Letras, palabras, unas tienen un mundo detrás, otras un gesto, otras nada, solo enganches, mecanismos y engranajes que las aúnan, los verbos son, así de sencillo, son y como dioses accionan y dan vida a los gestos, los mundos y engranajes.
Pensamientos e ideas se agrupan, las palabras se encajan y acomodan, en discusiones las palabras se atrincheran y las interjecciones se lanzan con catapulta contra el ego adversario.
Canciones de cuna, palabras que se quedan grabadas dentro, palabras de madre con ritmo de corazón.
Letras, palabras, frases, ideas, trincheras, canción de cuna y corazón.
Letras, palabras, que levantan por décadas muros de silencio y agonía, otras en la traición anidan y cual cuchillas cercenan la garganta y enmudecen a la victima, tristes palabras al pie de tumbas, de despedida, que junto a las lágrimas que riegan los cipreses, apuntan al cielo culpable de las preguntas sin respuesta.
Letras de formulación aviesa que en su conjura en palabra, dolor profesan, magia negra de tinta oscura.
Amontonadas en un papel sellado y rubricado, son balas de despedida, sentencias de muerte. Letras asesinas.
Letras, palabras, dímelas bajito, subiendo una a una a los vagones del tren de un susurro, acércate, rompe la distancia, córtala, que el movimiento de tus labios dirija el aire que impulsan tus pulmones sin necesidad de esfuerzo a mi oído, así de cerca, notando el roce de tu boca, no me harán daño las palabras, oiré la música armoniosa de tu voz.
Ya conozco los datos, las medidas, lo que fue antes, el como y el porque, que más da, lo necesito así, de tu boca, unidos a las palabras los sentimientos y silencios.
Letras, palabras...
- Merodeador
- Mojahedín
- Mensajes: 856
- Registrado: 17 Mar 2004 01:18
Letras, palabras...
Afinador de cisternas
Tengo una grave enfermedad, me he enamorado de un escritor.
Trabajo de jardinera desde 1986, cuando decidieron que el parque sería mucho más bonito si lo adornaban de flores silvestres y jazmines.
Desde hace dos meses alguien madruga demasiado y se sienta a escribir en el banco del parque central, justo al lado de la frutería que siempre está cerrada. Creo que la dueña lleva de parto tres años y dos semanas. Espero almenos que le hayan puesto la epidural.
No sé si lo hace sin querer o intenta forcejear un poco con el destino. El caso es que llevo dos meses encontrándome escritos suyos bajo el banco. Bueno, no precisamente encontrándomelos, eso solo fue al principio.
No sé que ha pasado pero creo que todo ha ido demasiado lejos, hubo una noche que la pasé en vela detrás de un árbol esperando verle aparecer. Nada. Al día siguiente no tuve nada para leer.
Ese día me vio ( estoy segura ) y dejó de escribir para él.
Desde entonces todo va dedicado a mi persona. Cartas de amor, situaciones vergonzosas, promesas, agradecimientos, halagos e incluso relatos eróticos donde se atreve a describirme a la perfección. Y no solo a eso.
No dejo de pensar que quizá todo esto sea algo quimérico, irreal.
Pero como va a ser irreal algo que puedo tocar? Esas hojas, esas palabras, esas frases. Me estoy volviendo loca.
No dejo de pensar en él, sueño, planeo, me acaricio, me enfado y me derrumbo.
Le busco y no hay nada.
Solo letras.
Y encima empiezo a imaginar, en realidad hace un mes que planeo hacerle el amor. Ya me he estudiado todas las posturas posibles, ya que para él no son ninguna novedad.
O ir un día a la estación y encontrarle haciendo autostop en la gasolinera y llevarle, y comer costillas y arrancar la hierba con los dedos.
O regalarle caramelos japoneses con un sabor característico y desear que le gusten tanto que almenos tenga una excusa para verme.
Y si le escribo?
Harán mis letras el mismo efecto que han hecho las suyas?
Trabajo de jardinera desde 1986, cuando decidieron que el parque sería mucho más bonito si lo adornaban de flores silvestres y jazmines.
