirse. Recuerdo que incluso me sentí traicionado cuando comprendí que esos libros no eran una fantasía, no digamos ya cuando me enteré de que mi padre era el autor de muchos. Aquello mancilló ese mundo de prístino que yo creía solo mío y a la larga influyó en la elección de mi primera y única expedición. Que yo sepa mi padre nunca oyó hablar del Pájaro Clavicordio, y si lo hizo no debió pillarle a mano. Él era más bien serrano.
Mi padre tuvo la generosidad después de todo de dejarme una pequeña herencia. Yo habría entendido que la donase a la caridad en previsión de los gastos que alguien como yo les iba a acarrear tarde o temprano. Por eso me vine sin decírselo a nadie: quería ahorrarle más vergüenza a mi familia y a mi país esfuerzos diplomáticos inútiles y gravosos. ¿Por qué habría de responder nadie por el más que probable fracaso en mi búsqueda de realización personal? Un poco de decoro, aunque sea tarde y mal. De acuerdo, a esta selva no llegué por mis propios medios, pero Dios sabe que en ella nada me ha venido dado. A la segunda semana los porteadores me robaron y me abandonaron a mi suerte. Ni en asesinarme se molestaron. Tuve que aprender a cazar, a nadar y a mantenerme seco por las noches. Sobre mi espalda han llovido tres monzones y, en todo este tiempo, yo me he agarrado a la vida como el cilicio se agarra a la carne, para que duela. Cada mañana me despertaba con la esperanza de que fuese la última y, por las noches, soñaba que me disolvía sobre la turba y me elevaba indiferente sobre los infelices del purgatorio. Soñaba con un jardín habitado por todas las bestias que alguna vez fueron, convenientemente catalogadas, amistosas, soberbias. Pero yo no moría. Al contrario, el bosque me había ungido con sus venenos hasta que mi piel comenzó a rezumarlos como una flor letal a la que las fieras envidian y evitan. Mis úlceras se curtieron, mis músculos cogieron tono y mis huesos endurecieron como la teca. Olvidé de dónde venía ni qué andaba buscando como si nunca hubiera sido otro y, cuando sangraba, sangraba sangre de onza.
Pero todos los idilios nacen con los días contados y el mío con la selva terminó la mañana que escuché por primera vez el canto del Clavicordio. Tres años sin decir una palabra me habían dormido la razón, así que aquel sonido no trajo un significado concreto sino una reacción instintiva, como la del mono que huele el humo después del rayo, y sensaciones bien humanas que entonces no pude asociar con experiencias: el aroma del café de mi padre arrancándome de la tregua del sueño, la certeza de que los días son finitos e inasibles o el peso de un delito que nunca prescribe. Así que eché a andar en la dirección de la que venía el viento y seguí caminando sin que la tierra ni sus hijos pudieran detenerme. Cada noche, en el techo de la selva, mi memoria me devolvía un recuerdo, y cada mañana el aire, la misma melodía, cada día más cercana. Así llegué a la muralla de Palembang. Habituado como estoy a cruzar ríos y gargantas no me costó saltarla. Aterricé en un jardín tapizado con minúsculas flores, con un sendero de jade y un arroyo de leche que serpenteaba entre suaves colinas y llegaba hasta un estanque. En su centro asomaba una rocalla con un manantial y una pagoda de porcelana donde siete eunucos recitaban suras a siete doncellas de rostros velados. Por primera vez desde que desembarqué en Sumatra vi mi sombra recortada sobre el suelo y, sabiéndome sucio y desnudo, me tumbe tras una loma y esperé a que los grillos callasen a las cigarras. Entonces las doncellas y sus guardianes montaron en una barcaza, cruzaron el níveo espejo y se alejaron por el camino. Cuando cayó la noche noté que, de tanto en cuando, todos los insectos callaban a la vez. Afinando el oído me percaté de que lo hacían justo cuando alguna loma exhalaba un suspiro. Yo ya había escuchado estos suspiros segundos después de matar a algún animal. Aquellas lomas estaban abonadas con almas y pensé que sería más seguro pasar la noche en la pagoda. Si no me había parado la selva no lo haría ese jardín.
