Party Boy vs Pazita
Party Boy vs Pazita
Las normas ya las conoceis
El tema:
Follar cabras vs follar personas
FIGHT!!!
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Follar cabras vs follar personas
FIGHT!!!
Visita Pequeñas historias, no te arrepentirás, o si, o no, o que se yo.
Ultima actualización 5-8-2011
Ultima actualización 5-8-2011
Re: Party Boy vs Pazita
Yo me quedo con lo que conozco...
Follar con personas.
(He visto necesario aclararlo)
Empiezo o empieza?
Follar con personas.
(He visto necesario aclararlo)
Empiezo o empieza?
El sexo es un derecho humano
Re: Party Boy vs Pazita
Pazita escribió:Yo me quedo con lo que conozco...
Follar con personas.
¿Que haces en este foro?
Empieza tu si quieres para darle agilidad al asunto.
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Ultima actualización 5-8-2011
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Re: Party Boy vs Pazita
Adelante, por favor, empieza tú, que yo lo tengo a huevo. Me ha tocado el tema fácil.
Me cago en los muertos de Manolo Cardo.
Re: Party Boy vs Pazita
Es un honor ser arbitro que cumple con una de las mas sublimes tradiciones del posting catch
No postear.
No postear.
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Re: Party Boy vs Pazita
ustedes perdonen. es que he estado metiéndome en materia para argumentar con conocimiento de causa. de todas maneras, y dad mi dilación, si quiere Party puede comenzar. o no. como le apetezca.
(estoy descubriendo cosas impensables)
(estoy descubriendo cosas impensables)
El sexo es un derecho humano
- Jordison
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Re: Party Boy vs Pazita
Pazita escribió:ustedes perdonen. es que he estado metiéndome en materia para argumentar con conocimiento de causa. de todas maneras, y dad mi dilación, si quiere Party puede comenzar. o no. como le apetezca.
(estoy descubriendo cosas impensables)
Vamos, que al final eliges como tema el follar con cabras, ¿no?
TOXIC
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Re: Party Boy vs Pazita
Pazita escribió:ustedes perdonen. es que he estado metiéndome en materia para argumentar con conocimiento de causa. de todas maneras, y dada mi dilatación, si quiere Party puede comenzar. o no. como le apetezca.
Arreglado
Re: Party Boy vs Pazita
Pues ale, que empiezo yo. Tengan en cuenta que es mi primera participación en una movida de éstas, y no sean demasiado duros conmigo.
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Jacinto Melquiades Segura tiene 30 años. Toda su vida la ha pasado en su pueblo, Cabañas de Polendos. Su vida es apacible y tranquila: de lunes a sábado se dedica a cuidar de su rebaño de ovejas como tarea profesional, y los domingos, después de oir misa en la parroquia del pueblo, acude a la tabernilla de Manuel para tomarse un chato y conversar con el resto de lugareños.
Correcto, Jacinto aparenta más edad de la que en realidad tiene.
La paz de Jacinto solo se ver perturbada dos veces cada cuatro años. Es cuando los dos partidos mayoritarios del país se acuerdan de los 75 votantes del pueblo y asaltan las calles con los carteles electorales con lemas que nadie entiende y coches con altavoces integrados gritando monsergas que a nadie interesa. Eso es en las elecciones generales, claro. Para el alcalde todo el mundo sabe que de eso se encarga la familia del Tomás, aunque ese día ponen una urna en las escuelas y el chico del Tomás (el que ha heredado la poltrona) convida a los paisanos con unos frutos de la anterior matanza a cambio de meter el papelote con su nombre en la caja de cristal.
El pueblo al completo espera a que sirvan el vino español.
A parte de este acontecimiento, lejano en el tiempo entre sí, el día más grande de Cabañas es el diez de agosto, San Lorenzo. Cuando Jacinto era joven no se hacía casi nada especial; el cura, don Damián, ofrecía misa con la casulla de las grandes ocasiones, sacaban a hombros la imagen del patrón para darle un paseo por la plaza del pueblo y más tarde comían, bebían y bailaban todos con la música que tocaban Sebas y Mariano, con su dulzaina y su tamboril, hasta que caían rendidos de sueño o de alcohol y se retiraban a sus casas.
