Relatos de Dolordebarriga, con algún poema.
- Merodeador
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Relatos de Dolordebarriga, con algún poema.
En este hilo me dispongo, si las fuerzas no me faltan, plasmar los relatos de este insigne forero, compañero y para mí: amigo.
Última edición por Merodeador el 19 Oct 2006 21:47, editado 1 vez en total.
Afinador de cisternas
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Joia Vanidad I (de yonkis)
Joia Vanidad I (de yonkis)
Mi padre era el encargado del turno de noche de una fábrica de harinas de pescado. Los dueños de la fábrica, supongo que por razones puramente políticas, ( sobres repletos de dinero bajo mano y esas cosas tan típicas de nuestra bizarra economía), decidieron construir otra fábrica en un pueblito de la costa del norte de España.
A mi viejo le ofrecieron, (bueno realmente fue un “lo tomas o lo dejas”) ser encargado del turno de día allí, para formar y controlar un poco a los nuevos empleados. Le daban bastante más plata y una pisito pagado en régimen de alquiler en el pueblito. Se lo dijeron en un mes de junio y a mediados de agosto, la familia Pelaez, hizo los bártulos y se largó para allí.
Yo tenía 12 años y dejaba atrás una novieta, con la que incluso planee escaparme al enterarme de que nos mudábamos de lugar, un montón de amigos y todos los recuerdos de mi vida.
Luego, la verdad, es que no todo fue tan dramático como pensaba, el inicio del curso escolar en un nuevo centro, con treinta (más o menos) nuevos compañeros resultó bastante mejor de lo que en un primer momento parecía. Yo era el niñato catalán de ciudad comenzando un nuevo curso en una escuela donde ya todos se conocían de toda la vida. Pero enseguida conecté con la gente y mi vida volvió a estabilizarse. Eso significa que tuve otra novieta y comencé a espaciar cada vez más las cartas de amor con la antigua novia de ciudad, si, con esa con la que nos habíamos jurado amor eterno. La vida a los 12 es mucho más sencilla y lógica.
En la clase, como en todas las clases, estaban representados todos los arquetipos, los lideres, las guapas, los pringados, las tímidas, los freakis. Bueno todos habéis ido alguna vez a la escuela y tenéis perfecto conocimiento de cómo funciona este mundo.
Hay compañeros de clase que están toda la vida a tu lado pero de los que tu nunca llegas a saber absolutamente nada, esos niños grises como difuminados que se sientan en las filas intermedias y de los que una vez que abandones el colegio olvidaras inmediatamente su nombre, su rostro y su voz.
Una de esas niñas, que ahora bautizaré como Beatriz, era conocida en mi clase por sus ausencias a la hora de pasar lista ( “Pérez, Beatriz” , “no ha venido señorita”). Era una niña tímida , que hablaba muy poco y que venía poco a clase, aunque sacaba buenas notas.
Un día de primavera el tutor de la clase nos dijo que tenía que comunicarnos una cosa muy importante. Nuestra compañera de clase, Beatriz, que ese día tampoco había venido, tenía una leucemia del copón y le quedaban algo así como tres meses de vida. Sus padres y ella misma habían decidido que sus compañeros supieran la noticia y el tiempo que le quedaba pretendía hacer vida normal.
Es muy difícil contaros que es lo que pasa en una clase de chavales de 12/13 años cuando te dicen que alguien de tu misma edad se va a morir en un suspiro.
Cuando a los dos días Beatriz se incorporó a clase hubo de todo, muchos eran incapaces de mirarla a la cara, otros eran infinitamente amables y condescendientes con ella…
A mí, me fascinó la idea de que hubiera alguien de mi edad con la vida ya marcada, con una fecha de caducidad cierta y segura y sobre todo pensaba que a mí sólo me quedaban tres meses para intentar conocer a una persona de la que en los siete meses anteriores nada había sabido. Tal vez fuera una chica realmente interesante y no me quedaban más de tres meses para conocerla, compartir y aprender de ella.
Seguramente porque nunca la traté como la pobrecita Bea que se va a morir de un día para otro, me recibió muy bien. Nos hicimos realmente amigos, hablábamos muchísimo durante el recreo y los días que no venía escuela me pasaba por su casa y si su madre me daba permiso, los días que no estaba muy pocha, nos encerrábamos en su habitación y se nos pasaba la tarde sin darnos cuenta.
Mi novia del cole, de la que ya ni recuerdo el nombre, acabo enfadada conmigo y enrollándose con mi mejor amigo de la clase, cosa que no me importó en absoluto y además me sirvió para darme cuenta de la relatividad de ese sentimiento tan extraño que llamamos amor.
Un día en la habitación de Bea, habían pasado dos meses desde que nos reunieron en el cole para comunicarnos su enfermedad, estábamos enfrascados en una conversación que ahora ya no recuerdo, pero seguro que era divertida e interesante, ya que Bea era una de las personas más ingeniosas e inteligentes que he conocido nunca, cuando ella me dijo que nunca le había besado nadie y que “se moriría por un beso mio”.
Yo que era, y continuo siendo un gilipollas y siempre tengo la necesidad de soltar el comentario gracioso (joia ironía!!) le contesté un “paso de competir con la leucemia, yo te beso pero mejor que te mate ella” lo que provocó que a ambos nos diera un ataque de pura risa. A Bea le entró la tos de tanto reirse y su madre preocupada apareció en la habitación y nos dijo que era mejor dejar por ese día la conversación.
Los tres siguientes días no me dejaron entrar a verla. Al cuarto murió.
Cuando fui al velatorio no tenía la idea preconcebida de besarla, pero cuando la vi, tan guapa y serena dentro de su ataúd blanco supe que quería y tenía que hacerlo. Se que fui a tocarla como el resto de la gente (en España se toca mucho a los muertos) pero me descubrí presionándole las mejillas con mi mano para abrirle la boca e introduciendo mi lengua entre sus labios.
Recuerdo que la gente gritó y que alguien me soltó una soberana ostia por la espalda y que me sacaron a empujones de la sala del velatorio.
Recuerdo también que mi padre, por la tarde cuando volvió de la fábrica llevaba los ojos inyectados en sangre y me dio la primera y única paliza de mi vida.
Recuerdo también como a mi vuelta al colegio nadie me hablaba y todos me evitaban. Se que también a mis padres y hermanos les hicieron el vacío en el pueblo.
En julio, mi padre, pidió el traslado, por motivos personales a su antigua fábrica y los dueños se lo concedieron inmediatamente.
Volví a mi ciudad, a mi vida anterior, mi familia nunca ha hablado del tema, es un gran tabú, y si alguien preguntaba porque nos volvimos ofrecian los más peregrinos motivos.
Al final parece que aquello no llegó a ocurrir nunca, pero lo cierto es que sucedió y lo que es todavía más cierto es que nunca me he arrepentido por besarla.
Estoy absolutamente seguro de que a ella le encantó ese beso y de que si al final no nos acabamos cuando nos morimos me estará esperando para devolvérmelo.
Mi padre era el encargado del turno de noche de una fábrica de harinas de pescado. Los dueños de la fábrica, supongo que por razones puramente políticas, ( sobres repletos de dinero bajo mano y esas cosas tan típicas de nuestra bizarra economía), decidieron construir otra fábrica en un pueblito de la costa del norte de España.
A mi viejo le ofrecieron, (bueno realmente fue un “lo tomas o lo dejas”) ser encargado del turno de día allí, para formar y controlar un poco a los nuevos empleados. Le daban bastante más plata y una pisito pagado en régimen de alquiler en el pueblito. Se lo dijeron en un mes de junio y a mediados de agosto, la familia Pelaez, hizo los bártulos y se largó para allí.
Yo tenía 12 años y dejaba atrás una novieta, con la que incluso planee escaparme al enterarme de que nos mudábamos de lugar, un montón de amigos y todos los recuerdos de mi vida.
Luego, la verdad, es que no todo fue tan dramático como pensaba, el inicio del curso escolar en un nuevo centro, con treinta (más o menos) nuevos compañeros resultó bastante mejor de lo que en un primer momento parecía. Yo era el niñato catalán de ciudad comenzando un nuevo curso en una escuela donde ya todos se conocían de toda la vida. Pero enseguida conecté con la gente y mi vida volvió a estabilizarse. Eso significa que tuve otra novieta y comencé a espaciar cada vez más las cartas de amor con la antigua novia de ciudad, si, con esa con la que nos habíamos jurado amor eterno. La vida a los 12 es mucho más sencilla y lógica.
En la clase, como en todas las clases, estaban representados todos los arquetipos, los lideres, las guapas, los pringados, las tímidas, los freakis. Bueno todos habéis ido alguna vez a la escuela y tenéis perfecto conocimiento de cómo funciona este mundo.
Hay compañeros de clase que están toda la vida a tu lado pero de los que tu nunca llegas a saber absolutamente nada, esos niños grises como difuminados que se sientan en las filas intermedias y de los que una vez que abandones el colegio olvidaras inmediatamente su nombre, su rostro y su voz.
Una de esas niñas, que ahora bautizaré como Beatriz, era conocida en mi clase por sus ausencias a la hora de pasar lista ( “Pérez, Beatriz” , “no ha venido señorita”). Era una niña tímida , que hablaba muy poco y que venía poco a clase, aunque sacaba buenas notas.
Un día de primavera el tutor de la clase nos dijo que tenía que comunicarnos una cosa muy importante. Nuestra compañera de clase, Beatriz, que ese día tampoco había venido, tenía una leucemia del copón y le quedaban algo así como tres meses de vida. Sus padres y ella misma habían decidido que sus compañeros supieran la noticia y el tiempo que le quedaba pretendía hacer vida normal.
Es muy difícil contaros que es lo que pasa en una clase de chavales de 12/13 años cuando te dicen que alguien de tu misma edad se va a morir en un suspiro.
Cuando a los dos días Beatriz se incorporó a clase hubo de todo, muchos eran incapaces de mirarla a la cara, otros eran infinitamente amables y condescendientes con ella…
A mí, me fascinó la idea de que hubiera alguien de mi edad con la vida ya marcada, con una fecha de caducidad cierta y segura y sobre todo pensaba que a mí sólo me quedaban tres meses para intentar conocer a una persona de la que en los siete meses anteriores nada había sabido. Tal vez fuera una chica realmente interesante y no me quedaban más de tres meses para conocerla, compartir y aprender de ella.
Seguramente porque nunca la traté como la pobrecita Bea que se va a morir de un día para otro, me recibió muy bien. Nos hicimos realmente amigos, hablábamos muchísimo durante el recreo y los días que no venía escuela me pasaba por su casa y si su madre me daba permiso, los días que no estaba muy pocha, nos encerrábamos en su habitación y se nos pasaba la tarde sin darnos cuenta.
Mi novia del cole, de la que ya ni recuerdo el nombre, acabo enfadada conmigo y enrollándose con mi mejor amigo de la clase, cosa que no me importó en absoluto y además me sirvió para darme cuenta de la relatividad de ese sentimiento tan extraño que llamamos amor.
Un día en la habitación de Bea, habían pasado dos meses desde que nos reunieron en el cole para comunicarnos su enfermedad, estábamos enfrascados en una conversación que ahora ya no recuerdo, pero seguro que era divertida e interesante, ya que Bea era una de las personas más ingeniosas e inteligentes que he conocido nunca, cuando ella me dijo que nunca le había besado nadie y que “se moriría por un beso mio”.
Yo que era, y continuo siendo un gilipollas y siempre tengo la necesidad de soltar el comentario gracioso (joia ironía!!) le contesté un “paso de competir con la leucemia, yo te beso pero mejor que te mate ella” lo que provocó que a ambos nos diera un ataque de pura risa. A Bea le entró la tos de tanto reirse y su madre preocupada apareció en la habitación y nos dijo que era mejor dejar por ese día la conversación.
Los tres siguientes días no me dejaron entrar a verla. Al cuarto murió.
Cuando fui al velatorio no tenía la idea preconcebida de besarla, pero cuando la vi, tan guapa y serena dentro de su ataúd blanco supe que quería y tenía que hacerlo. Se que fui a tocarla como el resto de la gente (en España se toca mucho a los muertos) pero me descubrí presionándole las mejillas con mi mano para abrirle la boca e introduciendo mi lengua entre sus labios.
Recuerdo que la gente gritó y que alguien me soltó una soberana ostia por la espalda y que me sacaron a empujones de la sala del velatorio.
Recuerdo también que mi padre, por la tarde cuando volvió de la fábrica llevaba los ojos inyectados en sangre y me dio la primera y única paliza de mi vida.
Recuerdo también como a mi vuelta al colegio nadie me hablaba y todos me evitaban. Se que también a mis padres y hermanos les hicieron el vacío en el pueblo.
En julio, mi padre, pidió el traslado, por motivos personales a su antigua fábrica y los dueños se lo concedieron inmediatamente.
Volví a mi ciudad, a mi vida anterior, mi familia nunca ha hablado del tema, es un gran tabú, y si alguien preguntaba porque nos volvimos ofrecian los más peregrinos motivos.
Al final parece que aquello no llegó a ocurrir nunca, pero lo cierto es que sucedió y lo que es todavía más cierto es que nunca me he arrepentido por besarla.
Estoy absolutamente seguro de que a ella le encantó ese beso y de que si al final no nos acabamos cuando nos morimos me estará esperando para devolvérmelo.
Afinador de cisternas
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Joia vanidad III (de yonkis)
Joia vanidad III (de yonkis)
Me aturdo, llevo mucho rato como ido, sin pensar en nada con la cabeza fria. Cuando me ocurre esto acabo por abstraerme del todo y al final ni siquiera se cuanto rato he no-estado entre los vivos.
Hay veces que han sido tan solo algunos minutos, otras, en cambio, he no-estado durante horas y horas.
Pero esta tarde no puedo dejarme ir, esta tarde van a ocurrir cosas interesantes, lo presiento. Los días se han alargado, el invierno ha llegado a su fin y ellas tienen que estar al caer. Será hoy, seguro que será hoy.
Soledad, mi soledad, una soledad oscura y apremiante una soledad pesada como una vieja colcha de cama.
Me duele la soledad, la muy jodida escarba en mi pecho y anida junto a mi corazón. Y lo empuja, lo socava, lo zahiere.
No se salir, no se decir, no se tocar. Me cuesta tanto conseguir establecer un pequeño puente con alguien. Siempre mantengo las distancias.
Cortapisas, cortapisas, cortapisas. Yo a un lado, el resto al otro. Insondable abismo entre mi lado y el del resto.
Llevo en el sofá desde las 10 de la mañana, ya son las 14 y todavía no ha pasado nada. Tal vez hoy tampoco vengan.
