De lo dicho en el título no se imaginen vuesas mercedes de mi vanagloria, pues humilde soy, y no por virtud, si no por pura necesidad.
El amor de mujer nunca mendigué pero por no faltar, pues si faltara mendigo maestre seria y de llanto lastimero, que aunque no faltando solo de pensarlo escalofríos siento y angustia en mi cuello ahogan el aire de pensarlo ¡por Dios! que miedo.
Con dieciséis partí de casa y con mujer de treinta y pocos a su casa fui, a mis padres con un beso despedí y todas las veces que volví a su casa con un beso me recibieron, pues de bien nacido el ser agradecido y que mejor agradecimiento que a los que el ser de dieron.
Hija tenía que con el tiempo y los años hija fue y más que hija, joder con la hija de puta cuanto amor la hija tenía.
Así empecé y hasta la fecha, amor siempre di y enamorado, amar nunca fue de dolor y engaño dado, y siempre noble y si no bien de algún engaño hecho, no hay dolo si todos del amor sacan provecho.
Si algo no entendéis leer despacio que con amor se escribieron estas letras.
Con Dios.
Amores y vanagloria
- Merodeador
- Mojahedín
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- Registrado: 17 Mar 2004 01:18
Amores y vanagloria
Afinador de cisternas
Amores a la carta prometí.
Escribíle estas palabras a medida, salieron mil verdades de mi pluma y en cada carta dejara a su merced, meridiano sentimiento de afección. Pasaron mil palabras de la cuenta, se clavaron mil puñales en reyertas, no hubiera letras hubo sí la ausencia, sí hubo la falta de la carta que ya dejara a sus espaldas a las puertas de otras que menos laceraran.
Está ya viciada mi mano, que acostumbra el revés cuando la miro. El corazón le envuelve las costillas... eso o le encienden las tortillas.
Escribíle estas palabras a medida, salieron mil verdades de mi pluma y en cada carta dejara a su merced, meridiano sentimiento de afección. Pasaron mil palabras de la cuenta, se clavaron mil puñales en reyertas, no hubiera letras hubo sí la ausencia, sí hubo la falta de la carta que ya dejara a sus espaldas a las puertas de otras que menos laceraran.
Está ya viciada mi mano, que acostumbra el revés cuando la miro. El corazón le envuelve las costillas... eso o le encienden las tortillas.
[...] se vio tragado por la boca de una decadencia larga y serpenteante, de la que no volvería a salir hasta que, al final mismo de sus días, se enamoró por fin de su mujer.