La idea de nadar hasta la pagoda se la debo a la Providencia. Gracias a ella pude dormir sobre cojines, ver al Pájaro Clavicordio y vivir para contarlo. Habrá quien encuentre decepcionante que al final haya sido en un jardín, pues es por todos sabido que las enciclopedias se escriben con la bilis de los mezquinos. Que sepan que no hay mejor jardín que este, donde vive rodeado de otras joyas y en absoluto domesticado. En verdad es una criatura excepcional. Tiene el porte y la gallardía de un grifo. Cuando el sol se alza su lomo esplende como un zafiro. ¡Y qué decir de su canto! Compararlo con el de otras aves sería como comparar una filarmónica con una charanga. Conozco y aprecio los logros de la música de mi siglo, y no exagero si digo que la naturaleza ha superado aquí al genio humano. La evolución ha pulido esos sonidos con las mismas artes con las que dibuja las flores. Siento no poder dejarle a la ciencia una descripción con más método. De su mirada, por ejemplo, no puedo decir nada. La vi, ya lo creo que la vi, pero de ella solo me consta el efecto que me produjo: parálisis, amnesia y posiblemente el coma. Tengan en cuenta que, gracias a mi refugio, el Pájaro me cantó durante minutos. No hay precedentes de una exposición tan prolongada. Por no recordar, no me acuerdo ni de cuando los guardias me apresaron. Si recuperé la conciencia fue porque la religión musulmana obliga a la ablución del reo antes de ejecutarlo y el agua me reanimó. Cuando descubrieron que había un occidental bajo la mugre pensaron que podrían buscarse un problema si me decapitaban sin informar antes al Sultán, quien, efectivamente, quiso saber al punto si yo era un sicario holandés.
- No, Hijo del Firmamento, yo no vengo de ese país que quiere arrebatarte tu reino -dije balbuceando un francés que su Ministro de las Fronteras se afanaba en traducir-. Yo soy súbdito de la reina de España, con quien nada os enfrenta, y hasta tus pies no me trajo la sedición. Vine buscando un pájaro para morir entre sus alas. Ahora que lo he visto y oído mi vida ya está colmada. Tómala, gran Mahmud Badaruddin II. Por fin puedo descansar.
Al Ministro de las Fronteras lo relevaron junto al trono tres alfaquíes cuyos susurros caían sobre el monarca como mariposas ciegas. El Capitán de Intramuros se colocó detrás de mí con el puño en el mango de su cimitarra, presto a talar mi cabeza al menor gesto de su señor. El Sultán alzó entonces su mano derecha mostrando el anular y el meñique, los ancianos callaron y el soldado retrocedió. Tres escribas salieron de la sombra para grabar sus palabras en papiro, estaño y cera, y su voz resonó tan severa que la mirra que flotaba en la sala se condensó sobre la alfombra.
- Allah le regaló a ese ave una voz tan hermosa como una virgen del Paraíso, pues deseaba que fuera lo último que escucharan las almas más puras en este mundo. No hay martirio más alto que su abrazo. Mas me prueban mis ministros que en la oscuridad de la selva el Pájaro ha cometido errores y ha dado muerte a infieles como tú. ¿A ellos también se les han abierto las puertas del Cielo? ¡No lo sabemos! A esos pájaros que viste no los tengo para endulzar mis despertares con su canto divino. Mi deber es impedir que el Jardín de Allah se llene de perros. Por el día descansan a cubierto del Ardiente y por las noches custodian la muralla del sur, desde donde no alcanzamos a oírlos. La del norte la guardan los tigres. Tú cruzaste la primera y por ello mereces un gran tormento. Y puesto que anhelas la muerte, te condeno a que vivas. Limpiarás el Pabellón de los Pájaros mientras ellos reposan, cepillarás sus alas, lustrarás su lomo y recogerás su guano. Desde mañana vivirás para atenderlos. Y para que cumplas por muchos años mis médicos evitarán que enfermes y mi verdugo abrasará tus ojos.