El día grande.
A medida que la gente se fue haciendo mayor y los más jóvenes emigraban hacia destinos más prósperos, la fiesta se fue degradando, hasta que llegó un año, cuando Jacinto contaba con 18 primaveras, en el que las fiestas se limitaban a la misa.
Cinco años más tarde de eso Serafín, el chico de la Vito, ese que se habia hecho médico y que vivía en la capital, regresó para arreglar la vieja casa de su madre y veranear dos meses al año con su mujer y sus tres niños. Todo el mundo se alegró de la vuelta de Serafín, aunque torcieron el morro cuando hicieron lo mismo Joaquín, más conocido como Farola pequeño, Rodrigo, Cangrejo y Melquiades mayor, hermano de Melquiades pequeño, que en realidad se llamaba Julián, pero nadie saber por qué se quedó con ese apodo.
Los hijos pródigos, vuelven.
Esos cindo pioneros atrajeron a más gente, con lo que al año siguiente la población del pueblo durante los meses de verano crecía de los 75 habitantes originales a algo más de 130. Fue entonces cuando el Tomás, el alcalde, decidió que había que retomar la costumbre de celebrar el patrón a lo grande, y pidió a la Diputación Provincial dinero para organizar una verbena.
Fiesta por todo lo alto.
Era el día 10 de agosto del año 2000. Jacinto tenía 22 años y se acercó a la plaza atraído por las luces, el olor a cerdo asado y la atronadora música que nunca había oído. Cuando llegó, allí estaba ella, sobre el tablao que se guardaba en la caseta de detrás de la iglesia, la cantante de la Orquesta Casanova. En ese mismo instante, cuando la mirada de Joaquín se posó sobre aquella mujer, pasó de ser un zagal a ser un hombre.
La cantante estaba jamonare.
Hasta ese momento Joaquín no había conocido mujer. Por supuesto que en su pueblo había hembras (su madre, que en paz descanse, la Juliana, la chica de la Juliana, de su misma edad, Maritrini, la del panadero...), pero el nunca las había mirado con los ojos con los que ahora miraba a Salomé, como la anunció el hombre del piano pequeñito.
Desde ese día, hace ocho ya, la vida de Joaquín empeoró de manera detacable. Su cuerpo, por puro instinto, le pedía cubrir a una hembra inmediatamente, pero las trabas cada vez eran más importantes. Las únicas dos mujeres solteras del pueblo y de su edad, la chica de la Juliana y la Maritrini, eran dos objetos inalcanzables para Joaquín.
La una, la chica de la Juliana, era fea a rabiar. Desagradable de ver, tanto por el hecho de tener más bigote que él como de no haberse lavado el pelo en su vida, la convertían en una especie de espantapájaros de carne y hueso poco apetecible.
La chica la Juliana.
La otra, la Maritrini, tenía una belleza clásica. Clásica, para un pueblo de 75 habitantes, se supone, pero estaba comprometida con Frutos, el carnicero. Este punto no le molestaba en absoluto a Joaquín, y hubiera cubierto a la Maritrini de mil amores, pero el Frutos tenía unos brazos comparables a los pilares de la iglesia y bien era sabido por todos que como sospechara que alguien estaba mirando a la Maritrini tanto le podía dar por soltar una hostia a rodabrazo como por sacar el cuchillo de deshuesar y demostrar que conocía su oficio. Que se lo digan al hijo del Sebas.
La Maritrini.
La desazón por la falta de cópula crecía en Joaquín año tras año. Los inviernos los malpasaba como podía, pero los veranos eran una auténtica tortura. Las muchachas que venían a cantar a las verbenas cada vez eran más guapas, más ceñidas y más generosas de pecho, y las hijas de los forasteros que venían a vernear cada vez estaban más crecidas y llevaban menos ropa.
Joaquín intentó algún acercamiento con alguna durante las canciones lentas que tocaba la orquesta, pero solo lograba indiferencia, hilaridad o perder dinero invitando a chatos para que luego se fueran con otro.