El timbre!!!, suena el timbre, suena mi timbre!! mi timbre??. Me levanto y voy hacia la puerta.
Abro.
Es rubia, de metro sesenta y cinco , lleva el pelo recogido en una coleta alta y viste unos ajustados y desgastados vaqueros azules y una camisa naranja holgada.
Sonrie. Es guapa, es jodidamente guapa-
Me dice- Hola perdona que te moleste, soy tu vecina del cuarto.
Le digo- Que quieres???
Me dice- mira se nos ha acabado el aceite y pensé que tal vez tu pudieras prestarnos un poco.
Le digo- Yo no tengo nada. Yo nunca tengo nada.
Me dice- Bueno , pues no te molesto más.
Cierro la puerta, y vuelvo al sofá.
Sigo solo, sigo muy solo; y ahora además no puedo sacarme de la cabeza a la rubia del cuarto. Nunca la había visto. Sus tetas se vislumbraban a través de la tela de la camisa naranja. Creo que se le notaban sus pezones también. Unos pezones gordos que un hijoputa le comerá por las noches mientras ella gime de placer.
Jodida soledad, por qué no vienen ellas de una vez???
No puedo más, el recuerdo de la rubia me está poniendo enfermo. Llamo por teléfono.
Me amodorro, pasa una hora, suena el timbre.
Abro.
Me dice- Hola has llamado a la agencia??
Le digo- Tienes el dinero en este sobre. Cuéntalo.
Me han hecho caso, es tal como la he pedido. Es rubia de metro sesenta y cinco lleva el pelo recogido en una coleta alta , y viste unos tejanos y una camisa roja. La pedí naranja, pero era demasiado difícil. No es tan guapa, pero es muy, muy joven.
Me dice- Perfecto, está bien. Como te llamas???.
Le digo- Te pago para que me la chupes, no para que me pegues el coñazo.
Camino hacia el sofá. Me bajo los pantalones y el slip y le indico con una mirada que estoy esperando.
Me dice- Buff, que rápido eres.
Le digo- empieza a chupármela y deja de hablar.
Me corro dentro del condón a los diez minutos mientras pienso en la vecina del cuarto.
Me dice – Puedo ir al baño para limpiarme???
Le digo- No. Deberías traerte tus propios pañuelos de papel.
Me subo el slip y el pantalón, arrojo antes el condón sobre la mesita, y la acompaño hasta la puerta.
Me dice – Eres un hijodeputa.
Cierro la puerta.
Vuelvo al sofá. Otra vez sólo. Podría haber sido más amable con la vecina del cuarto. La verdad es que tenía un montón de aceite de sobras. No se porque soy tan seco.
Jodida soledad Por qué siempre estoy tan sólo.???
Cierro los ojos, dispuesto a irme de aquí y de repente la oigo.
Ha llegado, la primera de ellas ya ha llegado. Por fin mi soledad se verá mitigada.
Da vueltas por el salón y se para sobre la mesita. Me mira y le sonrío.
Cojo agua y un poco de azúcar y la extiendo sobre el dorso de mi mano.
No me muevo. Ella acude, se posa sobre mi mano y empieza a absorber el azúcar.
La observo. Me gusta. soy feliz. Ya no volveré a estar sólo hasta octubre.
Vuestro, escriba sentado;
Dolordebarriga
Me aturdo, llevo mucho rato como ido, sin pensar en nada con la cabeza fria. Cuando me ocurre esto acabo por abstraerme del todo y al final ni siquiera se cuanto rato he no-estado entre los vivos.
Hay veces que han sido tan solo algunos minutos, otras, en cambio, he no-estado durante horas y horas.
Pero esta tarde no puedo dejarme ir, esta tarde van a ocurrir cosas interesantes, lo presiento. Los días se han alargado, el invierno ha llegado a su fin y ellas tienen que estar al caer. Será hoy, seguro que será hoy.
Soledad, mi soledad, una soledad oscura y apremiante una soledad pesada como una vieja colcha de cama.
Me duele la soledad, la muy jodida escarba en mi pecho y anida junto a mi corazón. Y lo empuja, lo socava, lo zahiere.
No se salir, no se decir, no se tocar. Me cuesta tanto conseguir establecer un pequeño puente con alguien. Siempre mantengo las distancias.
Cortapisas, cortapisas, cortapisas. Yo a un lado, el resto al otro. Insondable abismo entre mi lado y el del resto.
Llevo en el sofá desde las 10 de la mañana, ya son las 14 y todavía no ha pasado nada. Tal vez hoy tampoco vengan.
El timbre!!!, suena el timbre, suena mi timbre!! mi timbre??. Me levanto y voy hacia la puerta.
Abro.
Es rubia, de metro sesenta y cinco , lleva el pelo recogido en una coleta alta y viste unos ajustados y desgastados vaqueros azules y una camisa naranja holgada.
Sonrie. Es guapa, es jodidamente guapa-
Me dice- Hola perdona que te moleste, soy tu vecina del cuarto.
Le digo- Que quieres???
Me dice- mira se nos ha acabado el aceite y pensé que tal vez tu pudieras prestarnos un poco.
Le digo- Yo no tengo nada. Yo nunca tengo nada.
Me dice- Bueno , pues no te molesto más.
Cierro la puerta, y vuelvo al sofá.
Sigo solo, sigo muy solo; y ahora además no puedo sacarme de la cabeza a la rubia del cuarto. Nunca la había visto. Sus tetas se vislumbraban a través de la tela de la camisa naranja. Creo que se le notaban sus pezones también. Unos pezones gordos que un hijoputa le comerá por las noches mientras ella gime de placer.
Jodida soledad, por qué no vienen ellas de una vez???
No puedo más, el recuerdo de la rubia me está poniendo enfermo. Llamo por teléfono.
Me amodorro, pasa una hora, suena el timbre.
Abro.
Me dice- Hola has llamado a la agencia??
Le digo- Tienes el dinero en este sobre. Cuéntalo.
Me han hecho caso, es tal como la he pedido. Es rubia de metro sesenta y cinco lleva el pelo recogido en una coleta alta , y viste unos tejanos y una camisa roja. La pedí naranja, pero era demasiado difícil. No es tan guapa, pero es muy, muy joven.
Me dice- Perfecto, está bien. Como te llamas???.
Le digo- Te pago para que me la chupes, no para que me pegues el coñazo.
Camino hacia el sofá. Me bajo los pantalones y el slip y le indico con una mirada que estoy esperando.
Me dice- Buff, que rápido eres.
Le digo- empieza a chupármela y deja de hablar.
Me corro dentro del condón a los diez minutos mientras pienso en la vecina del cuarto.
Me dice – Puedo ir al baño para limpiarme???
Le digo- No. Deberías traerte tus propios pañuelos de papel.
Me subo el slip y el pantalón, arrojo antes el condón sobre la mesita, y la acompaño hasta la puerta.
Me dice – Eres un hijodeputa.
Cierro la puerta.
Vuelvo al sofá. Otra vez sólo. Podría haber sido más amable con la vecina del cuarto. La verdad es que tenía un montón de aceite de sobras. No se porque soy tan seco.
Jodida soledad Por qué siempre estoy tan sólo.???
Cierro los ojos, dispuesto a irme de aquí y de repente la oigo.
Ha llegado, la primera de ellas ya ha llegado. Por fin mi soledad se verá mitigada.
Da vueltas por el salón y se para sobre la mesita. Me mira y le sonrío.
Cojo agua y un poco de azúcar y la extiendo sobre el dorso de mi mano.
No me muevo. Ella acude, se posa sobre mi mano y empieza a absorber el azúcar.
La observo. Me gusta. soy feliz. Ya no volveré a estar sólo hasta octubre.
Vuestro, escriba sentado;
Dolordebarriga
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- Registrado: 17 Mar 2004 01:18
Joia Vanidad II (de fosphorito)
Joia Vanidad II (de fosphorito)
Respiro entrecortadamente intentando recuperarme.
Otra vez se me ha vuelto a escapar.
Pero esta vez he estado cerca
Toda una eternidad persiguiendo al hombre del traje verde
Algún día conseguiré atraparlo y ver su cara.
Necesito saber quien es, aunque en realidad me aterra alcanzarlo.
He imaginado mil veces su rostro, le he puesto mil nombres y lo he llamado por todos ellos. Le he creído saber mil motivos diferentes para huir de mí y se los he gritado al viento.
Nunca dice nada, tan sólo corre.
Siempre lo vislumbro de espaldas a mí, y por muy prudente que yo sea él sugiere mi presencia antes de poder acercarme lo suficiente.
Una vez perdió su sombrero de fieltro.
Y un par más dejó escapar de su mano su caja de herramientas.
Siempre he pasado de largo, pues en esas ocasiones estaba seguro de poder correr más que él.
Luego cuando lo pierdo y vuelvo hacia atrás no encuentro sus cosas.
Todavía no domino las técnicas de control y no puedo dirigirme hacia donde verdaderamente quiero
Bebo un vaso de agua y vuelvo al sueño.
El hombre del traje verde me esta esperando para seguir huyendo.
Estoy empapado en sudor y temblando.
Otra vez he vuelto a escapar.
Pero esta vez ha estado muy cerca.
No se como lo hace para encontrarme siempre.
Llevo toda mi inconsciencia alejándome de él
Nunca le he llegado a ver, aunque soy capaz de notar su presencia.
El vello se me eriza y el corazón comienza a galopar desenfrenado
Entonces corro con todas mis fuerzas
En ocasiones me llama por nombres extraños y grita frases sin sentido en un idioma que ni siquiera entiendo.
Hasta ahora siempre he sido más rápido.
A veces pienso en volver el rostro y así poder por fin entrever ante quien huyo; a veces quiero que me atrape de una vez para dejar de correr.
Pero, sin saber por qué, me aterra hacerlo.
Escondo la cabeza bajo la almohada y cierro mis ojos
Es hora de seguir huyendo.
.................................................................
Ahi vuelve a estar, siempre dándome la espalda, siempre con su traje verde.
Me acerco sigilosamente, pero me detecta y comienza a correr.
Lo siento llegar, se que vuelve a estar ahí.
Inicio mi rutina y comienzo a huir.
Corro detrás de él, pero no llego.
Otra vez se está alejando de mí.
Se acabó!!!, voy a dejar de correr.
Me paro, pero no me atrevo a girarme.
Se ha detenido!!!, que está haciendo??, nunca había dejado de correr.
Yo también paro. Estoy a cinco metros y permanece de espaldas a mí.
Que hago ahora???, voy hacia él??, tengo miedo.
Él también se ha parado, lo noto. Siento su aliento, también tiene miedo.
Que hago ahora???, me giro???, tengo miedo.
Me acerco.
Me giro.
..........................................................
Se ha girado, veo su cara y no la reconozco.
Por fin veo a mi perseguidor, pero, ¿quien es?
Me mira con curiosidad él también parece estar sorprendido.
Me mira con curiosidad él también parece estar sorprendido.
Un ruido me perturba me despierto y salgo del sueño
Un ruido me perturba me despierto y salgo del sueño
A tiempo de darme cuenta de que me he dormido conduciendo el camión y este descontrolado se precipita contra una parada del autobus.
A tiempo de darme cuenta de que me he dormido mientras esperaba el autobus y que un camión está a punto de arrollarme.
Ahora comprendo el significado del sueño que me ha venido atormentando toda la vida. Persigo a mi víctima.
Por fin lo comprendo todo. Él está tras el volante. Es mi verdugo.
Jodido destino
Jodido destino
.......................................................
CAMION ARROLLA PEATON CAUSÁNDOLE LA MUERTE.
Agencias- Villalonga de Ter. Un camión con matrícula alemana perdió el control en la carretera C-33 precipitándose contra la parada del autobús interurbano en la que por suerte, dada la intempestiva hora de la mañana, 5 a.m., tan sólo se encontraba una persona, Emilio N. S. de 33 años que falleció en el acto. El conductor del camión que resultó ileso fue ingresado en el hospital preso de una crisis nerviosa.
El recorte de periódico ya amarilleaba entre mis dedos. Había sido esta la primera y única vez que mi pequeño pueblo salió citado en un diario de tirada nacional, y de eso hace ya más de 22 años. Entonces recorté ilusionado el artículo y hoy, tanto tiempo después lo recupero porque Otto se ha ido.
Otto tuvo que indemnizar a la exmujer y el hijo de Emilio, que ya no vivian en el pueblo, pero no fué a la carcel. Extrañamente se instaló entre nosotros y cada día acudía al cementerio y depositaba flores frescas sobre la tumba de Emilio y allí pasaba largas horas en silencio. Eso hizo durante todos y cada uno de los días de estos últimos 22 años. El pueblo, al principio se apiado de él e intento reconfortarle. Incluso el párroco intentó hablar con el alemán para decirle que no era necesario tanto sacrificio, que Dios y Emilio ya lo habían perdonado.
El alemán vivió y envejeció aquí. A veces bajaba a la ciudad, pero nunca pasó una noche fuera. Era amable con todos y sumamente educado. Poco a poco se convirtió en uno más.
El alcalde le acabó dando las llaves de la verja del cementerio y cuando alguién quería acudir tan sólo debía hacérselo saber a Otto para que este le abriera.
Hace tres días las llaves aparecieron en el descansillo de la puerta de la vivienda del párroco. Otto se ha ido y todos aquí sentimos que ya no volverá.
Vuestro, haciendo punta a los lápices;
Dolordebarriga
Respiro entrecortadamente intentando recuperarme.
Otra vez se me ha vuelto a escapar.
Pero esta vez he estado cerca
Toda una eternidad persiguiendo al hombre del traje verde
Algún día conseguiré atraparlo y ver su cara.
Necesito saber quien es, aunque en realidad me aterra alcanzarlo.
He imaginado mil veces su rostro, le he puesto mil nombres y lo he llamado por todos ellos. Le he creído saber mil motivos diferentes para huir de mí y se los he gritado al viento.
Nunca dice nada, tan sólo corre.
Siempre lo vislumbro de espaldas a mí, y por muy prudente que yo sea él sugiere mi presencia antes de poder acercarme lo suficiente.
Una vez perdió su sombrero de fieltro.
Y un par más dejó escapar de su mano su caja de herramientas.
Siempre he pasado de largo, pues en esas ocasiones estaba seguro de poder correr más que él.
Luego cuando lo pierdo y vuelvo hacia atrás no encuentro sus cosas.
Todavía no domino las técnicas de control y no puedo dirigirme hacia donde verdaderamente quiero
Bebo un vaso de agua y vuelvo al sueño.
El hombre del traje verde me esta esperando para seguir huyendo.
Estoy empapado en sudor y temblando.
Otra vez he vuelto a escapar.