Esta es la sentencia del Hijo del Firmamento y han de faltar minutos para que se cumpla. Además de estos pliegos y esta pluma, el Sultán me ha concedido una segunda gracia. No volveré a ver el cielo ni las flores de Palembang, ni la selva que asoma tras la muralla, pero de mis oídos no ha quedado nada escrito. Un error por su parte, pues Él quería ser severo. Me sentencia a tantos años como me regalen sus médicos sumido en el lujo supremo, un lujo que ni Él se permite. Así retribuye Allah una vida consagrada al oprobio. Allah es grande.
El Pájaro Clavicordio del Proceloso Bosque de Sumatra (Copyright 2012 -no es coña!)
Me tiembla la pluma entre los dedos del tiempo que hace que no cojo una. Voy a tener que esmerarme si quiero que alguien pueda leer esto algún día, porque dentro de unas horas me van a dejar ciego con un hierro candente y no tendré otra oportunidad de mejorar mi caligrafía. A todos a los que les interese mi suerte decirles que no la lamenten mucho: seguramente mejore los pronósticos que se hayan hecho sobre mí. Espero que me cunda la noche para poder explicar que este destino lo acepto como un premio por todo lo vivido y aprendido desde que dejé la seguridad de mi ciudad hace ya tres años. Aunque en realidad el camino que me ha traído hasta aquí lo empecé mucho antes, concretamente la primera vez que leí acerca del Pájaro Clavicordio del Proceloso Bosque de Sumatra. Y si atendemos a mis antecedentes familiares, no sería una locura inferir que me fue asignado en el mismo instante de mi concepción.
La primera reseña sobre el Pájaro Clavicordio del Proceloso Bosque de Sumatra (en adelante Pájaro Clavicordio) la encontré en una crónica publicada en el Rotterdams Telegraph del 1 de enero de 1822. Trata sobre el juicio a los supuestos asesinos de la expedición del capitán Nills van der Roers, y de la decepción que dejó entre la colonia holandesa en Malaca cuando se cerró sin explicar cómo dos famélicos porteadores habían podido degollar a dieciséis de sus mejores soldados. El tribunal tuvo que dar por buena la hipótesis de que les habían sedado con el néctar de una orquídea, pese a quedar indemostrada. La defensa, por su parte, tampoco aportó pruebas de que aquellas muertes había que atribuirlas a un ave que ningún europeo había visto hasta entonces. Sustentó sus argumentos en leyendas de las tribus del sur y parece que fue muy hábil, aunque no le sirvió de nada. Sus defendidos acabaron en la horca y del Pájaro Clavicordio no volvió a hablarse en años. A estas alturas la ciencia ya dispone de testimonios que les habrían venido muy bien, aunque se sigue resistiendo la muestra incontrovertible que certifique su existencia.
Las descripciones retratan a un pájaro del tamaño de una cigüeña, con una envergadura de dos metros entre las puntas de sus alas. No está cubierto de plumas sino de un pelo corto, ceroso y bruno del que los rayos que atraviesan la fronda arrancan tornasoles azules. Carece de cresta, cola o patrones cromáticos, aunque su pico, corto en relación a su porte, es rojo como una daga de coral. Ciertamente en cualquier selva hay cientos de aves más vistosas. Lo que hace a ésta única es su mirada. Al no tener enemigos naturales sus ojos están alineados como los de un depredador. Los que han sobrevivido a un avistamiento aseguran que esta mirada resulta todavía más humana que la de los propios humanos: «Heroica y doliente al tiempo, de un anhelo inconsolable». No hay ilustraciones convincentes de esto, en todas parece un pavo enajenado, y yo prefiero ser objetivo recordando lo que sí está contrastado: que esta mirada cumple un papel importante en su interacción con el Hombre.