La tensión de su entrepierna hacia que Joaquín perdiera los nervios a la menor. El primer incidente vino cuando discutió con Angel por el tema de las lindes. Esa misma noche le mato a todas las gallinas, mientras dormían. Otro día discutió con el Javier por el tema de por donde sacar cada uno a sus ovejas. Esa misma noche cogió su escopeta y le mató el perro. El año pasado fue cuando la montó más gorda: el Jesús no quiso pagarle un cordero que le vendió para la boda de su chiquilla (residente en el pueblo más grande de la comarca), ya que Jacinto se había hecho el listo y en vez de un lechal le había vendido la oveja más vieja del rebaño. Tras mucho discutir, llegando incluso a las manos, Joaquín le quemó el sembrado de trigo al Jesús esa misma noche.
La situación era insostenible: ya nadie hablaba a Jacinto, ni Jacinto hablaba con nadie. Y todo por la indiferencia de las hembras hacia el.
Pero la noche del nueve de agosto del año 2007 todo cambió. Jacinto estaba a punto de recoger a su rebaño, después de haber pasado todo el día pastando por el cerro cercano al pueblo, cuando se percató de que le faltaba una res. Era Lucera, la oveja más blanca de toda la recua. Supuso donde estaba escondido el animal, así que le hizo una señal al perro pastor y este supo inmediatamente que quedaba al mando del rebaño mientras su amo se ausentaba.
Joaquín anduvo 100 metros hacia la Madriguera, como se llamaba popularmente a la pequeña cueva que había en el pico Pardo (la montaña más alta del pueblo, de unos 150 metros). Como sospechaba, Lucera estaba allí, bebiendo plácidamente de un pequeño hilito de agua que corría por el interior.
Lucera, siempre te llevaré en mi corazón.
Cuando se acercó, se acordó de la cantante de la verbena del año anterior y tuvo una erección. Nunca le había pasado eso en mitad del campo, así que se quedó parado justo antes de llegar donde estaba Lucera. Durante unos treinta segundos se quedó con la mente en blanco; pasado ese tiempo, simplemente, actuó.
Se acercó por detrás lenta y sigilosamente a Lucera y se bajó los pantalones. Calzoncillos, casualmente, ese día no llevaba. Arrimó su pene erecto a la parte trasera de la oveja y empezó a empujar. El animal trató de escaparse al principio, pero las expertas manos esquiladoras de Jacinto sabían como agarrar a una borrega de tal manera que cuanto más esfuerzo hiciera ésta por escaparse, más dificil fuera para el bicho soltarse de las manos. Tras un pequeño forcejeo, el pene de Joaquín por fin hizo diana y se introdujo dentro de uno de los orificios merinos que tenía ante sí. En ese instante, Lucera se quedó quieta.
No duró mucho el acto, pero a partir de ese momento, Jacinto se notó totalmente relajado.
Desde ese día, es otro. Ha hecho las paces con todos los de su pueblo, incluso con el Jesús, y es más sociable. Ya desapareció la intranquilidad de antes, porque cuando tiene necesidad, le basta con cubrir a Lucera o a cualquier otra del rebaño. Atrás quedaron los tiempos de pasarlo mal acordándose de las mujeres de la verbena y de las extranjeras con ropas cada vez más minúsculas.
Jacinto, ahora, es feliz.
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Jacinto Melquiades Segura tiene 30 años. Toda su vida la ha pasado en su pueblo, Cabañas de Polendos. Su vida es apacible y tranquila: de lunes a sábado se dedica a cuidar de su rebaño de ovejas como tarea profesional, y los domingos, después de oir misa en la parroquia del pueblo, acude a la tabernilla de Manuel para tomarse un chato y conversar con el resto de lugareños.
Correcto, Jacinto aparenta más edad de la que en realidad tiene.
La paz de Jacinto solo se ver perturbada dos veces cada cuatro años. Es cuando los dos partidos mayoritarios del país se acuerdan de los 75 votantes del pueblo y asaltan las calles con los carteles electorales con lemas que nadie entiende y coches con altavoces integrados gritando monsergas que a nadie interesa. Eso es en las elecciones generales, claro. Para el alcalde todo el mundo sabe que de eso se encarga la familia del Tomás, aunque ese día ponen una urna en las escuelas y el chico del Tomás (el que ha heredado la poltrona) convida a los paisanos con unos frutos de la anterior matanza a cambio de meter el papelote con su nombre en la caja de cristal.
