Gracias por cuidar de mí
Publicado: 22 Feb 2006 23:14
Me apoyé en uno de los marcos de la puerta, aquel que lleva roto varios años, y tenía una extraña sensación de sangre en las tripas, una especie de frescura ácida que me retorcía por fuera y me inundaba por dentro.
Mi cuerpo se mantenía erguido con dificultad, diría que estaba a tres milímetros de tocar de rodillas.
Recordé aquel día que te enfadaste tanto porque había salido a la calle sin avisarte, tú dormías en el sofá y no quise decirte nada porque sé como te pones cuando te despiertan. Llegaste a la tienda casi a tropezones, podía notar tu corazón en mi espalda cuando me empujabas hacía casa entre gritos y jadeos.
Ese día me asusté mucho, y no volví a hacerlo nunca más.
Recuerdo también la mañana que me encontraste en ropa interior bailando frente al mueble bar, yo no había bebido nada y no entendí tu enfado. Corriste al armario y me pusiste un abrigo de lana que te regaló mamá el año pasado, me metiste en la cama y desde allí pude oírte rezar durante dos horas.
Me subía por los pies un calor incandescente que no sabía controlar, me agaché para poder agarrarme los pies muy fuerte y darle calor a mis manos que aun estaban heladas.
Me empezó a sangrar la nariz y me limpié violentamente para no verla.
Me acuerdo de aquel fin de semana que pasé delante de la televisión viendo un montón de películas que me habías traído y lo mal que me sentó que llegaras de repente y cogieras mi enorme tarrina de chocolate helado y la lanzaras por el suelo. Ese día creí que me ibas a pegar, me gritabas tan fuerte que no lograba entender lo que decías.
Odiaba cuando me mirabas y girabas la cara para pensar. Y volvías a mirarme. Y mirabas el suelo. Y a veces te ibas de repente y te escuchaba llorar desde la habitación.
Y entonces me acordaba de lo bien que estábamos cuando papá y mamá vivían.
Metí mi cabeza entre las rodillas y apreté muy fuerte.
Intenté pensar en las tres últimas horas transcurridas. Sé que te había prometido no levantarme de la cama pero me apetecía un vaso de leche caliente y tú no llegarías hasta las 8. Sí, lo sé, las promesas se deben cumplir y también sé que podría haber aguantado cinco minutos más sin el dichoso vaso de leche. Sé que es lo que me dirás justo al entrar por la puerta y ver el vaso en la mesita de noche.
Intentaré ser rápida y quizá no lo veas.
Sentí un dolor atroz en las piernas, de esos dolores que duran un segundo, como una aguja, y noté que ardían. Me gustaba estar allí encogida pero ahora debía soltarme de vez en cuando para coger aire frío y volver a meter la cabeza entre mis rodillas.
Era extraña la sensación de desequilibrio, podía incluso sacar vaho de la boca y calentar las manos con él.
Pensé si esa sensación de calor era la misma que decías cuando me explicabas lo mucho que quema la garganta cuando se bebe un poco de alcohol.
Y entonces levanté la cabeza y comprendí.
Y un brusco calor helado me golpeó tan fuerte que solo tuve tiempo a darme cuenta.
Gracias por cuidar de mí, pensé.
Mi cuerpo se mantenía erguido con dificultad, diría que estaba a tres milímetros de tocar de rodillas.
Recordé aquel día que te enfadaste tanto porque había salido a la calle sin avisarte, tú dormías en el sofá y no quise decirte nada porque sé como te pones cuando te despiertan. Llegaste a la tienda casi a tropezones, podía notar tu corazón en mi espalda cuando me empujabas hacía casa entre gritos y jadeos.
Ese día me asusté mucho, y no volví a hacerlo nunca más.
Recuerdo también la mañana que me encontraste en ropa interior bailando frente al mueble bar, yo no había bebido nada y no entendí tu enfado. Corriste al armario y me pusiste un abrigo de lana que te regaló mamá el año pasado, me metiste en la cama y desde allí pude oírte rezar durante dos horas.
Me subía por los pies un calor incandescente que no sabía controlar, me agaché para poder agarrarme los pies muy fuerte y darle calor a mis manos que aun estaban heladas.
Me empezó a sangrar la nariz y me limpié violentamente para no verla.
Me acuerdo de aquel fin de semana que pasé delante de la televisión viendo un montón de películas que me habías traído y lo mal que me sentó que llegaras de repente y cogieras mi enorme tarrina de chocolate helado y la lanzaras por el suelo. Ese día creí que me ibas a pegar, me gritabas tan fuerte que no lograba entender lo que decías.
Odiaba cuando me mirabas y girabas la cara para pensar. Y volvías a mirarme. Y mirabas el suelo. Y a veces te ibas de repente y te escuchaba llorar desde la habitación.
Y entonces me acordaba de lo bien que estábamos cuando papá y mamá vivían.
Metí mi cabeza entre las rodillas y apreté muy fuerte.
Intenté pensar en las tres últimas horas transcurridas. Sé que te había prometido no levantarme de la cama pero me apetecía un vaso de leche caliente y tú no llegarías hasta las 8. Sí, lo sé, las promesas se deben cumplir y también sé que podría haber aguantado cinco minutos más sin el dichoso vaso de leche. Sé que es lo que me dirás justo al entrar por la puerta y ver el vaso en la mesita de noche.
Intentaré ser rápida y quizá no lo veas.
Sentí un dolor atroz en las piernas, de esos dolores que duran un segundo, como una aguja, y noté que ardían. Me gustaba estar allí encogida pero ahora debía soltarme de vez en cuando para coger aire frío y volver a meter la cabeza entre mis rodillas.
Era extraña la sensación de desequilibrio, podía incluso sacar vaho de la boca y calentar las manos con él.
Pensé si esa sensación de calor era la misma que decías cuando me explicabas lo mucho que quema la garganta cuando se bebe un poco de alcohol.
Y entonces levanté la cabeza y comprendí.
Y un brusco calor helado me golpeó tan fuerte que solo tuve tiempo a darme cuenta.
Gracias por cuidar de mí, pensé.