Desde hace dos meses alguien madruga demasiado y se sienta a escribir en el banco del parque central, justo al lado de la frutería que siempre está cerrada. Creo que la dueña lleva de parto tres años y dos semanas. Espero almenos que le hayan puesto la epidural.
No sé si lo hace sin querer o intenta forcejear un poco con el destino. El caso es que llevo dos meses encontrándome escritos suyos bajo el banco. Bueno, no precisamente encontrándomelos, eso solo fue al principio.
No sé que ha pasado pero creo que todo ha ido demasiado lejos, hubo una noche que la pasé en vela detrás de un árbol esperando verle aparecer. Nada. Al día siguiente no tuve nada para leer.
Ese día me vio ( estoy segura ) y dejó de escribir para él.
Desde entonces todo va dedicado a mi persona. Cartas de amor, situaciones vergonzosas, promesas, agradecimientos, halagos e incluso relatos eróticos donde se atreve a describirme a la perfección. Y no solo a eso.
No dejo de pensar que quizá todo esto sea algo quimérico, irreal.
Pero como va a ser irreal algo que puedo tocar? Esas hojas, esas palabras, esas frases. Me estoy volviendo loca.
No dejo de pensar en él, sueño, planeo, me acaricio, me enfado y me derrumbo.
Le busco y no hay nada.
Solo letras.
Y encima empiezo a imaginar, en realidad hace un mes que planeo hacerle el amor. Ya me he estudiado todas las posturas posibles, ya que para él no son ninguna novedad.
O ir un día a la estación y encontrarle haciendo autostop en la gasolinera y llevarle, y comer costillas y arrancar la hierba con los dedos.
O regalarle caramelos japoneses con un sabor característico y desear que le gusten tanto que almenos tenga una excusa para verme.
Y si le escribo?
Harán mis letras el mismo efecto que han hecho las suyas?
Creían que estaba loca solo porque le quiso desenterrar una vez.
Hace un buen rato que observo a Catalina desde el escritorio repleto de papeles, único territorio que ella todavía no ha colonizado. Alzo la vista mientras finjo que escribo y paseo la mirada por su redondo y firme trasero. Cata es una mujer madura a la que los años le han marchitado muchas cosas, la mayoría pertenecientes al alma, otras, las menos, pertenecientes a su físico, robusto, moreno, sinuoso. Escribo eses sobre su cintura, ces sobre sus caderas, oes mayúsculas sobre sus pechos, uves sobre sus ingles, uves dobles sobre....me pilla y ruborizado agacho la cara, vuelvo a garabatear sobre el papel.
Esto viene de lejos, Catalina lleva viniendo a casa un par de veces por semana desde que me mudé del pueblo a la ciudad allá por el año 86. Hice unas pocas entrevistas y la escogí a ella justo porque me recordaba de dónde venía, ahora que acababa de publicar mi primera novela y que todo auguraba un gran futuro para la segunda, necesitaba alguien adulto, una especie de tía materna solterona que no tuviera reparos en decirme vago y recordarme que antes de ser escritor famoso era un pueblerino.
Contra todo pensamiento, instinto o deseo, la salud de Catalina, la increíble energía y todo ese zarandeo con el que sacudía al polvo y a la vida misma había terminado por agitarme del mismo modo. Tenía las mejillas como dos manzanas y algunas arrugas en la frente que se acentuaban cuando me pillaba en los múltiples renuncios que tenía en su presencia.
Cata, Cata, susurraba para mí algunas noches, al apoyarme sobre la almohada mientas mis manos buscaban por fín liberar el deseo contenido. Repasaba en la imaginación la nítida linea que perfilaba sus brazos algo flacidos, algo velludos, pero diligentes y prestos a arrancar gemidos. Oh, Cata, soplaba al recorrer sus granados pómulos, sus labios finos, su sonrisa mostrando unos torcidos dientes, la misma sonrisa en sus oscuras pupilas. No sabes cuanto te deseo, mientras tiraba de su camisola escuchaba el clic-clic-clic mágico que liberaba su cuerpo de la opresión y me refugiaba ansioso en el charco de su ombligo solo para aumentar la ansiedad y torpemente pelear con ese artilugio del demonio que son los corchetes del sujetador.