El pueblo al completo espera a que sirvan el vino español.
A parte de este acontecimiento, lejano en el tiempo entre sí, el día más grande de Cabañas es el diez de agosto, San Lorenzo. Cuando Jacinto era joven no se hacía casi nada especial; el cura, don Damián, ofrecía misa con la casulla de las grandes ocasiones, sacaban a hombros la imagen del patrón para darle un paseo por la plaza del pueblo y más tarde comían, bebían y bailaban todos con la música que tocaban Sebas y Mariano, con su dulzaina y su tamboril, hasta que caían rendidos de sueño o de alcohol y se retiraban a sus casas.
El día grande.
A medida que la gente se fue haciendo mayor y los más jóvenes emigraban hacia destinos más prósperos, la fiesta se fue degradando, hasta que llegó un año, cuando Jacinto contaba con 18 primaveras, en el que las fiestas se limitaban a la misa.
Cinco años más tarde de eso Serafín, el chico de la Vito, ese que se habia hecho médico y que vivía en la capital, regresó para arreglar la vieja casa de su madre y veranear dos meses al año con su mujer y sus tres niños. Todo el mundo se alegró de la vuelta de Serafín, aunque torcieron el morro cuando hicieron lo mismo Joaquín, más conocido como Farola pequeño, Rodrigo, Cangrejo y Melquiades mayor, hermano de Melquiades pequeño, que en realidad se llamaba Julián, pero nadie saber por qué se quedó con ese apodo.
Los hijos pródigos, vuelven.
Esos cindo pioneros atrajeron a más gente, con lo que al año siguiente la población del pueblo durante los meses de verano crecía de los 75 habitantes originales a algo más de 130. Fue entonces cuando el Tomás, el alcalde, decidió que había que retomar la costumbre de celebrar el patrón a lo grande, y pidió a la Diputación Provincial dinero para organizar una verbena.
Fiesta por todo lo alto.
Era el día 10 de agosto del año 2000. Jacinto tenía 22 años y se acercó a la plaza atraído por las luces, el olor a cerdo asado y la atronadora música que nunca había oído. Cuando llegó, allí estaba ella, sobre el tablao que se guardaba en la caseta de detrás de la iglesia, la cantante de la Orquesta Casanova. En ese mismo instante, cuando la mirada de Joaquín se posó sobre aquella mujer, pasó de ser un zagal a ser un hombre.
La cantante estaba jamonare.
Hasta ese momento Joaquín no había conocido mujer. Por supuesto que en su pueblo había hembras (su madre, que en paz descanse, la Juliana, la chica de la Juliana, de su misma edad, Maritrini, la del panadero...), pero el nunca las había mirado con los ojos con los que ahora miraba a Salomé, como la anunció el hombre del piano pequeñito.
Desde ese día, hace ocho ya, la vida de Joaquín empeoró de manera detacable. Su cuerpo, por puro instinto, le pedía cubrir a una hembra inmediatamente, pero las trabas cada vez eran más importantes. Las únicas dos mujeres solteras del pueblo y de su edad, la chica de la Juliana y la Maritrini, eran dos objetos inalcanzables para Joaquín.
La una, la chica de la Juliana, era fea a rabiar. Desagradable de ver, tanto por el hecho de tener más bigote que él como de no haberse lavado el pelo en su vida, la convertían en una especie de espantapájaros de carne y hueso poco apetecible.
La chica la Juliana.
La otra, la Maritrini, tenía una belleza clásica. Clásica, para un pueblo de 75 habitantes, se supone, pero estaba comprometida con Frutos, el carnicero. Este punto no le molestaba en absoluto a Joaquín, y hubiera cubierto a la Maritrini de mil amores, pero el Frutos tenía unos brazos comparables a los pilares de la iglesia y bien era sabido por todos que como sospechara que alguien estaba mirando a la Maritrini tanto le podía dar por soltar una hostia a rodabrazo como por sacar el cuchillo de deshuesar y demostrar que conocía su oficio. Que se lo digan al hijo del Sebas.