Pero esta vez ha estado muy cerca.
No se como lo hace para encontrarme siempre.
Llevo toda mi inconsciencia alejándome de él
Nunca le he llegado a ver, aunque soy capaz de notar su presencia.
El vello se me eriza y el corazón comienza a galopar desenfrenado
Entonces corro con todas mis fuerzas
En ocasiones me llama por nombres extraños y grita frases sin sentido en un idioma que ni siquiera entiendo.
Hasta ahora siempre he sido más rápido.
A veces pienso en volver el rostro y así poder por fin entrever ante quien huyo; a veces quiero que me atrape de una vez para dejar de correr.
Pero, sin saber por qué, me aterra hacerlo.
Escondo la cabeza bajo la almohada y cierro mis ojos
Es hora de seguir huyendo.
.................................................................
Ahi vuelve a estar, siempre dándome la espalda, siempre con su traje verde.
Me acerco sigilosamente, pero me detecta y comienza a correr.
Lo siento llegar, se que vuelve a estar ahí.
Inicio mi rutina y comienzo a huir.
Corro detrás de él, pero no llego.
Otra vez se está alejando de mí.
Se acabó!!!, voy a dejar de correr.
Me paro, pero no me atrevo a girarme.
Se ha detenido!!!, que está haciendo??, nunca había dejado de correr.
Yo también paro. Estoy a cinco metros y permanece de espaldas a mí.
Que hago ahora???, voy hacia él??, tengo miedo.
Él también se ha parado, lo noto. Siento su aliento, también tiene miedo.
Que hago ahora???, me giro???, tengo miedo.
Me acerco.
Me giro.
..........................................................
Se ha girado, veo su cara y no la reconozco.
Por fin veo a mi perseguidor, pero, ¿quien es?
Me mira con curiosidad él también parece estar sorprendido.
Me mira con curiosidad él también parece estar sorprendido.
Un ruido me perturba me despierto y salgo del sueño
Un ruido me perturba me despierto y salgo del sueño
A tiempo de darme cuenta de que me he dormido conduciendo el camión y este descontrolado se precipita contra una parada del autobus.
A tiempo de darme cuenta de que me he dormido mientras esperaba el autobus y que un camión está a punto de arrollarme.
Ahora comprendo el significado del sueño que me ha venido atormentando toda la vida. Persigo a mi víctima.
Por fin lo comprendo todo. Él está tras el volante. Es mi verdugo.
Jodido destino
Jodido destino
.......................................................
CAMION ARROLLA PEATON CAUSÁNDOLE LA MUERTE.
Agencias- Villalonga de Ter. Un camión con matrícula alemana perdió el control en la carretera C-33 precipitándose contra la parada del autobús interurbano en la que por suerte, dada la intempestiva hora de la mañana, 5 a.m., tan sólo se encontraba una persona, Emilio N. S. de 33 años que falleció en el acto. El conductor del camión que resultó ileso fue ingresado en el hospital preso de una crisis nerviosa.
El recorte de periódico ya amarilleaba entre mis dedos. Había sido esta la primera y única vez que mi pequeño pueblo salió citado en un diario de tirada nacional, y de eso hace ya más de 22 años. Entonces recorté ilusionado el artículo y hoy, tanto tiempo después lo recupero porque Otto se ha ido.
Otto tuvo que indemnizar a la exmujer y el hijo de Emilio, que ya no vivian en el pueblo, pero no fué a la carcel. Extrañamente se instaló entre nosotros y cada día acudía al cementerio y depositaba flores frescas sobre la tumba de Emilio y allí pasaba largas horas en silencio. Eso hizo durante todos y cada uno de los días de estos últimos 22 años. El pueblo, al principio se apiado de él e intento reconfortarle. Incluso el párroco intentó hablar con el alemán para decirle que no era necesario tanto sacrificio, que Dios y Emilio ya lo habían perdonado.
El alemán vivió y envejeció aquí. A veces bajaba a la ciudad, pero nunca pasó una noche fuera. Era amable con todos y sumamente educado. Poco a poco se convirtió en uno más.
El alcalde le acabó dando las llaves de la verja del cementerio y cuando alguién quería acudir tan sólo debía hacérselo saber a Otto para que este le abriera.
Hace tres días las llaves aparecieron en el descansillo de la puerta de la vivienda del párroco. Otto se ha ido y todos aquí sentimos que ya no volverá.
Vuestro, haciendo punta a los lápices;
Dolordebarriga
Afinador de cisternas
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- Registrado: 17 Mar 2004 01:18
Abrazos (de fosphorito)
Abrazos (de fosphorito)
Parecía un pez boqueando fuera del agua. Sus labios se abrían rítmicamente intentando encontrar el aire necesario para continuar respirando. El oxígeno viajaba por su garganta emitiendo el sonido sibilante de un balón de fútbol al deshincharse. Estaba claro que al menos uno de sus pulmones, aunque por los esfuerzos que hacía bien pudieran ser los dos, estaba perforado por una de sus propias costillas.
Del oído visible brotaba un fino pero constante reguero de roja sangre que resbalaba por el cuello hasta formar un pequeño charquito de bello contraste con el azul intenso de los baldosines del baño.
Mamá no saldría de esta. Había soportado con una estoicidad extraordinaria todas las palizas de papá durante años y años. Decía que él era un hombre bueno, pero que lo perdía el alcohol. A mí siempre me pareció un bruto bastardo al que siempre soñaba con poder matar algún día, antes de que él acabara con nosotros.
Pero ahora ya nada importaba, mamá se estaba muriendo en el suelo del baño con su ridícula bata de cuadros rojos y sus zapatillas de borlas doradas. Ni siquiera podía tener una muerte digna. Una vida de mierda que finalizaba con una muerte de mierda. Si, al menos, hubiera podido morir con el vestido que llevaba el día de la boda de Rosita. ¡Que guapa estaba ese día!. El tío Javier y el tío Pedro la piropearon con descaro y a ella se le subieron los colores y le brotó una sonrisa que yo casi ni recordaba que tuviera. Ver a mamá sonreír ese día fue tan maravilloso que ni siquiera me dolió la paliza que luego papá me dio por la noche.
Me agacho y acaricio el pelo de mamá y le digo “Te quiero, mamá, te quiero. Te juro que voy a salir de esta casa y no regresaré nunca. Yo si lo conseguiré, te juro que yo si lo conseguiré. Me iré lejos, donde no pueda encontrarme nunca y allí comenzaré de nuevo, como si nunca hubiera habido un antes. Tan sólo tú mamá, tan sólo tú formaras parte del ayer.”
Ella me mira y vuelve a sonreír como el día de la boda, como lo hacía cuando éramos pequeños y nos contaba esos fantásticos cuentos que inventaba para nosotros. Intenta decir algo, pero las palabras ya no brotan, entonces me mira; me mira con tanta dulzura que pienso que voy a romperme para siempre allí mismo y no podré cumplir mi promesa de escapar por las dos.
Mamá se apaga y yo me tiendo a su lado y le abrazo con fuerza mientras le susurro las bonitas canciones que ella nos regalaba por las mañanas mientras nos hacía el desayuno.
....................................................................
Camino sólo encogido por el frío e intentando llegar cuanto antes a casa para meterme en cama. Por eso esta vez entro en el parque. No me gusta cruzar por el parque de noche, y menos cuando voy sereno y sólo. Borracho es otra cosa, el alcohol me envalentona y me convierte en el hombre más osado del planeta Tierra. Pero cuando no he bebido siempre camino espantado, esperando que todas las calamidades me caigan encima.
Cuando la veo sentada en el banco del parque desvío la mirada y apresuro todavía más el paso.
Si no la hubiera oído sollozar… pero, no hay duda de que está llorando y aunque me muero de miedo no puedo marcharme sin más. Me detengo y me acerco al banco. Le digo “¿Te pasa algo?, ¿Puedo ayudarte?”.
Levanta la cabeza y entonces vislumbro uno de los rostros más fascinantes que puedan llegar a existir. Se limpia los mocos, que ya resbalan por sus labios, con el dorso de la mano y me dice casi sin voz pero con una frialdad inusitada. “¿Puedes follarme aquí mismo?”.
“De verdad, si quieres puedo…” Me interrumpe con la misma frialdad que antes “Si no puedes follarme será mejor que te largues”.
Me encojo de hombros, me doy la vuelta y comienzo a caminar hacia la salida del parque, pero entonces mi escondida parte irracional estalla en mí y se desborda por dentro. Voy hacía el banco y agarrándola por los hombros la pongo de pie, busco su boca y la beso con tanta pasión que me olvido de respirar. Ella me agarra por los pelos y mientras me atrae con fuerza con la otra mano desabrocha mi pantalón. Levanto su falda y sin ni siquiera bajarle las bragas, a horcajadas, la penetro con fuerza mientras intento girarme y llegar al banco para sentarla encima de mí. Follamos sin decirnos nada, mirándonos a los ojos y gimiendo ambos al mismo desenfrenado ritmo. Voy a correrme y ni siquiera pienso en hacerlo fuera de ella. Ella lo nota en mis ojos pero parece no importarle. Abraza mi espalda con tanta fuerza que parece que quiera romper todos mis huesos y aumentando todavía más el ritmo me embiste gimiendo y llorando a la vez.
Luego continúa abrazada a mí durante un rato, hasta que mi pene ahora flácido se desliza sólo fuera de ella. Entonces me besa rápido en la boca, se levanta y se va.
..............................................................
Al verlo bajar mi estómago se hace un ovillo y comienza a golpearme dolorosamente. Son ya diecisiete años, diecisiete años sin verlo y sin saber nada de él.
Y de repente una carta donde me dice que vuelve al pueblo, que regresa para siempre en el tren de las dos. Pero no dice cuando y yo me paso dos semanas yendo cada día a la estación con el corazón encogido esperando, sin ni siquiera saber si quiero, a que baje de una vez del jodido tren.
Lleva una maleta, sólo una maleta pequeña e inmediatamente pienso que no es casi nada lo que ha podido recopilar en todos estos años. Se acerca con un andar pausado y con el rostro sereno, pero puedo darme cuenta de que su siniestra sostiene con tanta fuerza la pequeña maleta que diríase está sosteniendo todo un mundo; y quizás sea así, quizás en el interior de ese pequeño equipaje acumule todas las experiencias de todos estos años de ausencia.
Me tiende la mano y espeta “¿Qué tal hermano?, veo que has engordado mucho desde la última vez” Le digo “Si, la vida tranquila del pueblo, tú ya sabes” mientras estrecho su mano con fuerza pero sin calor, sin ningún calor. “Tengo el coche aquí mismo, no se como estará la casa de nuestros padres. Pensé en venderla, pero como no estabas tú cuando murieron no pareció bien, hace seis años que no entra nadie. Tenía que haberla limpiado al saber que venías, pero no me vi con los ánimos para hacerlo, lo siento”. “No te preocupes, no tenías porque hacerlo”
Caminamos hasta el coche. Durante todo el trayecto en mi viejo Audi ninguno de los dos dice nada. Lo veo observar todos sus ayeres mientras dura el viaje hasta la antigua casa donde crecimos juntos.
Al salir del coche ambos nos paramos frente a ella. Nadie dice nada pero tampoco nos movemos. La casa irradia a borbotones miles de recuerdos que han permanecido enterrados durante muchos, muchos años.
Consigo moverme y acercarme hasta la puerta. Busco las llaves en el bolsillo de mi gabardina e intento abrir la puerta. No se si es el temblor de mi mano o la herrumbre de la cerradura lo que impide que ésta se abra. Forcejeo un poco, y un poco más pero no puedo. “Putas llaves” maldigo mientras las lanzo con furia contra el suelo y me doy la vuelta.
Entonces lo veo a él. Está tan sólo a un metro de mí y tan tenso como yo. No se quien inicia el gesto pero ambos instintivamente nos fundimos en un abrazo tan cálido que derrite instantáneamente todo el hielo de estos diecisiete años.
Ahora nos miramos a los ojos, ahora si.
.................................................................
Estoy junto a los otros, formando firmes a la salida de la ciudad. Srebrenica amaneció lluviosa como sabiendo de antemano lo que iba a pasar. A mi compañía le ha tocado estar hoy aquí. Puta Unión Europea!!, si los joputas de los mierdas de los políticos vieran esto con sus propios ojos serían incapaces de permitirlo, o quizás no, no lo se. Lo único que se es que quiero acabar con esto de una puta vez y regresar a Holanda e intentar olvidarme de todo y follarme a Gretta y decirle que la quiero y pedirle que se case conmigo.
Los miles de hombres y niños caminan en silencio entre las filas. Ni siquiera nos miran con odio. Nosotros estábamos aquí para protegerlos pero al final hemos sido meras comparsas de un baile absurdo y ridículo.
Al final de la carretera los camiones serbios esperan, cual oscuras bocas codiciosas dispuestas a engullir a toda esta marea humana para quizás no devolverla jamás. Han prometido tratarlos bien, seguir las convecciones internacionales y toda esa parafernalia, pero en realidad todos sabemos que se trata de una farsa, de una burda farsa que todos representamos con absoluta pulcritud.
Entonces sucede.
Un niño bosnio de no más de ocho años se separa del resto y corriendo llega hasta mí y se abraza a mis piernas mientras llora y dice algo en su idioma que no logro entender. No se que hacer, al principio no reacciono y me quedo firme y quieto formando junto al resto de mis compañeros mientras el niño continua llorando y abrazándose a mis rodillas. Pero no puedo y entonces el soldado muere y vuelve la persona. Me agacho y depositando el arma en el suelo alzo al niño y lo recojo abrazándolo junto a mi pecho. Escucho la voz del sargento gritar mi nombre pero ahora ya no soy un soldado y ya no obedezco órdenes. Me doy cuenta de que yo también estoy llorando y no quiero dejarlo marchar. Un hombre joven, seguramente su padre me dice en un rudimentario inglés “Sorry sir, he is only a boy, he is afraid” mientras con dulzura lo agarra por la espalda, lo arrebata de mi abrazo y sin volverse continua caminando hacia las oscuras bocas de los camiones junto al resto de los 8.000 hombres y niños bosnios de Srebrenica.
Y cuando levanto mi cabeza veo que no sólo yo estoy llorando. Lloran mis compañeros, llora incluso el rudo sargento Stam, llora toda la vieja Europa intentando así expiar su ruindad, cobardía e indiferencia. Pero aunque lloramos no movemos ni un dedo.
Me agacho recupero mi fusil y me mantengo firme; Vuelvo a ser un soldado.