Su nombre se lo debe a su canto, del que hay registros sonoros. Consiste en una serie de tañidos que forman elaboradas escalas tonales, contrapuntísticas y vivaces como una fuga barroca. Estas grabaciones nos llegan empañadas por la distancia y el ruido de un aguacero. Con todo, se distingue una línea melódica bien definida y diversas voces secundarias que la complementan cromáticamente y que sugieren la presencia de un órgano cantor múltiple inédito en otras especies. El documento no constituye por sí mismo una prueba concluyente y ha sido muy cuestionado desde que vio la luz. Yo mismo me contaba en el bando de los escépticos y, aunque ahora doy fe de su autenticidad, sigo poniendo en duda que el canalla que lo difundió haya puesto un pie en Sumatra, pues no descubro nada si digo que, en las sociedades científicas de provincias, el rigor se confunde con la estampa, y muchas veces basta con unas buenas hechuras, unas manos cálidas y un timbre asertivo para que todos den por sentado que los méritos igualan a la prestancia. En cambio los gorgojos como yo, los apocados, los que no sabemos terminar una frase sin que se nos perle la frente, tenemos que compensar nuestra torpeza con calamidades. Y aquí me hallo, arrastrado por la necesidad de ser aceptado entre los hombres de pleno derecho, aunque no me acompañe ninguno para acreditar mi éxito.
También está abundantemente reseñada esa costumbre suya que le confiere su reputación de leyenda letal. Amparándose en su habilidad para el sigilo, el Pájaro Clavicordio se aparece de improviso a pocos metros de la espalda de su víctima con las alas abiertas y comienza a cantar. En este momento resulta vital contener el sobresalto y evitar mirarle a los ojos, o se estará sentenciado a no ser que otra persona interfiera, cosa que casi nunca sucede. El Pájaro Clavicordio sabe cuándo y dónde atacar. Una vez bajo el influjo de su mirada, de su canto y del movimiento ondulante de su cuello, el infeliz cae en un arrobo extático y comienza a acercarse lentamente, como si temiera espantarlo con un chasquido, hasta situarse justo delante. Entonces el ave lo envuelve con sus alas, le hinca el pico bajo la nuez y alza el vuelo dejando el cuerpo a merced de las alimañas.
Y yo les pregunto, ¿conocen una manera más hermosa de morir?
No es que no aprecie mi vida. Como a todo pusilánime me puede el instinto de conservación. Mi padre intentó inculcarme carácter a fuerza de palizas y consiguió hacer de mí un niño miedoso. Supongo que él quería que me rebelara y me lanzara al mundo cuanto antes, pero como pasaba tan poco tiempo en casa yo no lo encontraba urgente. Eso sí, lo poco que estaba se aplicaba a fondo conmigo. No digo esto para que me compadezcan, pues espero que este documento termine en la Sociedad Biológica Isabelina, donde ya me han compadecido de más. Mi padre era miembro de su junta directiva, por eso no me afilié estando él en vida. En una capital de provincia nos conocemos todos y no habría podido renegar de mí. Así que esperé acumulando mala conciencia por estar malgastando mi juventud igual que el limo se acumula en el lecho del río. Hasta que un día el río se desborda y fecunda la tierra que ha estado toda una vida en barbecho.
Que mi padre no se hiciera querer no impidió que yo amara su ciencia. Con ello no pretendía ganarme su afecto, igual que ahora no pretendo superarle: lo prueba que esté dispuesto a cederle la gloria al que venga detrás de mí. Pero tampoco es casualidad que, de todas las ciencias posibles, me haya decantado precisamente por esta. Los libros que había en casa siempre trataban de lo mismo y estaban llenos de ilustraciones perfectas para excitar la imaginación de un niño que necesita evadirse. Recuerdo que incluso me sentí traicionado cuando comprendí que esos libros no eran una fantasía, no digamos ya cuando me enteré de que mi padre era el autor de muchos. Aquello mancilló ese mundo de prístino que yo creía solo mío y a la larga influyó en la elección de mi primera y única expedición. Que yo sepa mi padre nunca oyó hablar del Pájaro Clavicordio, y si lo hizo no debió pillarle a mano. Él era más bien serrano.