La Maritrini.
La desazón por la falta de cópula crecía en Joaquín año tras año. Los inviernos los malpasaba como podía, pero los veranos eran una auténtica tortura. Las muchachas que venían a cantar a las verbenas cada vez eran más guapas, más ceñidas y más generosas de pecho, y las hijas de los forasteros que venían a vernear cada vez estaban más crecidas y llevaban menos ropa.
Joaquín intentó algún acercamiento con alguna durante las canciones lentas que tocaba la orquesta, pero solo lograba indiferencia, hilaridad o perder dinero invitando a chatos para que luego se fueran con otro.
La tensión de su entrepierna hacia que Joaquín perdiera los nervios a la menor. El primer incidente vino cuando discutió con Angel por el tema de las lindes. Esa misma noche le mato a todas las gallinas, mientras dormían. Otro día discutió con el Javier por el tema de por donde sacar cada uno a sus ovejas. Esa misma noche cogió su escopeta y le mató el perro. El año pasado fue cuando la montó más gorda: el Jesús no quiso pagarle un cordero que le vendió para la boda de su chiquilla (residente en el pueblo más grande de la comarca), ya que Jacinto se había hecho el listo y en vez de un lechal le había vendido la oveja más vieja del rebaño. Tras mucho discutir, llegando incluso a las manos, Joaquín le quemó el sembrado de trigo al Jesús esa misma noche.
La situación era insostenible: ya nadie hablaba a Jacinto, ni Jacinto hablaba con nadie. Y todo por la indiferencia de las hembras hacia el.
Pero la noche del nueve de agosto del año 2007 todo cambió. Jacinto estaba a punto de recoger a su rebaño, después de haber pasado todo el día pastando por el cerro cercano al pueblo, cuando se percató de que le faltaba una res. Era Lucera, la oveja más blanca de toda la recua. Supuso donde estaba escondido el animal, así que le hizo una señal al perro pastor y este supo inmediatamente que quedaba al mando del rebaño mientras su amo se ausentaba.
Joaquín anduvo 100 metros hacia la Madriguera, como se llamaba popularmente a la pequeña cueva que había en el pico Pardo (la montaña más alta del pueblo, de unos 150 metros). Como sospechaba, Lucera estaba allí, bebiendo plácidamente de un pequeño hilito de agua que corría por el interior.
Lucera, siempre te llevaré en mi corazón.
Cuando se acercó, se acordó de la cantante de la verbena del año anterior y tuvo una erección. Nunca le había pasado eso en mitad del campo, así que se quedó parado justo antes de llegar donde estaba Lucera. Durante unos treinta segundos se quedó con la mente en blanco; pasado ese tiempo, simplemente, actuó.
Se acercó por detrás lenta y sigilosamente a Lucera y se bajó los pantalones. Calzoncillos, casualmente, ese día no llevaba. Arrimó su pene erecto a la parte trasera de la oveja y empezó a empujar. El animal trató de escaparse al principio, pero las expertas manos esquiladoras de Jacinto sabían como agarrar a una borrega de tal manera que cuanto más esfuerzo hiciera ésta por escaparse, más dificil fuera para el bicho soltarse de las manos. Tras un pequeño forcejeo, el pene de Joaquín por fin hizo diana y se introdujo dentro de uno de los orificios merinos que tenía ante sí. En ese instante, Lucera se quedó quieta.
No duró mucho el acto, pero a partir de ese momento, Jacinto se notó totalmente relajado.
Desde ese día, es otro. Ha hecho las paces con todos los de su pueblo, incluso con el Jesús, y es más sociable. Ya desapareció la intranquilidad de antes, porque cuando tiene necesidad, le basta con cubrir a Lucera o a cualquier otra del rebaño. Atrás quedaron los tiempos de pasarlo mal acordándose de las mujeres de la verbena y de las extranjeras con ropas cada vez más minúsculas.
Jacinto, ahora, es feliz.
Me cago en los muertos de Manolo Cardo.