Vuestro, pedaleando rumbo a Plutón;
Dolordebarriga
Parecía un pez boqueando fuera del agua. Sus labios se abrían rítmicamente intentando encontrar el aire necesario para continuar respirando. El oxígeno viajaba por su garganta emitiendo el sonido sibilante de un balón de fútbol al deshincharse. Estaba claro que al menos uno de sus pulmones, aunque por los esfuerzos que hacía bien pudieran ser los dos, estaba perforado por una de sus propias costillas.
Del oído visible brotaba un fino pero constante reguero de roja sangre que resbalaba por el cuello hasta formar un pequeño charquito de bello contraste con el azul intenso de los baldosines del baño.
Mamá no saldría de esta. Había soportado con una estoicidad extraordinaria todas las palizas de papá durante años y años. Decía que él era un hombre bueno, pero que lo perdía el alcohol. A mí siempre me pareció un bruto bastardo al que siempre soñaba con poder matar algún día, antes de que él acabara con nosotros.
Pero ahora ya nada importaba, mamá se estaba muriendo en el suelo del baño con su ridícula bata de cuadros rojos y sus zapatillas de borlas doradas. Ni siquiera podía tener una muerte digna. Una vida de mierda que finalizaba con una muerte de mierda. Si, al menos, hubiera podido morir con el vestido que llevaba el día de la boda de Rosita. ¡Que guapa estaba ese día!. El tío Javier y el tío Pedro la piropearon con descaro y a ella se le subieron los colores y le brotó una sonrisa que yo casi ni recordaba que tuviera. Ver a mamá sonreír ese día fue tan maravilloso que ni siquiera me dolió la paliza que luego papá me dio por la noche.
Me agacho y acaricio el pelo de mamá y le digo “Te quiero, mamá, te quiero. Te juro que voy a salir de esta casa y no regresaré nunca. Yo si lo conseguiré, te juro que yo si lo conseguiré. Me iré lejos, donde no pueda encontrarme nunca y allí comenzaré de nuevo, como si nunca hubiera habido un antes. Tan sólo tú mamá, tan sólo tú formaras parte del ayer.”
Ella me mira y vuelve a sonreír como el día de la boda, como lo hacía cuando éramos pequeños y nos contaba esos fantásticos cuentos que inventaba para nosotros. Intenta decir algo, pero las palabras ya no brotan, entonces me mira; me mira con tanta dulzura que pienso que voy a romperme para siempre allí mismo y no podré cumplir mi promesa de escapar por las dos.
Mamá se apaga y yo me tiendo a su lado y le abrazo con fuerza mientras le susurro las bonitas canciones que ella nos regalaba por las mañanas mientras nos hacía el desayuno.
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Camino sólo encogido por el frío e intentando llegar cuanto antes a casa para meterme en cama. Por eso esta vez entro en el parque. No me gusta cruzar por el parque de noche, y menos cuando voy sereno y sólo. Borracho es otra cosa, el alcohol me envalentona y me convierte en el hombre más osado del planeta Tierra. Pero cuando no he bebido siempre camino espantado, esperando que todas las calamidades me caigan encima.
Cuando la veo sentada en el banco del parque desvío la mirada y apresuro todavía más el paso.
Si no la hubiera oído sollozar… pero, no hay duda de que está llorando y aunque me muero de miedo no puedo marcharme sin más. Me detengo y me acerco al banco. Le digo “¿Te pasa algo?, ¿Puedo ayudarte?”.
Levanta la cabeza y entonces vislumbro uno de los rostros más fascinantes que puedan llegar a existir. Se limpia los mocos, que ya resbalan por sus labios, con el dorso de la mano y me dice casi sin voz pero con una frialdad inusitada. “¿Puedes follarme aquí mismo?”.
“De verdad, si quieres puedo…” Me interrumpe con la misma frialdad que antes “Si no puedes follarme será mejor que te largues”.
Me encojo de hombros, me doy la vuelta y comienzo a caminar hacia la salida del parque, pero entonces mi escondida parte irracional estalla en mí y se desborda por dentro. Voy hacía el banco y agarrándola por los hombros la pongo de pie, busco su boca y la beso con tanta pasión que me olvido de respirar. Ella me agarra por los pelos y mientras me atrae con fuerza con la otra mano desabrocha mi pantalón. Levanto su falda y sin ni siquiera bajarle las bragas, a horcajadas, la penetro con fuerza mientras intento girarme y llegar al banco para sentarla encima de mí. Follamos sin decirnos nada, mirándonos a los ojos y gimiendo ambos al mismo desenfrenado ritmo. Voy a correrme y ni siquiera pienso en hacerlo fuera de ella. Ella lo nota en mis ojos pero parece no importarle. Abraza mi espalda con tanta fuerza que parece que quiera romper todos mis huesos y aumentando todavía más el ritmo me embiste gimiendo y llorando a la vez.
Luego continúa abrazada a mí durante un rato, hasta que mi pene ahora flácido se desliza sólo fuera de ella. Entonces me besa rápido en la boca, se levanta y se va.
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Al verlo bajar mi estómago se hace un ovillo y comienza a golpearme dolorosamente. Son ya diecisiete años, diecisiete años sin verlo y sin saber nada de él.
Y de repente una carta donde me dice que vuelve al pueblo, que regresa para siempre en el tren de las dos. Pero no dice cuando y yo me paso dos semanas yendo cada día a la estación con el corazón encogido esperando, sin ni siquiera saber si quiero, a que baje de una vez del jodido tren.
Lleva una maleta, sólo una maleta pequeña e inmediatamente pienso que no es casi nada lo que ha podido recopilar en todos estos años. Se acerca con un andar pausado y con el rostro sereno, pero puedo darme cuenta de que su siniestra sostiene con tanta fuerza la pequeña maleta que diríase está sosteniendo todo un mundo; y quizás sea así, quizás en el interior de ese pequeño equipaje acumule todas las experiencias de todos estos años de ausencia.
Me tiende la mano y espeta “¿Qué tal hermano?, veo que has engordado mucho desde la última vez” Le digo “Si, la vida tranquila del pueblo, tú ya sabes” mientras estrecho su mano con fuerza pero sin calor, sin ningún calor. “Tengo el coche aquí mismo, no se como estará la casa de nuestros padres. Pensé en venderla, pero como no estabas tú cuando murieron no pareció bien, hace seis años que no entra nadie. Tenía que haberla limpiado al saber que venías, pero no me vi con los ánimos para hacerlo, lo siento”. “No te preocupes, no tenías porque hacerlo”
Caminamos hasta el coche. Durante todo el trayecto en mi viejo Audi ninguno de los dos dice nada. Lo veo observar todos sus ayeres mientras dura el viaje hasta la antigua casa donde crecimos juntos.
Al salir del coche ambos nos paramos frente a ella. Nadie dice nada pero tampoco nos movemos. La casa irradia a borbotones miles de recuerdos que han permanecido enterrados durante muchos, muchos años.
Consigo moverme y acercarme hasta la puerta. Busco las llaves en el bolsillo de mi gabardina e intento abrir la puerta. No se si es el temblor de mi mano o la herrumbre de la cerradura lo que impide que ésta se abra. Forcejeo un poco, y un poco más pero no puedo. “Putas llaves” maldigo mientras las lanzo con furia contra el suelo y me doy la vuelta.
Entonces lo veo a él. Está tan sólo a un metro de mí y tan tenso como yo. No se quien inicia el gesto pero ambos instintivamente nos fundimos en un abrazo tan cálido que derrite instantáneamente todo el hielo de estos diecisiete años.
Ahora nos miramos a los ojos, ahora si.
.................................................................
Estoy junto a los otros, formando firmes a la salida de la ciudad. Srebrenica amaneció lluviosa como sabiendo de antemano lo que iba a pasar. A mi compañía le ha tocado estar hoy aquí. Puta Unión Europea!!, si los joputas de los mierdas de los políticos vieran esto con sus propios ojos serían incapaces de permitirlo, o quizás no, no lo se. Lo único que se es que quiero acabar con esto de una puta vez y regresar a Holanda e intentar olvidarme de todo y follarme a Gretta y decirle que la quiero y pedirle que se case conmigo.
Los miles de hombres y niños caminan en silencio entre las filas. Ni siquiera nos miran con odio. Nosotros estábamos aquí para protegerlos pero al final hemos sido meras comparsas de un baile absurdo y ridículo.
Al final de la carretera los camiones serbios esperan, cual oscuras bocas codiciosas dispuestas a engullir a toda esta marea humana para quizás no devolverla jamás. Han prometido tratarlos bien, seguir las convecciones internacionales y toda esa parafernalia, pero en realidad todos sabemos que se trata de una farsa, de una burda farsa que todos representamos con absoluta pulcritud.
Entonces sucede.
Un niño bosnio de no más de ocho años se separa del resto y corriendo llega hasta mí y se abraza a mis piernas mientras llora y dice algo en su idioma que no logro entender. No se que hacer, al principio no reacciono y me quedo firme y quieto formando junto al resto de mis compañeros mientras el niño continua llorando y abrazándose a mis rodillas. Pero no puedo y entonces el soldado muere y vuelve la persona. Me agacho y depositando el arma en el suelo alzo al niño y lo recojo abrazándolo junto a mi pecho. Escucho la voz del sargento gritar mi nombre pero ahora ya no soy un soldado y ya no obedezco órdenes. Me doy cuenta de que yo también estoy llorando y no quiero dejarlo marchar. Un hombre joven, seguramente su padre me dice en un rudimentario inglés “Sorry sir, he is only a boy, he is afraid” mientras con dulzura lo agarra por la espalda, lo arrebata de mi abrazo y sin volverse continua caminando hacia las oscuras bocas de los camiones junto al resto de los 8.000 hombres y niños bosnios de Srebrenica.
Y cuando levanto mi cabeza veo que no sólo yo estoy llorando. Lloran mis compañeros, llora incluso el rudo sargento Stam, llora toda la vieja Europa intentando así expiar su ruindad, cobardía e indiferencia. Pero aunque lloramos no movemos ni un dedo.
Me agacho recupero mi fusil y me mantengo firme; Vuelvo a ser un soldado.
Vuestro, pedaleando rumbo a Plutón;
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- Registrado: 17 Mar 2004 01:18
La mujer de mi vida (de fosphorito y siguiendo a Prez)
La mujer de mi vida (de fosphorito y siguiendo a Prez)
A los 14 la vi por primera vez. No salía hasta la cuarta o quinta viñeta y la recuerdo intentando cruzar un puente de tablas mientras transportaba sobre sus hombros dos grandes cubos de agua. Pedí, por favor, a un dios en el que ya comenzaba a no creer, que no fuera un personaje intranscendente y secundario, un simple trazo de tiza.
Tuve suerte, gracias a Francois, pude disfrutar de Marietta durante tres álbumes, el tercero de ellos, además, doble.
Página tras página me fue enamorando. Sus formas rotundas pero a la vez frágiles, sus pechos breves pero firmes y redondos, sus caderas anchas y prominentes, su cara pecosa de sonrisa autosuficiente y traviesa a la vez, su pelo rojizo y rebelde que flotaba libre al compás del viento fueron las primeras cosas que me fascinaron de ella.
Después la fui conociendo poco a poco. Me pudo su valentía, la forma con la que encaraba todos los problemas que se le venían encima, su altivez y atrevimiento, a veces rallando la descortesía, su fina ironía y sus pizpiretas formas de decir que “no” cuando quería decir que “si”.
Marietta era la mujer de mi vida, pero Marieta era sólo papel, un personaje creado por un guionista y dibujante de cómics, pura y simple imaginación. Tendría que conocer a alguien que se pareciera a Marietta.
Busqué su reflejo en cientos de rostros durante once años. A veces creí encontrar su físico en alguna chica, otras me pareció entrever su carácter, pero sólo eran vagas caricaturas de mi mujer de papel. Probé mucho y las descarté a todas. Buscaba con la vehemencia de un borracho, cataba con la avidez de un gourmet, despreciaba con la tristeza de un suicida.
A veces, tan sólo en la desesperación más absoluta consigues ver la luz. Con 25 años tuve mi más genial idea. Busqué a un traductor de francés y comencé a cartearme, mediante correos electrónicos, con Francois Bourgeón.
Primero eran cartas de un simple admirador, que él siempre contestaba con suma diplomacia, pero conseguí poco a poco ganarme su aprecio y a la postre y con el suficiente disimulo pude, por fin, hallar la respuesta que tanto precisaba.
El resultado me sorprendió, pues nunca me habría imaginado algo así. Marieta no era una mujer, si no dos. Sus rasgos eran los de Anette, una modelo parisiense con la que había trabajado para crear el físico de su personaje; el carácter, en cambio era el de una antigua alumna suya, de cuando había ejercido de profesor de instituto en un pequeño pueblo de los alpes franceses. No me atreví a preguntarle nada más, pues temí descubrirme y revelar mis verdaderas intenciones.
Dos mujeres, pero yo quería sólo a una. Nunca me había planteado que Marietta pudiera ser la mezcolanza de dos personas a la vez. Tenía, por un lado, un físico que me perdía, la mujer con la hubiera querido hacer el amor cada noche del resto de mi vida, y, por otro, un carácter que me encantaba, la mujer a la que hubiera deseado abrazar todos los despertares del resto de mi vida.
Fue tan fácil la decisión que hasta yo mismo me sorprendí. Ahora Marietta había dejado de tener rostro.
Internet, y el bendito google, fueron mi tabla de salvación. Encontré una biografía de Francois Bourgeón que hablaba de sus siete años como profesor de dibujo en una escuela rural mixta francesa. Después me dirigí a la página web de la escuela y por suerte ésta tenía las orlas con todos los antiguos alumnos de la escuela colgados en su página. Durante los siete años de docencia de Francois habían estado matriculadas dos Mariettas, una en su primer año y otra en el penúltimo. Si, se que ella no tenía porque llamarse Marietta pero quise suponer que sí, mi intuición me decía que tenía que ser así.
Diez días más tarde tenía las direcciones de las dos. La Marietta menor no estaba casada, al menos oficialmente y vivía ahora en Bayona, la mayor continuaba residiendo cerca de los Alpes, estaba casada con un tal Jerome y tenía tres hijos.
Supliqué para que la mía fuera la menor pero, tras dos meses de repetidos viajes, observación meditada y encuentros casuales tanto en Bayona como en una aldea cercana a Chamonix me cercioré de que Marietta, mi Marietta, la pieza más codiciada por mí, sería también la más difícil de alcanzar.
Curiosamente, bueno en realidad era lógico que fuera así, aunque las formas de mi Marietta real en nada se parecían a mi primera Marietta, la de papel, sus gestos eran idénticos. Descubrí que la mujer de mi vida era morena, de pechos abundantes y eso si, de caderas anchas y prominentes como la de papel. Tenía nueve años más que yo, marido y tres hijos, hablaba un idioma que desconocía y vivía en un país que me era extraño, pero después de tanto tiempo buscando no iba a rendirme ahora.