Mi padre tuvo la generosidad después de todo de dejarme una pequeña herencia. Yo habría entendido que la donase a la caridad en previsión de los gastos que alguien como yo les iba a acarrear tarde o temprano. Por eso me vine sin decírselo a nadie: quería ahorrarle más vergüenza a mi familia y a mi país esfuerzos diplomáticos inútiles y gravosos. ¿Por qué habría de responder nadie por el más que probable fracaso en mi búsqueda de realización personal? Un poco de decoro, aunque sea tarde y mal. De acuerdo, a esta selva no llegué por mis propios medios, pero Dios sabe que en ella nada me ha venido dado. A la segunda semana los porteadores me robaron y me abandonaron a mi suerte. Ni en asesinarme se molestaron. Tuve que aprender a cazar, a nadar y a mantenerme seco por las noches. Sobre mi espalda han llovido tres monzones y, en todo este tiempo, yo me he agarrado a la vida como el cilicio se agarra a la carne, para que duela. Cada mañana me despertaba con la esperanza de que fuese la última y, por las noches, soñaba que me disolvía sobre la turba y me elevaba indiferente sobre los infelices del purgatorio. Soñaba con un jardín habitado por todas las bestias que alguna vez fueron, convenientemente catalogadas, amistosas, soberbias. Pero yo no moría. Al contrario, el bosque me había ungido con sus venenos hasta que mi piel comenzó a rezumarlos como una flor letal a la que las fieras envidian y evitan. Mis úlceras se curtieron, mis músculos cogieron tono y mis huesos endurecieron como la teca. Olvidé de dónde venía ni qué andaba buscando como si nunca hubiera sido otro y, cuando sangraba, sangraba sangre de onza.
Pero todos los idilios nacen con los días contados y el mío con la selva terminó la mañana que escuché por primera vez el canto del Clavicordio. Tres años sin decir una palabra me habían dormido la razón, así que aquel sonido no trajo un significado concreto sino una reacción instintiva, como la del mono que huele el humo después del rayo, y sensaciones bien humanas que entonces no pude asociar con experiencias: el aroma del café de mi padre arrancándome de la tregua del sueño, la certeza de que los días son finitos e inasibles o el peso de un delito que nunca prescribe. Así que eché a andar en la dirección de la que venía el viento y seguí caminando sin que la tierra ni sus hijos pudieran detenerme. Cada noche, en el techo de la selva, mi memoria me devolvía un recuerdo, y cada mañana el aire, la misma melodía, cada día más cercana. Así llegué a la muralla de Palembang. Habituado como estoy a cruzar ríos y gargantas no me costó saltarla. Aterricé en un jardín tapizado con minúsculas flores, con un sendero de jade y un arroyo de leche que serpenteaba entre suaves colinas y llegaba hasta un estanque. En su centro asomaba una rocalla con un manantial y una pagoda de porcelana donde siete eunucos recitaban suras a siete doncellas de rostros velados. Por primera vez desde que desembarqué en Sumatra vi mi sombra recortada sobre el suelo y, sabiéndome sucio y desnudo, me tumbe tras una loma y esperé a que los grillos callasen a las cigarras. Entonces las doncellas y sus guardianes montaron en una barcaza, cruzaron el níveo espejo y se alejaron por el camino. Cuando cayó la noche noté que, de tanto en cuando, todos los insectos callaban a la vez. Afinando el oído me percaté de que lo hacían justo cuando alguna loma exhalaba un suspiro. Yo ya había escuchado estos suspiros segundos después de matar a algún animal. Aquellas lomas estaban abonadas con almas y pensé que sería más seguro pasar la noche en la pagoda. Si no me había parado la selva no lo haría ese jardín.