Me llevo un año aprender a hablar francés correctamente y dos aprender el oficio de zapatero. Lo de zapatero puede sonar extraño, pero es que mi trabajo en Barcelona, demasiado técnico y específico no tenía salida alguna en la pequeña aldea de Marietta.
Me instalé en su pueblo y me convertí en zapatero remendón.
No fue nada fácil conseguir acercarme a ella, pero ahora que por fin la había encontrado no podía perderla. Durante el primer año a penas conseguí quebrar la barrera que separa la cordialidad de la amistad.
Al tercer año, ella, Jerome y yo éramos buenos amigos. Al quinto Marieta y yo éramos íntimos. Yo era su confidente, lo sabía todo de ella, sus anhelos, sus temores, sus más íntimos deseos.
Marietta ya no estaba enamorada de Jerome, pero él era una persona magnífica, ciertamente lo era, y además era el padre de sus hijos. No se planteaba dejarlo y comenzar una nueva vida al lado de otro hombre al que amase y le hiciera volver a sentir la pasión del principio.
Cuando llevaba seis años viviendo allí, el destino entró en el partido y jugó su baza. Un infarto se llevó a Jerome al cementerio. Creerme que lo sentí.
Respeté la memoria de Jerome durante ocho meses, después vi que Marietta volvía a abrir su corazón y tras casi veinte años de espera decidí que había llegado mi momento.
Mañana me caso, me caso con la mujer de mi vida. Me caso con Lucille.
No resulté ser yo, Marietta me adoraba, era la persona a la que más quería, su mejor amigo, pero no me amaba.
Lloré de rabía, maldecí a los dioses, a los hombres y a las bestias. Me desesperé y por mi cabeza pasaron todo tipo de oscuros y siniestros pensamientos. Caí en lo más hondo y cuando ya no me quedaba ni una brizna de aire, Lucille me tendió la mano, me asió con fuerza y tiró de mí hasta devolverme a la superficie.
Mientras yo perseguía mis sueños de papel, Lucille me observaba en silencio y se enamoraba de mí. Hizo lo mismo que yo, esperó con paciencia hasta encontrar un resquicio por donde entrar, pero a diferencia mía, ella encontró el resorte adecuado que debía pulsar y junto a ella me di cuenta de que los sueños de papel, son eso, sueños de papel, y de que la vida, a su lado, es tan jodidamente hermosa y fascinante como el mejor de los cómics que nunca nadie haya podido crear.
Ahora Lucille es la mujer de mi vida y Marietta mi mejor amiga.
Vuestro, dedicando relatos a la mujer de mi vida;
Dolordebarriga
A los 14 la vi por primera vez. No salía hasta la cuarta o quinta viñeta y la recuerdo intentando cruzar un puente de tablas mientras transportaba sobre sus hombros dos grandes cubos de agua. Pedí, por favor, a un dios en el que ya comenzaba a no creer, que no fuera un personaje intranscendente y secundario, un simple trazo de tiza.
Tuve suerte, gracias a Francois, pude disfrutar de Marietta durante tres álbumes, el tercero de ellos, además, doble.
Página tras página me fue enamorando. Sus formas rotundas pero a la vez frágiles, sus pechos breves pero firmes y redondos, sus caderas anchas y prominentes, su cara pecosa de sonrisa autosuficiente y traviesa a la vez, su pelo rojizo y rebelde que flotaba libre al compás del viento fueron las primeras cosas que me fascinaron de ella.
Después la fui conociendo poco a poco. Me pudo su valentía, la forma con la que encaraba todos los problemas que se le venían encima, su altivez y atrevimiento, a veces rallando la descortesía, su fina ironía y sus pizpiretas formas de decir que “no” cuando quería decir que “si”.
Marietta era la mujer de mi vida, pero Marieta era sólo papel, un personaje creado por un guionista y dibujante de cómics, pura y simple imaginación. Tendría que conocer a alguien que se pareciera a Marietta.
Busqué su reflejo en cientos de rostros durante once años. A veces creí encontrar su físico en alguna chica, otras me pareció entrever su carácter, pero sólo eran vagas caricaturas de mi mujer de papel. Probé mucho y las descarté a todas. Buscaba con la vehemencia de un borracho, cataba con la avidez de un gourmet, despreciaba con la tristeza de un suicida.
A veces, tan sólo en la desesperación más absoluta consigues ver la luz. Con 25 años tuve mi más genial idea. Busqué a un traductor de francés y comencé a cartearme, mediante correos electrónicos, con Francois Bourgeón.
Primero eran cartas de un simple admirador, que él siempre contestaba con suma diplomacia, pero conseguí poco a poco ganarme su aprecio y a la postre y con el suficiente disimulo pude, por fin, hallar la respuesta que tanto precisaba.
El resultado me sorprendió, pues nunca me habría imaginado algo así. Marieta no era una mujer, si no dos. Sus rasgos eran los de Anette, una modelo parisiense con la que había trabajado para crear el físico de su personaje; el carácter, en cambio era el de una antigua alumna suya, de cuando había ejercido de profesor de instituto en un pequeño pueblo de los alpes franceses. No me atreví a preguntarle nada más, pues temí descubrirme y revelar mis verdaderas intenciones.
Dos mujeres, pero yo quería sólo a una. Nunca me había planteado que Marietta pudiera ser la mezcolanza de dos personas a la vez. Tenía, por un lado, un físico que me perdía, la mujer con la hubiera querido hacer el amor cada noche del resto de mi vida, y, por otro, un carácter que me encantaba, la mujer a la que hubiera deseado abrazar todos los despertares del resto de mi vida.
Fue tan fácil la decisión que hasta yo mismo me sorprendí. Ahora Marietta había dejado de tener rostro.
Internet, y el bendito google, fueron mi tabla de salvación. Encontré una biografía de Francois Bourgeón que hablaba de sus siete años como profesor de dibujo en una escuela rural mixta francesa. Después me dirigí a la página web de la escuela y por suerte ésta tenía las orlas con todos los antiguos alumnos de la escuela colgados en su página. Durante los siete años de docencia de Francois habían estado matriculadas dos Mariettas, una en su primer año y otra en el penúltimo. Si, se que ella no tenía porque llamarse Marietta pero quise suponer que sí, mi intuición me decía que tenía que ser así.
Diez días más tarde tenía las direcciones de las dos. La Marietta menor no estaba casada, al menos oficialmente y vivía ahora en Bayona, la mayor continuaba residiendo cerca de los Alpes, estaba casada con un tal Jerome y tenía tres hijos.
Supliqué para que la mía fuera la menor pero, tras dos meses de repetidos viajes, observación meditada y encuentros casuales tanto en Bayona como en una aldea cercana a Chamonix me cercioré de que Marietta, mi Marietta, la pieza más codiciada por mí, sería también la más difícil de alcanzar.
Curiosamente, bueno en realidad era lógico que fuera así, aunque las formas de mi Marietta real en nada se parecían a mi primera Marietta, la de papel, sus gestos eran idénticos. Descubrí que la mujer de mi vida era morena, de pechos abundantes y eso si, de caderas anchas y prominentes como la de papel. Tenía nueve años más que yo, marido y tres hijos, hablaba un idioma que desconocía y vivía en un país que me era extraño, pero después de tanto tiempo buscando no iba a rendirme ahora.
Me llevo un año aprender a hablar francés correctamente y dos aprender el oficio de zapatero. Lo de zapatero puede sonar extraño, pero es que mi trabajo en Barcelona, demasiado técnico y específico no tenía salida alguna en la pequeña aldea de Marietta.
Me instalé en su pueblo y me convertí en zapatero remendón.
No fue nada fácil conseguir acercarme a ella, pero ahora que por fin la había encontrado no podía perderla. Durante el primer año a penas conseguí quebrar la barrera que separa la cordialidad de la amistad.
Al tercer año, ella, Jerome y yo éramos buenos amigos. Al quinto Marieta y yo éramos íntimos. Yo era su confidente, lo sabía todo de ella, sus anhelos, sus temores, sus más íntimos deseos.
Marietta ya no estaba enamorada de Jerome, pero él era una persona magnífica, ciertamente lo era, y además era el padre de sus hijos. No se planteaba dejarlo y comenzar una nueva vida al lado de otro hombre al que amase y le hiciera volver a sentir la pasión del principio.
Cuando llevaba seis años viviendo allí, el destino entró en el partido y jugó su baza. Un infarto se llevó a Jerome al cementerio. Creerme que lo sentí.
Respeté la memoria de Jerome durante ocho meses, después vi que Marietta volvía a abrir su corazón y tras casi veinte años de espera decidí que había llegado mi momento.
Mañana me caso, me caso con la mujer de mi vida. Me caso con Lucille.
No resulté ser yo, Marietta me adoraba, era la persona a la que más quería, su mejor amigo, pero no me amaba.
Lloré de rabía, maldecí a los dioses, a los hombres y a las bestias. Me desesperé y por mi cabeza pasaron todo tipo de oscuros y siniestros pensamientos. Caí en lo más hondo y cuando ya no me quedaba ni una brizna de aire, Lucille me tendió la mano, me asió con fuerza y tiró de mí hasta devolverme a la superficie.
Mientras yo perseguía mis sueños de papel, Lucille me observaba en silencio y se enamoraba de mí. Hizo lo mismo que yo, esperó con paciencia hasta encontrar un resquicio por donde entrar, pero a diferencia mía, ella encontró el resorte adecuado que debía pulsar y junto a ella me di cuenta de que los sueños de papel, son eso, sueños de papel, y de que la vida, a su lado, es tan jodidamente hermosa y fascinante como el mejor de los cómics que nunca nadie haya podido crear.
Ahora Lucille es la mujer de mi vida y Marietta mi mejor amiga.
Vuestro, dedicando relatos a la mujer de mi vida;
Dolordebarriga
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Placebo (de fosphorito)
Placebo (de fosphorito)
El Martínez lleva más de 20 años trabajando en una multinacional del sector del automóvil radicada en la Zona Franca de una ciudad portuaria.
Entró en la empresa porque un directivo de los de entonces, que ya ha abandonado la empresa hace muchísimos años, obnubilado por un curso de de dirección de empresas avalado por la prestigiosa Universidad de Cambridge que efectuó a distancia, decidió que era imprescindible contar con una persona que se encargara de elaborar mensualmente unos informes pormenorizados con el fin de poder analizar los vaivenes de la empresa.
El Martínez resultó ser la persona adecuada para cumplir dicha función. Sus informes rozan el virtuosismo. Tienen tanto detalle, lujo y precisión que diríase elaborados por un monje amanuense. Los informes del Martínez circulan por más de diez departamentos de la multinacional, y son visados por un montón de directores de área, de zona, de proyecto… antes de ser convenientemente archivados.
Únicamente una vez durante estos veintipico años el Martínez no entrego su informe. Sucedió en febrero de hace tres años cuando una angina de pecho, que por suerte no derivó en nada más grave, mantuvo hospitalizado al buen y circunspecto señor Martínez durante quince días. Durante ese mes los cimientos de la empresa temblaron. Todo el mundo, a parte de preocuparse, claro está, por la salud de nuestro personaje, se mostró preocupadísimo por la falta del informe del Martínez.
Se decidió que un contratiempo de esta magnitud no podía volver a pasar y al Martínez le colocaron un becario, un jovencito que estudiaba el último curso de empresariales, como ayudante, para que pudiera empaparse de toda la ciencia infusa y sabiduría que emanaba de ese hombrecillo gris con un corazón delicado.
Dos meses más tarde, en la cama de sus ausentes padres y mientras fumaba un cigarrillo tras haber practicado el tercer coito anal de su vida, pero el primero con su novia oficial, la de toda la vida, el becario le confesaba a su novia que su trabajo era una puta mierda, que estaba quemadísimo y que no entendía que era lo que pretendían de él, porque por más que se esforzaba no conseguía entender nada de nada de lo que hacía y le explicaba el percebe de su jefe, el Sr. Martínez. Su novia, todavía dolorida por la experiencia, pero sin que ésta influyera para nada en su consejo, le recomendó que era mejor dejarlo, el trabajo, no la relación (aunque esta también finalizaría abruptamente sesenta y siete días después cuando ella se prendara de un chulo de discoteca que la sedujo gracias al tintineo incesante de un llavero con el logo de BMW y mil promesas luego jamás cumplidas). Él se lo tomó al pie de la letra y al lunes siguiente ya no apareció por la multinacional.
La empresa no contrató a otro becario, total el Martínez se había recuperado perfectamente e incluso ahora hacía esfuerzos por parecer un poco más sociable con sus compañeros, dado que tras haber visto las orejas al lobo había decidido a modo de propuestas de buena voluntad de inicio de año intentar clarear sus puntos negros. La situación de peligro inminente quedó definitivamente olvidada.
Hace tres meses un cambio de accionariado en la empresa propició la entrada de un grupo americano que lo primero que hijo es contratar los servicios de una prestigiosísima multinacional de la consultoría.
Un tipo joven, guapísimo, con una sonrisa de hiena y un traje de Armani de por lo menos 1000 euros estuvo dos meses mirándolo todo. El joven consultor era un hijo puta sin sentimientos, al menos sin sentimientos altruistas para con los pobres trabajadores de la multinacional y concluyó su tarea llevándose por delante a cuarenta y siete cargos intermedios de la multinacional. En realidad el joven consultor si que tenía sentimientos, prueba de ello era que encabezaba una furibunda campaña contra los cazadores de focas canadienses a través de reenviar correos electrónicos a todos sus conocidos, pero tan beática actividad era desconocida por los trabajadores de la multinacional.
Uno de ellos fue el Martínez. El joven consultor, que no tenía ni un pelo de estúpido comprobó que el importantísimo “informe Martínez”, circulaba cada mes de mesa en mesa sin que nadie entendiera ni de que iba ni porque le enviaban ese galimatías a él, aunque, eso sí, creyendo que el resto de directivos si que lo analizaban con verdadero interés y lo utilizaban para tomar sus ulteriores decisiones. Incluso podían jurar, que en más de una ocasión alguien había defendido su postura, en las reuniones ejecutivas, amparada en los datos que ofrecía el hasta entonces trascendental “informe Martínez”.
El Martínez, que ya tenía 47 años y no sabía hacer otra cosa que no fuera su enrevesado informe se fue directo al paro y no volvió a encontrar nunca más un trabajo. Se convirtió en un parado de larga duración y fue su mujer la que tuvo que sacar adelante la familia mientras el Martínez se hundía irremisible e inmisericordiosamente en su sofá comprado en el IKEA durante la época de vacas gordas.