La idea de nadar hasta la pagoda se la debo a la Providencia. Gracias a ella pude dormir sobre cojines, ver al Pájaro Clavicordio y vivir para contarlo. Habrá quien encuentre decepcionante que al final haya sido en un jardín, pues es por todos sabido que las enciclopedias se escriben con la bilis de los mezquinos. Que sepan que no hay mejor jardín que este, donde vive rodeado de otras joyas y en absoluto domesticado. En verdad es una criatura excepcional. Tiene el porte y la gallardía de un grifo. Cuando el sol se alza su lomo esplende como un zafiro. ¡Y qué decir de su canto! Compararlo con el de otras aves sería como comparar una filarmónica con una charanga. Conozco y aprecio los logros de la música de mi siglo, y no exagero si digo que la naturaleza ha superado aquí al genio humano. La evolución ha pulido esos sonidos con las mismas artes con las que dibuja las flores. Siento no poder dejarle a la ciencia una descripción con más método. De su mirada, por ejemplo, no puedo decir nada. La vi, ya lo creo que la vi, pero de ella solo me consta el efecto que me produjo: parálisis, amnesia y posiblemente el coma. Tengan en cuenta que, gracias a mi refugio, el Pájaro me cantó durante minutos. No hay precedentes de una exposición tan prolongada. Por no recordar, no me acuerdo ni de cuando los guardias me apresaron. Si recuperé la conciencia fue porque la religión musulmana obliga a la ablución del reo antes de ejecutarlo y el agua me reanimó. Cuando descubrieron que había un occidental bajo la mugre pensaron que podrían buscarse un problema si me decapitaban sin informar antes al Sultán, quien, efectivamente, quiso saber al punto si yo era un sicario holandés.
- No, Hijo del Firmamento, yo no vengo de ese país que quiere arrebatarte tu reino -dije balbuceando un francés que su Ministro de las Fronteras se afanaba en traducir-. Yo soy súbdito de la reina de España, con quien nada os enfrenta, y hasta tus pies no me trajo la sedición. Vine buscando un pájaro para morir entre sus alas. Ahora que lo he visto y oído mi vida ya está colmada. Tómala, gran Mahmud Badaruddin II. Por fin puedo descansar.
Al Ministro de las Fronteras lo relevaron junto al trono tres alfaquíes cuyos susurros caían sobre el monarca como mariposas ciegas. El Capitán de Intramuros se colocó detrás de mí con el puño en el mango de su cimitarra, presto a talar mi cabeza al menor gesto de su señor. El Sultán alzó entonces su mano derecha mostrando el anular y el meñique, los ancianos callaron y el soldado retrocedió. Tres escribas salieron de la sombra para grabar sus palabras en papiro, estaño y cera, y su voz resonó tan severa que la mirra que flotaba en la sala se condensó sobre la alfombra.
- Allah le regaló a ese ave una voz tan hermosa como una virgen del Paraíso, pues deseaba que fuera lo último que escucharan las almas más puras en este mundo. No hay martirio más alto que su abrazo. Mas me prueban mis ministros que en la oscuridad de la selva el Pájaro ha cometido errores y ha dado muerte a infieles como tú. ¿A ellos también se les han abierto las puertas del Cielo? ¡No lo sabemos! A esos pájaros que viste no los tengo para endulzar mis despertares con su canto divino. Mi deber es impedir que el Jardín de Allah se llene de perros. Por el día descansan a cubierto del Ardiente y por las noches custodian la muralla del sur, desde donde no alcanzamos a oírlos. La del norte la guardan los tigres. Tú cruzaste la primera y por ello mereces un gran tormento. Y puesto que anhelas la muerte, te condeno a que vivas. Limpiarás el Pabellón de los Pájaros mientras ellos reposan, cepillarás sus alas, lustrarás su lomo y recogerás su guano. Desde mañana vivirás para atenderlos. Y para que cumplas por muchos años mis médicos evitarán que enfermes y mi verdugo abrasará tus ojos.
Esta es la sentencia del Hijo del Firmamento y han de faltar minutos para que se cumpla. Además de estos pliegos y esta pluma, el Sultán me ha concedido una segunda gracia. No volveré a ver el cielo ni las flores de Palembang, ni la selva que asoma tras la muralla, pero de mis oídos no ha quedado nada escrito. Un error por su parte, pues Él quería ser severo. Me sentencia a tantos años como me regalen sus médicos sumido en el lujo supremo, un lujo que ni Él se permite. Así retribuye Allah una vida consagrada al oprobio. Allah es grande.
Última edición por Urdu el 27 Ene 2012 21:05, editado 2 veces en total.
- Corvux corax
- Best Mongo Ever
- Mensajes: 8480
- Registrado: 16 Dic 2006 14:42
- Ubicación: Aural Moon
Re: Criptozoología
*
Última edición por Corvux corax el 28 Ene 2012 06:49, editado 4 veces en total.
Dunker Aliolialiguieri escribió: ↑02 Mar 2022 10:06 Siamo stati fatti per vivere come bestie,
e seguire tutte le sciocchezze
o ragliare barbarie e barbarie assolute.
Bueno, que lo que decidan Las Mujeres Y PUNNNNNTO.
poshol na escribió: ↑22 Abr 2024 13:37 Por cierto, yo creo que ya va siendo hora de ir cambiando cierto título nobiliario de hilo repelent a "Don Senyor Naturalist del's Mosques dala terrasa" o quizás a "Don Senyor Naturalist dalas fotografias del comunament anomenats bestiolas de les cases al meu bany".
¿Qué será lo proper?
¿Un niu d'panerola al fons del cistell dels seus calçetins convertits ja en colonyes d' fongs?
Stationary traveller
Re: Criptozoología
Dentro de unos años los analistas de tu Hobra sacarán instantáneas y pretenciosas conclusiones sobre lo que cuentas de dar por el culo a un pájaro fantástico y tu orientación sexual.
Aspiro a la hegemonía mundial.
- Corvux corax
- Best Mongo Ever
- Mensajes: 8480
- Registrado: 16 Dic 2006 14:42
- Ubicación: Aural Moon
Re: Criptozoología
++
Última edición por Corvux corax el 28 Ene 2012 06:50, editado 1 vez en total.
Dunker Aliolialiguieri escribió: ↑02 Mar 2022 10:06 Siamo stati fatti per vivere come bestie,
e seguire tutte le sciocchezze
o ragliare barbarie e barbarie assolute.
Bueno, que lo que decidan Las Mujeres Y PUNNNNNTO.
poshol na escribió: ↑22 Abr 2024 13:37 Por cierto, yo creo que ya va siendo hora de ir cambiando cierto título nobiliario de hilo repelent a "Don Senyor Naturalist del's Mosques dala terrasa" o quizás a "Don Senyor Naturalist dalas fotografias del comunament anomenats bestiolas de les cases al meu bany".
¿Qué será lo proper?
¿Un niu d'panerola al fons del cistell dels seus calçetins convertits ja en colonyes d' fongs?
Stationary traveller
Re: Criptozoología
Corvux corax escribió:Por si alguien no se ha dado cuenta, ha escrito Dunker, uno de los críticos literarios más renombrados del foro, toda una autoridad en la materia. ( )
Por si alguien no se ha dado cuenta porque no hay ningún video músical de youtube, ha escrito la Cuerva, la subnormal más renombrada del pHoro, toda una autoridad en la materia.
Aspiro a la hegemonía mundial.