El “informe Martínez”, Martínez incluido, era un simple placebo.
Vuestro, Placebo y yo;
Dolordebarriga
El Martínez lleva más de 20 años trabajando en una multinacional del sector del automóvil radicada en la Zona Franca de una ciudad portuaria.
Entró en la empresa porque un directivo de los de entonces, que ya ha abandonado la empresa hace muchísimos años, obnubilado por un curso de de dirección de empresas avalado por la prestigiosa Universidad de Cambridge que efectuó a distancia, decidió que era imprescindible contar con una persona que se encargara de elaborar mensualmente unos informes pormenorizados con el fin de poder analizar los vaivenes de la empresa.
El Martínez resultó ser la persona adecuada para cumplir dicha función. Sus informes rozan el virtuosismo. Tienen tanto detalle, lujo y precisión que diríase elaborados por un monje amanuense. Los informes del Martínez circulan por más de diez departamentos de la multinacional, y son visados por un montón de directores de área, de zona, de proyecto… antes de ser convenientemente archivados.
Únicamente una vez durante estos veintipico años el Martínez no entrego su informe. Sucedió en febrero de hace tres años cuando una angina de pecho, que por suerte no derivó en nada más grave, mantuvo hospitalizado al buen y circunspecto señor Martínez durante quince días. Durante ese mes los cimientos de la empresa temblaron. Todo el mundo, a parte de preocuparse, claro está, por la salud de nuestro personaje, se mostró preocupadísimo por la falta del informe del Martínez.
Se decidió que un contratiempo de esta magnitud no podía volver a pasar y al Martínez le colocaron un becario, un jovencito que estudiaba el último curso de empresariales, como ayudante, para que pudiera empaparse de toda la ciencia infusa y sabiduría que emanaba de ese hombrecillo gris con un corazón delicado.
Dos meses más tarde, en la cama de sus ausentes padres y mientras fumaba un cigarrillo tras haber practicado el tercer coito anal de su vida, pero el primero con su novia oficial, la de toda la vida, el becario le confesaba a su novia que su trabajo era una puta mierda, que estaba quemadísimo y que no entendía que era lo que pretendían de él, porque por más que se esforzaba no conseguía entender nada de nada de lo que hacía y le explicaba el percebe de su jefe, el Sr. Martínez. Su novia, todavía dolorida por la experiencia, pero sin que ésta influyera para nada en su consejo, le recomendó que era mejor dejarlo, el trabajo, no la relación (aunque esta también finalizaría abruptamente sesenta y siete días después cuando ella se prendara de un chulo de discoteca que la sedujo gracias al tintineo incesante de un llavero con el logo de BMW y mil promesas luego jamás cumplidas). Él se lo tomó al pie de la letra y al lunes siguiente ya no apareció por la multinacional.
La empresa no contrató a otro becario, total el Martínez se había recuperado perfectamente e incluso ahora hacía esfuerzos por parecer un poco más sociable con sus compañeros, dado que tras haber visto las orejas al lobo había decidido a modo de propuestas de buena voluntad de inicio de año intentar clarear sus puntos negros. La situación de peligro inminente quedó definitivamente olvidada.
Hace tres meses un cambio de accionariado en la empresa propició la entrada de un grupo americano que lo primero que hijo es contratar los servicios de una prestigiosísima multinacional de la consultoría.
Un tipo joven, guapísimo, con una sonrisa de hiena y un traje de Armani de por lo menos 1000 euros estuvo dos meses mirándolo todo. El joven consultor era un hijo puta sin sentimientos, al menos sin sentimientos altruistas para con los pobres trabajadores de la multinacional y concluyó su tarea llevándose por delante a cuarenta y siete cargos intermedios de la multinacional. En realidad el joven consultor si que tenía sentimientos, prueba de ello era que encabezaba una furibunda campaña contra los cazadores de focas canadienses a través de reenviar correos electrónicos a todos sus conocidos, pero tan beática actividad era desconocida por los trabajadores de la multinacional.
Uno de ellos fue el Martínez. El joven consultor, que no tenía ni un pelo de estúpido comprobó que el importantísimo “informe Martínez”, circulaba cada mes de mesa en mesa sin que nadie entendiera ni de que iba ni porque le enviaban ese galimatías a él, aunque, eso sí, creyendo que el resto de directivos si que lo analizaban con verdadero interés y lo utilizaban para tomar sus ulteriores decisiones. Incluso podían jurar, que en más de una ocasión alguien había defendido su postura, en las reuniones ejecutivas, amparada en los datos que ofrecía el hasta entonces trascendental “informe Martínez”.
El Martínez, que ya tenía 47 años y no sabía hacer otra cosa que no fuera su enrevesado informe se fue directo al paro y no volvió a encontrar nunca más un trabajo. Se convirtió en un parado de larga duración y fue su mujer la que tuvo que sacar adelante la familia mientras el Martínez se hundía irremisible e inmisericordiosamente en su sofá comprado en el IKEA durante la época de vacas gordas.
El “informe Martínez”, Martínez incluido, era un simple placebo.
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Joia Vanidad VII (de fosphorito)
Joia Vanidad VII (de fosphorito)
Os propongo una forma diferente de leer el relato que unas líneas más abajo comienzo. Es una tontería, pero quizás así sea más fácil y entretenido involucrarse en la historia que narro y sentirse en parte protagonista de la misma. Activar primero el segundero del reloj de Windows. Tomar luego aire tres veces y la cuarta aspirar una gran bocanada y manteniendo el aire en vuestros pulmones sumergiros conmigo. Ajustar la velocidad de vuestra lectura al tempo del relato. He intentado que los párrafos a una velocidad de lectura normal se adapten al tiempo. Si os adelantáis parar entre párrafo y párrafo hasta cuadrar el tempo, si os atrasáis aumentar el ritmo. A ver que tal sale.
Inmersión
Bajo el agua
0 segundos
Me sumerjo bajo el agua con los ojos cerrados intentado hacer los mínimos movimientos posibles. Desde que era un adolescente no hacía esto. Entonces era un juego en el que competíamos los chavales del pueblo en la piscina municipal. Quien aguantaba más, quien era el hombre pez.
10 segundos
Existía otra versión que practicábamos tanto en el mar como en la piscina. Entonces se trababa de recorrer la máxima distancia posible bajo el agua sin salir a respirar. En ninguna de las versiones conseguía ganar. Siempre quedaba segundo, por detrás de Robertino.
20 segundos
A partir de los cuarenta segundos el aire comenzaba a faltar y mis pulmones se contraían violentamente demandando su mana. Hasta cuanto tiempo conseguías aguantar después era cuestión de concentración y afán de victoria. Robertino era un ganador para todo. Ahora es constructor y está forrado.
30 segundos
Recuerdo los domingos por la mañana, cuando mi madre delante del espejo del baño y ya yo vestido con el traje de ir a misa, peinaba suavemente mis negros cabellos hasta dejarlos perfectamente alisados con una raya recta y blanquecina que ondeaba en el lado derecho de mi cabeza.
40 segundos
Hay una película: “El gran azul”. Era francesa, del mismo tipo que hizo la de Bruce Willis y la Juana de Arco. Eran dos protagonistas un francés y un italiano. La fotografía, era preciosa. Ellos eran los mejores. Ahora no recuerdo cuanto tiempo aguantaban.
50 segundos
A partir de ahora viene lo difícil. No se ni siquiera porque lo intento. Tal vez es porque me gustan los retos, tal vez por pura ambición. Tal vez sea por Natalia; tiene ya dos años y me encanta cuando al llegar a casa ella se acerca correteando torpemente y se abraza a mis rodillas gritando mi nombre.
60 segundos
No hay nada nuevo bajo el sol. “Pasar bajo la quilla” lo llamaban en tiempo de piratas y bucaneros. Tu suerte dependía entonces, además de la eslora del bajel, del humor del capitán. Era él quien decidía el número de hombres que tiraba de la cuerda y lo más importante, si estos eran tus amigos o tus enemigos.
70 segundos
Tan sólo cambiaba diez gramos en cada paquete de kilo; no entiendo como pudieron darse cuenta. Y además nunca vendía mi pequeño botín aquí, siempre viajaba hasta Milán donde ya la Organización no tiene presencia. Mi hombre de Milán es de entera confianza. Era mi fondo para la vejez. ¡Jodida ambición!
80 segundos
Estoy a sólo cinco centímetros de la superficie de la piscina. Mi pie derecho permanece esposado con una gruesa cadena de acero a un block de hormigón de 80 kilos. Junto a él hay un serrucho. La piscina se esta vaciando rítmica y regularmente.
90 segundos
Estos son los tempos, tal como me han explicado. Cinco minutos me costaría serrar la cadena de acero. Con determinación y en cuarenta segundos podría haber seccionado mi tobillo. Ciento treinta segundos es el tiempo que tarda el agua de la piscina en descender por debajo de la altura de mi nariz.
100 segundos
Abro los ojos. La gente se agolpa al borde de la piscina. Es un juego macabro que entretiene a brutos y sirve de advertencia. Puedo oír el tintineo del hielo en sus copas. La luna esta preciosa. Yo soy el hombre pez, el hombre pez, el hombre pez…
Vuestro, buscando tesoros en viejos galeones hundidos;
Dolordebarriga
Os propongo una forma diferente de leer el relato que unas líneas más abajo comienzo. Es una tontería, pero quizás así sea más fácil y entretenido involucrarse en la historia que narro y sentirse en parte protagonista de la misma. Activar primero el segundero del reloj de Windows. Tomar luego aire tres veces y la cuarta aspirar una gran bocanada y manteniendo el aire en vuestros pulmones sumergiros conmigo. Ajustar la velocidad de vuestra lectura al tempo del relato. He intentado que los párrafos a una velocidad de lectura normal se adapten al tiempo. Si os adelantáis parar entre párrafo y párrafo hasta cuadrar el tempo, si os atrasáis aumentar el ritmo. A ver que tal sale.
Inmersión
Bajo el agua
0 segundos
Me sumerjo bajo el agua con los ojos cerrados intentado hacer los mínimos movimientos posibles. Desde que era un adolescente no hacía esto. Entonces era un juego en el que competíamos los chavales del pueblo en la piscina municipal. Quien aguantaba más, quien era el hombre pez.
10 segundos
Existía otra versión que practicábamos tanto en el mar como en la piscina. Entonces se trababa de recorrer la máxima distancia posible bajo el agua sin salir a respirar. En ninguna de las versiones conseguía ganar. Siempre quedaba segundo, por detrás de Robertino.
20 segundos
A partir de los cuarenta segundos el aire comenzaba a faltar y mis pulmones se contraían violentamente demandando su mana. Hasta cuanto tiempo conseguías aguantar después era cuestión de concentración y afán de victoria. Robertino era un ganador para todo. Ahora es constructor y está forrado.
30 segundos
Recuerdo los domingos por la mañana, cuando mi madre delante del espejo del baño y ya yo vestido con el traje de ir a misa, peinaba suavemente mis negros cabellos hasta dejarlos perfectamente alisados con una raya recta y blanquecina que ondeaba en el lado derecho de mi cabeza.
40 segundos
Hay una película: “El gran azul”. Era francesa, del mismo tipo que hizo la de Bruce Willis y la Juana de Arco. Eran dos protagonistas un francés y un italiano. La fotografía, era preciosa. Ellos eran los mejores. Ahora no recuerdo cuanto tiempo aguantaban.
50 segundos
A partir de ahora viene lo difícil. No se ni siquiera porque lo intento. Tal vez es porque me gustan los retos, tal vez por pura ambición. Tal vez sea por Natalia; tiene ya dos años y me encanta cuando al llegar a casa ella se acerca correteando torpemente y se abraza a mis rodillas gritando mi nombre.
60 segundos
No hay nada nuevo bajo el sol. “Pasar bajo la quilla” lo llamaban en tiempo de piratas y bucaneros. Tu suerte dependía entonces, además de la eslora del bajel, del humor del capitán. Era él quien decidía el número de hombres que tiraba de la cuerda y lo más importante, si estos eran tus amigos o tus enemigos.
70 segundos
Tan sólo cambiaba diez gramos en cada paquete de kilo; no entiendo como pudieron darse cuenta. Y además nunca vendía mi pequeño botín aquí, siempre viajaba hasta Milán donde ya la Organización no tiene presencia. Mi hombre de Milán es de entera confianza. Era mi fondo para la vejez. ¡Jodida ambición!
80 segundos
Estoy a sólo cinco centímetros de la superficie de la piscina. Mi pie derecho permanece esposado con una gruesa cadena de acero a un block de hormigón de 80 kilos. Junto a él hay un serrucho. La piscina se esta vaciando rítmica y regularmente.
90 segundos
Estos son los tempos, tal como me han explicado. Cinco minutos me costaría serrar la cadena de acero. Con determinación y en cuarenta segundos podría haber seccionado mi tobillo. Ciento treinta segundos es el tiempo que tarda el agua de la piscina en descender por debajo de la altura de mi nariz.
100 segundos
Abro los ojos. La gente se agolpa al borde de la piscina. Es un juego macabro que entretiene a brutos y sirve de advertencia. Puedo oír el tintineo del hielo en sus copas. La luna esta preciosa. Yo soy el hombre pez, el hombre pez, el hombre pez…
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Chiken bus extreme experience (de fosphorito)
Chiken bus extreme experience (de fosphorito)
Al principio siempre te preguntas como es posible que la gente consiga dormirse a bordo de una camioneta en Guatemala. Llegas a creer que toman algún tipo de droga narcótica pues, tan sólo a alguien inflado de anestésicos le es, según tu cabal y primer criterio, posible dormir lanzado a una velocidad de vértigo dentro de una lata de sardinas de los años cincuenta.
Y es que lo de ir en camioneta en Guatemala, sobretodo en el tramo entre Sacapulas y Quiché es el verdadero y último deporte de riesgo sólo apto para los más valientes o los que ya están de vuelta de todo.
En primer lugar está el bólido, un maravilloso autobús escolar americano de los años 50 marca Bluebird, que todavía conserva su letrerito de STOP, ese que utilizaba el conductor en los USA cada vez que bajaba un niñito para avisar al resto de conductores. Cuando el autobús quedó anticuado se vendió en Guatemala. Aquí lo pintaron de vivos colores, le cambiaron los amortiguadores, le pusieron el nombre de “veloz Nebajense” “ veloz Quichense” o “ veloz lo que sea”, pero siempre veloz y lo llenaron de pegatinas del tipo “Dios me ama” “ Jesús es mi Pastor” o las más acojonadoras “Las llaves de este carro las tiene Jesús, pregunten en el cielo” o “Sólo Dios sabe si volveré” que la primera vez que las lees te dan un mal rollito de la ostia.