- Corvux corax
- Best Mongo Ever
- Mensajes: 8480
- Registrado: 16 Dic 2006 14:42
- Ubicación: Aural Moon
Re: Criptozoología
**+
Última edición por Corvux corax el 28 Ene 2012 06:52, editado 1 vez en total.
Dunker Aliolialiguieri escribió: ↑02 Mar 2022 10:06 Siamo stati fatti per vivere come bestie,
e seguire tutte le sciocchezze
o ragliare barbarie e barbarie assolute.
Bueno, que lo que decidan Las Mujeres Y PUNNNNNTO.
poshol na escribió: ↑22 Abr 2024 13:37 Por cierto, yo creo que ya va siendo hora de ir cambiando cierto título nobiliario de hilo repelent a "Don Senyor Naturalist del's Mosques dala terrasa" o quizás a "Don Senyor Naturalist dalas fotografias del comunament anomenats bestiolas de les cases al meu bany".
¿Qué será lo proper?
¿Un niu d'panerola al fons del cistell dels seus calçetins convertits ja en colonyes d' fongs?
Stationary traveller
Re: Criptozoología
Sabes que me tienes ganado y que soy tu fan número 7, (siete), me ha gustado, como casi todo lo que haces.
P.D. Corcuerax, ¡escanéate las tetas!
P.D. Corcuerax, ¡escanéate las tetas!
A la vuelta pasé por al lado de la tuya casa, saqué la cabesa desde mi hauto y grité: CHURETICAS!
una bandada de gabiotar alzó el vuelo, el sol iba sumerjiendose entre las montañias y solo me contestó el eco de mi propia vos...
una bandada de gabiotar alzó el vuelo, el sol iba sumerjiendose entre las montañias y solo me contestó el eco de mi propia vos...
- The last samurai
- Ulema
- Mensajes: 9987
- Registrado: 10 Ene 2004 13:20
Re: Criptozoología
Pues está muy bien escrito. Los dos últimos párrafos a mi me exigen saber más. Me parecen demasiado introspectivos para lo que es el espíritu del resto de la historia. Pero claro, esto es un relato corto y no una novela, por lo que ni tan mal.
Estáis en racha.
Estáis en racha.
- Dolordebarriga
- Companys con diarrea
- Mensajes: 17636
- Registrado: 06 Nov 2002 20:38
- Ubicación: Ambigua
Re: Criptozoología: El Pájaro Clavicordio
No recuerdo la versión anterior, vamos si que recuerdo el relato, pero al haber eliminado todo rastro de la versión anterior, y no haberla yo comentado, no puedo compararla. Pero si que puedo decir que como relato, éste que ahora has modificado, es bueno, está muy bien escrito, mantiene siempre el interés por lo que se narra y te sumerge en la historia haciéndotela vivir.
Felicidades, y entiendo lo de Copyright, porque se lo merece y es absolutamente publicable.
Un besi.
Felicidades, y entiendo lo de Copyright, porque se lo merece y es absolutamente publicable.
Un besi.
YO ESTOY INDIGNADO
Re: Criptozoología: El Pájaro Clavicordio
¡Yupi!
De la versión anterior no queda ni rastro. He ido a mirar si la tenía en el ordenador, pero no, creo que esta la última versión la escribí sobre el mismo doc. Si había algo pasable en aquella, se ha mantenido en esta. No se ha perdido nada que se deba lamentar. Gracias por el comment y por aguantar mi manierismo de siempre, que es influencia de Maguerite Yourcenar y del barroquismo intrínseco de mi condición sexual desviada.
De la versión anterior no queda ni rastro. He ido a mirar si la tenía en el ordenador, pero no, creo que esta la última versión la escribí sobre el mismo doc. Si había algo pasable en aquella, se ha mantenido en esta. No se ha perdido nada que se deba lamentar. Gracias por el comment y por aguantar mi manierismo de siempre, que es influencia de Maguerite Yourcenar y del barroquismo intrínseco de mi condición sexual desviada.