En segundo lugar está el conductor, el puto amo del mundo, un tipo que está por encima del bien y del mal, que no toca el suelo cuando camina, que nunca te mira a los ojos a no ser que seas una linda muchacha local vestidita de uniforme escolar. En este caso, la manda sentar a su lado y conduce de memoria sin mirar ni una sola vez la carretera. Un tipo que a bordo de su camioneta ganaría de todas todas cualquiera de los rallies que puntúan en el campeonato del mundo sin despeinarse y sobretodo sin ponerse a llorar como una nenaza estilo Carlos Sainz.
En tercer lugar y como elemento fundamental está el “dele-dele”, un hombre que viaja colgado de la puerta delantera del autobús con medio cuerpo fuera o encaramado al techo y no para de gritar “dele-dele”, como si al conductor le hiciera falta que encima lo animaran a darle todavía más. El “dele-dele” es el encargado de cobrar el billete. Un buen “dele-dele” no te da nunca la vuelta del cambio de tu pasaje hasta que no te bajas y es capaz de acordarse de cuanto debe a cada uno de los pasajeros de la camioneta sin un solo error, menos con los guiris, con los que, inexplicablemente, siempre se equivoca a su favor. A su lado el tipo ese de los programas de la tele que sumaba números y números enormes en un pis pas haciendo un sonido “umamaumauaam” es un pobre aficionado. El “dele-dele” también se dedica a bajar y subir los bultos del techo del autobús y a decir su otra frase (sólo tienen dos) “aprietense al fondo, caben más”, frase que, aunque parezca mentira siempre es cierta.
En último lugar estamos nosotros, los pollos o sardinas. Como los mayitas son bajitos les caben las piernas en el espacio entre asiento y asiento, pero si superas el metro sesenta estás jodido, ya que para entrar en un asiento pensado para niños americanos tienen que meterte tus compañeros a presión. Además no sólo te aprietas a lo largo si no que a lo ancho también te toca joderte. Los asientos son de dos, pero nos sentamos tres. El del pasillo sólo puede apoyar una nalga en el asiento, la otra flota en el aire. De tal manera que en una fila de asientos vamos seis, tres en un lado y tres en el otro ocupando todo el pasillo. Cuando el de la ventana del asiento de la derecha mueve el dedo meñique de su mano izquierda, el de la ventana del lado izquierdo debe mover su meñique de la mano derecha.
Por si esto fuera poco como los asientos son para niños el respaldo del mismo tan solo te llega a media espalda no pudiendo apoyar el resto de la misma durante un viaje que dura un mínimo de cinco horas. Cuando te bajas del autobús tu columna vertebral parece una culebra y ondula libremente de un lado a otro.
En Guatemala hay un accidente de autobús por semana. La causa siempre es “el conductor corría demasiado” según “Nuestro diario” que es como “El Caso” pero con fotos en color. Absolutamente siempre el conductor y el “dele-dele” huyen del lugar del accidente y casi nunca hay víctimas mortales. Es lógico, haz la prueba, agarra una lata de sardinas y déjala caer al suelo, luego ábrela, verás que todas las sardinitas siguen igual de majas en su sitio sin ni siquiera arrugarse. Con el autobús y sus ocupantes pasa lo mismo. En cambio, los accidentes de pick-up son un desastre. Noticia (os juro que verídica) que salía en “Nuestro Diario” ( no puedo evitar ojearlo cada día) el otro día “ Accidente de picop (sip), mueren doce personas”; un europeo sensato pensaría “joder, aquí ha muerto hasta el gato ( si, es un chiste fácil y malo); pero cuando volteabas la página leías “Diecisiete se salvan”. Veintinueve personas viajando en un pick-up estandar!!!! Esto es mi Guatemala!!!
Volvamos, por eso, al interior de la camioneta y a los pollos, es decir, a nosotros. Una de las peores cosas que te pueden ocurrir en un chiken bus es que te toque un “agrio” sentado al lado. Un “agrio” es un tipo al que parece que la lengua se le esté pudriendo dentro de la boca y que cada vez que suelta el aire te provoca unas arcadas del morirte. Contra un “agrio” sólo cabe una solución, adoptar la posición contraria a la suya. Si él está tirado hacia atrás tu te doblas hacia delante, si él está tirado hacia delante te quedas tieso como un palo. Por desgracia la camioneta es lugar de agrios (cepillo de dientes!!!!, pero que es eso???) y a veces es probable que te toque un “agrio” a cada lado. Entonces, si uno está doblado y otro tieso, te toca aguantar la respiración durante las cinco horas de viaje o cerrar los ojos y auto hipnotizarte repitiendo el mantra “jamón de jabugo, jamón de jabugo” sin cesar hasta bajar.
Cualquier teorema matemático hubiera resuelto que a tres personas por asiento el autobús consigue alcanzar su máxima capacidad. Pero los teoremas matemáticos no sirven dentro de una camioneta. El “dele-dele” continúa haciendo pasar a más y más personas al grito “aprietense al fondo, caben más”, de tal manera que además de las seis personas sentadas por fila se consigue que en el pasillo quepan, de pie, hasta dos personas más por fila.
Ríete tú de ese concurso de la tele que presentaba el imbécil ese que retransmite las campanadas/uvas cada año (por cierto, este año también lo han puesto a él???) junto a la mega actriz española que triunfó en los USA (quien no recuerda su papelón, con frase y todo, en uno de los mejores episodios del “Equipo A”) y que consistía en hacer apuestas chorras en plan “ me apuesto que soy capaz de comerme 600 bocadillos de calamares con mayonesa en 5 minutos” con el fin de ganar un premio que te permitiera pagar al dueño del bar por todos los bocatas de calamares que te habías zampado mientras ensayabas para salir en la tele. Pues bien, en ese concurso una vez se metieron muchos en un seiscientos. Si en vez de españoles se hubieran metido guatemaltecos hubieran cabido el triple, os lo juro por Dios (aunque sea ateo).
Bueno, sigamos que me he despistado un poco. Pues bien, ya tenemos a ocho personas por fila en un espacio diseñado originalmente para cuatro niños americanos. Entonces, “no se vayan amiguitos que todavía hay más” el autobús para y suben docenas de vendedores que se abren paso, a bocados si es necesario, portando sus canastos en la cabeza, por el pasillo y gritando como locos. Cuando ya todo es imposible, el tio del anuncio del “pup and seal”, (si esa especie de mancha que vendía un yanqui por la tele a las cuatro de la mañana y que quitaba el aire haciendo el vacío en toda clase de bolsas) no sacaría ni una molécula de aire de dentro del autobús, el “dele-dele” se decide a recorrer el pasillo para cobrar los billetes.
Así, a bordo de un bobsleigh gigante y de coloritos, lanzado, únicamente sobre los neumáticos de un costado, a ciento cincuenta por hora a través de una carretera de curvas infinitas, comprendes al fin todos los misterios del mundo: lo de uno y trino te parece más simple que mear de pie, la fórmula de la coca-cola es cosa de niños, el quienes somos, de donde venimos a donde vamos te importa un carajo.
Y es entonces, mis niños, cuando, logrando una perfecta paz interior entras en trance y, apoyando tu cabeza plácidamente sobre tu “agrio” compañero de al lado, te duermes como un bebe.
Vuestro, que bonito es viajar!!!;
Dolordebarriga
Al principio siempre te preguntas como es posible que la gente consiga dormirse a bordo de una camioneta en Guatemala. Llegas a creer que toman algún tipo de droga narcótica pues, tan sólo a alguien inflado de anestésicos le es, según tu cabal y primer criterio, posible dormir lanzado a una velocidad de vértigo dentro de una lata de sardinas de los años cincuenta.
Y es que lo de ir en camioneta en Guatemala, sobretodo en el tramo entre Sacapulas y Quiché es el verdadero y último deporte de riesgo sólo apto para los más valientes o los que ya están de vuelta de todo.
En primer lugar está el bólido, un maravilloso autobús escolar americano de los años 50 marca Bluebird, que todavía conserva su letrerito de STOP, ese que utilizaba el conductor en los USA cada vez que bajaba un niñito para avisar al resto de conductores. Cuando el autobús quedó anticuado se vendió en Guatemala. Aquí lo pintaron de vivos colores, le cambiaron los amortiguadores, le pusieron el nombre de “veloz Nebajense” “ veloz Quichense” o “ veloz lo que sea”, pero siempre veloz y lo llenaron de pegatinas del tipo “Dios me ama” “ Jesús es mi Pastor” o las más acojonadoras “Las llaves de este carro las tiene Jesús, pregunten en el cielo” o “Sólo Dios sabe si volveré” que la primera vez que las lees te dan un mal rollito de la ostia.
En segundo lugar está el conductor, el puto amo del mundo, un tipo que está por encima del bien y del mal, que no toca el suelo cuando camina, que nunca te mira a los ojos a no ser que seas una linda muchacha local vestidita de uniforme escolar. En este caso, la manda sentar a su lado y conduce de memoria sin mirar ni una sola vez la carretera. Un tipo que a bordo de su camioneta ganaría de todas todas cualquiera de los rallies que puntúan en el campeonato del mundo sin despeinarse y sobretodo sin ponerse a llorar como una nenaza estilo Carlos Sainz.
En tercer lugar y como elemento fundamental está el “dele-dele”, un hombre que viaja colgado de la puerta delantera del autobús con medio cuerpo fuera o encaramado al techo y no para de gritar “dele-dele”, como si al conductor le hiciera falta que encima lo animaran a darle todavía más. El “dele-dele” es el encargado de cobrar el billete. Un buen “dele-dele” no te da nunca la vuelta del cambio de tu pasaje hasta que no te bajas y es capaz de acordarse de cuanto debe a cada uno de los pasajeros de la camioneta sin un solo error, menos con los guiris, con los que, inexplicablemente, siempre se equivoca a su favor. A su lado el tipo ese de los programas de la tele que sumaba números y números enormes en un pis pas haciendo un sonido “umamaumauaam” es un pobre aficionado. El “dele-dele” también se dedica a bajar y subir los bultos del techo del autobús y a decir su otra frase (sólo tienen dos) “aprietense al fondo, caben más”, frase que, aunque parezca mentira siempre es cierta.
En último lugar estamos nosotros, los pollos o sardinas. Como los mayitas son bajitos les caben las piernas en el espacio entre asiento y asiento, pero si superas el metro sesenta estás jodido, ya que para entrar en un asiento pensado para niños americanos tienen que meterte tus compañeros a presión. Además no sólo te aprietas a lo largo si no que a lo ancho también te toca joderte. Los asientos son de dos, pero nos sentamos tres. El del pasillo sólo puede apoyar una nalga en el asiento, la otra flota en el aire. De tal manera que en una fila de asientos vamos seis, tres en un lado y tres en el otro ocupando todo el pasillo. Cuando el de la ventana del asiento de la derecha mueve el dedo meñique de su mano izquierda, el de la ventana del lado izquierdo debe mover su meñique de la mano derecha.
Por si esto fuera poco como los asientos son para niños el respaldo del mismo tan solo te llega a media espalda no pudiendo apoyar el resto de la misma durante un viaje que dura un mínimo de cinco horas. Cuando te bajas del autobús tu columna vertebral parece una culebra y ondula libremente de un lado a otro.
En Guatemala hay un accidente de autobús por semana. La causa siempre es “el conductor corría demasiado” según “Nuestro diario” que es como “El Caso” pero con fotos en color. Absolutamente siempre el conductor y el “dele-dele” huyen del lugar del accidente y casi nunca hay víctimas mortales. Es lógico, haz la prueba, agarra una lata de sardinas y déjala caer al suelo, luego ábrela, verás que todas las sardinitas siguen igual de majas en su sitio sin ni siquiera arrugarse. Con el autobús y sus ocupantes pasa lo mismo. En cambio, los accidentes de pick-up son un desastre. Noticia (os juro que verídica) que salía en “Nuestro Diario” ( no puedo evitar ojearlo cada día) el otro día “ Accidente de picop (sip), mueren doce personas”; un europeo sensato pensaría “joder, aquí ha muerto hasta el gato ( si, es un chiste fácil y malo); pero cuando volteabas la página leías “Diecisiete se salvan”. Veintinueve personas viajando en un pick-up estandar!!!! Esto es mi Guatemala!!!
Volvamos, por eso, al interior de la camioneta y a los pollos, es decir, a nosotros. Una de las peores cosas que te pueden ocurrir en un chiken bus es que te toque un “agrio” sentado al lado. Un “agrio” es un tipo al que parece que la lengua se le esté pudriendo dentro de la boca y que cada vez que suelta el aire te provoca unas arcadas del morirte. Contra un “agrio” sólo cabe una solución, adoptar la posición contraria a la suya. Si él está tirado hacia atrás tu te doblas hacia delante, si él está tirado hacia delante te quedas tieso como un palo. Por desgracia la camioneta es lugar de agrios (cepillo de dientes!!!!, pero que es eso???) y a veces es probable que te toque un “agrio” a cada lado. Entonces, si uno está doblado y otro tieso, te toca aguantar la respiración durante las cinco horas de viaje o cerrar los ojos y auto hipnotizarte repitiendo el mantra “jamón de jabugo, jamón de jabugo” sin cesar hasta bajar.
Cualquier teorema matemático hubiera resuelto que a tres personas por asiento el autobús consigue alcanzar su máxima capacidad. Pero los teoremas matemáticos no sirven dentro de una camioneta. El “dele-dele” continúa haciendo pasar a más y más personas al grito “aprietense al fondo, caben más”, de tal manera que además de las seis personas sentadas por fila se consigue que en el pasillo quepan, de pie, hasta dos personas más por fila.
Ríete tú de ese concurso de la tele que presentaba el imbécil ese que retransmite las campanadas/uvas cada año (por cierto, este año también lo han puesto a él???) junto a la mega actriz española que triunfó en los USA (quien no recuerda su papelón, con frase y todo, en uno de los mejores episodios del “Equipo A”) y que consistía en hacer apuestas chorras en plan “ me apuesto que soy capaz de comerme 600 bocadillos de calamares con mayonesa en 5 minutos” con el fin de ganar un premio que te permitiera pagar al dueño del bar por todos los bocatas de calamares que te habías zampado mientras ensayabas para salir en la tele. Pues bien, en ese concurso una vez se metieron muchos en un seiscientos. Si en vez de españoles se hubieran metido guatemaltecos hubieran cabido el triple, os lo juro por Dios (aunque sea ateo).
Bueno, sigamos que me he despistado un poco. Pues bien, ya tenemos a ocho personas por fila en un espacio diseñado originalmente para cuatro niños americanos. Entonces, “no se vayan amiguitos que todavía hay más” el autobús para y suben docenas de vendedores que se abren paso, a bocados si es necesario, portando sus canastos en la cabeza, por el pasillo y gritando como locos. Cuando ya todo es imposible, el tio del anuncio del “pup and seal”, (si esa especie de mancha que vendía un yanqui por la tele a las cuatro de la mañana y que quitaba el aire haciendo el vacío en toda clase de bolsas) no sacaría ni una molécula de aire de dentro del autobús, el “dele-dele” se decide a recorrer el pasillo para cobrar los billetes.
Así, a bordo de un bobsleigh gigante y de coloritos, lanzado, únicamente sobre los neumáticos de un costado, a ciento cincuenta por hora a través de una carretera de curvas infinitas, comprendes al fin todos los misterios del mundo: lo de uno y trino te parece más simple que mear de pie, la fórmula de la coca-cola es cosa de niños, el quienes somos, de donde venimos a donde vamos te importa un carajo.
Y es entonces, mis niños, cuando, logrando una perfecta paz interior entras en trance y, apoyando tu cabeza plácidamente sobre tu “agrio” compañero de al lado, te duermes como un bebe.
Vuestro, que bonito es viajar!!!;
Dolordebarriga
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Joia Vanidad XI (de fosphorito y de aquí)
Joia Vanidad XI (de fosphorito y de aquí)
Camina descalzo sobre la arena mojada. La playa desierta se extiende hasta donde alcanza su vista y, supongo que mucho más allá. Tan sólo, de vez en cuando, el graznido de una gaviota mancha el murmullo constante y apetecible de las olas al romper suavemente en la playa. Sobre el horizonte, un sol encarnado asoma perezoso deshaciendo los jirones de bruma que reinaron durante la noche.
A lo lejos, como ya a dos o tres kilómetros, descansan sobre la arena el resto de cuerpos que disfrutaron de la rave. Entre ellos el de Mónica, con su culo duro y redondo dibujándose sobre la tierra de la playa.
Ya le aburre Mónica, ya le aburre todo. Dos años seguidos sin normas ni rutinas laborales. Tan sólo dejándose llevar, de fiesta en fiesta, de sensación en sensación. Fue una huida hacía adelante porque ya no había ningún otro lugar hacía donde huir.
Probó antes muchas cosas pero siempre dentro de los márgenes de lo que se puede y debe hacer. Todas le llenaban al principio, nuevas metas, nuevas ilusiones, pero con el paso de los días iban pesándole más hasta saciarlo y hacerle sentir nauseas. Tras cada vómito, un nuevo intento, una nueva esperanza que cada vez se truncaba más pronto.
Al final lo vendió todo. Casa, torre, coche y moto y se dedicó a no hacer nada, o mejor dicho, a no parar de hacer cosas, a vivir cada día como si fuera el último. El mundo de los excesos, el mundo prohibido, también le ilusionó al principio. Esta vez han sido dos años los que ha aguantado, pero ¿Ahora qué?.
Quemada también esta etapa ya piensa que nada le queda. Todo probado todo descartado. ¿Y ahora qué?.
El mar está lindo, calmo y de un azul claro que invita a abrazarlo. Cuando se desnuda del todo, tan sólo piensa en llegar hasta donde sale el sol y así, adentrándose en el mar, ahora quizás ya sea la mar, se aleja nadando hasta un infinito que sabe que nunca alcanzará.
Sucede que ya lleva dos horas nadando, sucede que le pesan los brazos, sucede que se le agarrotan las piernas, sucede que ya la coca no actúa con la misma fuerza que antes.
Se detiene y mira. Sólo hay agua, sólo agua, sólo agua. Desearía un madero a donde poder asirse, una barca que lo llevara a tierra, pero está sólo. Ahora siente que se ha precipitado, que todavía podía haber...
Lágrimas gordas y saladas resbalan por sus mejillas y llenan todavía más la inmensa mar.
Ahora no quiere, pero ahora ya no hay vuelta atrás. Mientras se hunde agotado y el agua penetra en sus pulmones piensa en Mónica, piensa en su madre muerta y en todas las cosas que ahora se apercibe que todavía le restaron por hacer.
Quizá los relatos no surjan por si solos. Tal vez tu cerebro siempre recupere una historia, algo que oyó, algo que sucedió hace mucho tiempo.
Quizá, sin saber porque, haya recordado ahora esa noticia de hace ya tantos años en la que se explicaba que el marido de una artista local de mi Barcelona natal había desaparecido durante la travesía en barco entre Mallorca y Barcelona. Ese desaparecer, era, por supuesto, un eufemismo y esa manera de hacerlo no era en nada novedosa.
Quizá, esa noticia me hizo recordar otra cosa. Quizá una noche de finales de agosto todavía más lejana en el tiempo. Quizá de cuando tenía diecinueve años y todavía creía que el tiempo, mi tiempo, era infinito. Quizá un viaje hasta Menorca en barco, quizá en el mismo de la noticia de los periódicos, una noche, ocho horas en un viejo y gran paquebote, para disfrutar junto a unos amigos de Ciutadella de los últimos días de verano antes de comenzar las clases de septiembre. Quizá entonces los aviones eran mucho más caros y mucha gente elegía la opción de pasar la noche en un barco y amanecer al día siguiente en las Islas Baleares.
Quizá esa noche de finales de agosto la mar estaba terriblemente picada, quizá había tormenta con rayos que rompían el cielo, lluvia que ensordecía el mundo y quizá ese barco se balanceaba mientras surcaba las olas.
Quizá por yo casi no tener dinero, intentaba dormir en el patio de butacas, la opción más barata para llegar a Menorca.
Quizá me mareé demasiado, quizá me hastié de oír los ronquidos del pasajero de mi butaca contigua, quizá salí fuera y agarrado a la barandilla dejé que el agua empapara mi cuerpo.
Quizá cuando ya iba a entrar, para secarme y cambiarme de ropa otro portón, de la zona donde su ubicaban los camarotes, mucho más hacia la popa, se abrió y en la, a ratos, oscura noche alguien más salió a cubierta.
Quizá quien salió fuera una mujer oronda de unos cuarenta y pico años, tocada con una permanente rubia, y cubierta hasta los tobillos con un vestido amplio y largo de lino blanco.
Quizá se asomo a la borda, y miró lentamente sin verme a un lado y a otro del barco.
Quizá se santiguó dos veces con movimientos lentos y comenzó a intentar trabajosamente trepar por la barandilla.
Quizá mientras se precitaba al mar, el vestido se le subió hasta enrollársele a la altura de los brazos dejando ver, a la luz de un relámpago, su cuerpo fofo y blanco cubierto únicamente ahora por unas bragas feas y rojas.
Quizá, y este quizá es todavía más quizá que todos los demás, cuando volvió a emerger vio a alguien sobre la cubierta, quizá levanto la mano y quizá intento gritar algo. Quizá la lluvia caía tan fuerte que quizá quien estaba arriba nunca supo si la mujer se despedía del mundo o, arrepentida intentaba pedir ayuda.
Quizá la vi desaparecer entre las olas y luego quizá regresé otra vez al patio de butacas. Quizá fui a los baños, me sequé, me puse ropa limpia y me acomodé en mi butaca para dormir.
Quizá al amanecer siguiente, mientras todo el mundo desembarcaba, intentaba adivinar si alguien estaba buscando y no encontrando a alguien. Quizá a una mujer oronda, rubia y de unos cuarenta y pico años.
Quizá compré los periódicos, durante los días posteriores, y los leí con avidez esperando encontrar alguna noticia.
Quizá nunca conté esto a nadie y quizá cuando leí la noticia del marido de la artista volví a recordar la historia.
O quizá no, quizá esta historia continúa volviendo a mi cabeza y se infiltra en mis sueños desvelando mis noches.
Quizá sobre todo durante las noches de tormenta.
Quizá no se arrepintió en el último momento y quizá sólo levantaba la mano como acto reflejo o para despedirse del mundo.
Quizá.
Vuestro, fabulando, o no;
Dolordebarriga
Camina descalzo sobre la arena mojada. La playa desierta se extiende hasta donde alcanza su vista y, supongo que mucho más allá. Tan sólo, de vez en cuando, el graznido de una gaviota mancha el murmullo constante y apetecible de las olas al romper suavemente en la playa. Sobre el horizonte, un sol encarnado asoma perezoso deshaciendo los jirones de bruma que reinaron durante la noche.
A lo lejos, como ya a dos o tres kilómetros, descansan sobre la arena el resto de cuerpos que disfrutaron de la rave. Entre ellos el de Mónica, con su culo duro y redondo dibujándose sobre la tierra de la playa.
Ya le aburre Mónica, ya le aburre todo. Dos años seguidos sin normas ni rutinas laborales. Tan sólo dejándose llevar, de fiesta en fiesta, de sensación en sensación. Fue una huida hacía adelante porque ya no había ningún otro lugar hacía donde huir.
Probó antes muchas cosas pero siempre dentro de los márgenes de lo que se puede y debe hacer. Todas le llenaban al principio, nuevas metas, nuevas ilusiones, pero con el paso de los días iban pesándole más hasta saciarlo y hacerle sentir nauseas. Tras cada vómito, un nuevo intento, una nueva esperanza que cada vez se truncaba más pronto.
Al final lo vendió todo. Casa, torre, coche y moto y se dedicó a no hacer nada, o mejor dicho, a no parar de hacer cosas, a vivir cada día como si fuera el último. El mundo de los excesos, el mundo prohibido, también le ilusionó al principio. Esta vez han sido dos años los que ha aguantado, pero ¿Ahora qué?.
Quemada también esta etapa ya piensa que nada le queda. Todo probado todo descartado. ¿Y ahora qué?.
El mar está lindo, calmo y de un azul claro que invita a abrazarlo. Cuando se desnuda del todo, tan sólo piensa en llegar hasta donde sale el sol y así, adentrándose en el mar, ahora quizás ya sea la mar, se aleja nadando hasta un infinito que sabe que nunca alcanzará.
Sucede que ya lleva dos horas nadando, sucede que le pesan los brazos, sucede que se le agarrotan las piernas, sucede que ya la coca no actúa con la misma fuerza que antes.
Se detiene y mira. Sólo hay agua, sólo agua, sólo agua. Desearía un madero a donde poder asirse, una barca que lo llevara a tierra, pero está sólo. Ahora siente que se ha precipitado, que todavía podía haber...
Lágrimas gordas y saladas resbalan por sus mejillas y llenan todavía más la inmensa mar.
Ahora no quiere, pero ahora ya no hay vuelta atrás. Mientras se hunde agotado y el agua penetra en sus pulmones piensa en Mónica, piensa en su madre muerta y en todas las cosas que ahora se apercibe que todavía le restaron por hacer.
Quizá los relatos no surjan por si solos. Tal vez tu cerebro siempre recupere una historia, algo que oyó, algo que sucedió hace mucho tiempo.
Quizá, sin saber porque, haya recordado ahora esa noticia de hace ya tantos años en la que se explicaba que el marido de una artista local de mi Barcelona natal había desaparecido durante la travesía en barco entre Mallorca y Barcelona. Ese desaparecer, era, por supuesto, un eufemismo y esa manera de hacerlo no era en nada novedosa.
Quizá, esa noticia me hizo recordar otra cosa. Quizá una noche de finales de agosto todavía más lejana en el tiempo. Quizá de cuando tenía diecinueve años y todavía creía que el tiempo, mi tiempo, era infinito. Quizá un viaje hasta Menorca en barco, quizá en el mismo de la noticia de los periódicos, una noche, ocho horas en un viejo y gran paquebote, para disfrutar junto a unos amigos de Ciutadella de los últimos días de verano antes de comenzar las clases de septiembre. Quizá entonces los aviones eran mucho más caros y mucha gente elegía la opción de pasar la noche en un barco y amanecer al día siguiente en las Islas Baleares.
Quizá esa noche de finales de agosto la mar estaba terriblemente picada, quizá había tormenta con rayos que rompían el cielo, lluvia que ensordecía el mundo y quizá ese barco se balanceaba mientras surcaba las olas.
Quizá por yo casi no tener dinero, intentaba dormir en el patio de butacas, la opción más barata para llegar a Menorca.
Quizá me mareé demasiado, quizá me hastié de oír los ronquidos del pasajero de mi butaca contigua, quizá salí fuera y agarrado a la barandilla dejé que el agua empapara mi cuerpo.
Quizá cuando ya iba a entrar, para secarme y cambiarme de ropa otro portón, de la zona donde su ubicaban los camarotes, mucho más hacia la popa, se abrió y en la, a ratos, oscura noche alguien más salió a cubierta.
Quizá quien salió fuera una mujer oronda de unos cuarenta y pico años, tocada con una permanente rubia, y cubierta hasta los tobillos con un vestido amplio y largo de lino blanco.
Quizá se asomo a la borda, y miró lentamente sin verme a un lado y a otro del barco.
Quizá se santiguó dos veces con movimientos lentos y comenzó a intentar trabajosamente trepar por la barandilla.
Quizá mientras se precitaba al mar, el vestido se le subió hasta enrollársele a la altura de los brazos dejando ver, a la luz de un relámpago, su cuerpo fofo y blanco cubierto únicamente ahora por unas bragas feas y rojas.
Quizá, y este quizá es todavía más quizá que todos los demás, cuando volvió a emerger vio a alguien sobre la cubierta, quizá levanto la mano y quizá intento gritar algo. Quizá la lluvia caía tan fuerte que quizá quien estaba arriba nunca supo si la mujer se despedía del mundo o, arrepentida intentaba pedir ayuda.
Quizá la vi desaparecer entre las olas y luego quizá regresé otra vez al patio de butacas. Quizá fui a los baños, me sequé, me puse ropa limpia y me acomodé en mi butaca para dormir.
Quizá al amanecer siguiente, mientras todo el mundo desembarcaba, intentaba adivinar si alguien estaba buscando y no encontrando a alguien. Quizá a una mujer oronda, rubia y de unos cuarenta y pico años.
Quizá compré los periódicos, durante los días posteriores, y los leí con avidez esperando encontrar alguna noticia.
Quizá nunca conté esto a nadie y quizá cuando leí la noticia del marido de la artista volví a recordar la historia.
O quizá no, quizá esta historia continúa volviendo a mi cabeza y se infiltra en mis sueños desvelando mis noches.
Quizá sobre todo durante las noches de tormenta.
Quizá no se arrepintió en el último momento y quizá sólo levantaba la mano como acto reflejo o para despedirse del mundo.
Quizá.
Vuestro, fabulando, o no;
Dolordebarriga
Afinador de cisternas