Cuando terminaba, dejaba que un leve sentimiento de culpa me meciera hasta caer definitivamente vencido. Una vez, recién despierto recordé haber soñado que perseguía letras, letras gigantes que conformaban palabras: liana, atila, latín, Caín, catana. Era una pesadilla porque nunca lograba encontrar las suficientes para escribir completamente aquel nombre que tanto anhelaba. Del mismo modo, empezaron a faltarme las letras sobre el papel. Todas los personajes femeninos que salían acababan siendo descritos a imagen y semejanza de Catalina y si no, cualquier descripción me parecía floja, carente de fuerza. También sabía que no podía presentar a la editorial un borrador donde todas las mujeres fueran una.
Nunca como por aquel entonces me sentí tan perdido y a la vez, tan hallado. Jamás pensé -y si alguien me hubiera advertido le hubiera tomado por loco- amar a una cincuentona cuyos conocimientos literarios habían dado el salto desde Corín Tellado a Danielle Steel sin un solo escalofrío ni despeine, pero lo cierto es que hubiera vendido mi alma y mi pluma a cambio de un instante real acariciando la blanda linea de su estómago, por sentirme rodedado por esos grumosos y oscuros muslos dejando, tras el máximo instante de placer, que un hilillo de baba descendiera por la comisura de mis labios hasta su espalda.
Esto viene de lejos, Catalina lleva viniendo a casa un par de veces por semana desde que me mudé del pueblo a la ciudad allá por el año 86. Hice unas pocas entrevistas y la escogí a ella justo porque me recordaba de dónde venía, ahora que acababa de publicar mi primera novela y que todo auguraba un gran futuro para la segunda, necesitaba alguien adulto, una especie de tía materna solterona que no tuviera reparos en decirme vago y recordarme que antes de ser escritor famoso era un pueblerino.
Contra todo pensamiento, instinto o deseo, la salud de Catalina, la increíble energía y todo ese zarandeo con el que sacudía al polvo y a la vida misma había terminado por agitarme del mismo modo. Tenía las mejillas como dos manzanas y algunas arrugas en la frente que se acentuaban cuando me pillaba en los múltiples renuncios que tenía en su presencia.
Cata, Cata, susurraba para mí algunas noches, al apoyarme sobre la almohada mientas mis manos buscaban por fín liberar el deseo contenido. Repasaba en la imaginación la nítida linea que perfilaba sus brazos algo flacidos, algo velludos, pero diligentes y prestos a arrancar gemidos. Oh, Cata, soplaba al recorrer sus granados pómulos, sus labios finos, su sonrisa mostrando unos torcidos dientes, la misma sonrisa en sus oscuras pupilas. No sabes cuanto te deseo, mientras tiraba de su camisola escuchaba el clic-clic-clic mágico que liberaba su cuerpo de la opresión y me refugiaba ansioso en el charco de su ombligo solo para aumentar la ansiedad y torpemente pelear con ese artilugio del demonio que son los corchetes del sujetador.
Cuando terminaba, dejaba que un leve sentimiento de culpa me meciera hasta caer definitivamente vencido. Una vez, recién despierto recordé haber soñado que perseguía letras, letras gigantes que conformaban palabras: liana, atila, latín, Caín, catana. Era una pesadilla porque nunca lograba encontrar las suficientes para escribir completamente aquel nombre que tanto anhelaba. Del mismo modo, empezaron a faltarme las letras sobre el papel. Todas los personajes femeninos que salían acababan siendo descritos a imagen y semejanza de Catalina y si no, cualquier descripción me parecía floja, carente de fuerza. También sabía que no podía presentar a la editorial un borrador donde todas las mujeres fueran una.
Nunca como por aquel entonces me sentí tan perdido y a la vez, tan hallado. Jamás pensé -y si alguien me hubiera advertido le hubiera tomado por loco- amar a una cincuentona cuyos conocimientos literarios habían dado el salto desde Corín Tellado a Danielle Steel sin un solo escalofrío ni despeine, pero lo cierto es que hubiera vendido mi alma y mi pluma a cambio de un instante real acariciando la blanda linea de su estómago, por sentirme rodedado por esos grumosos y oscuros muslos dejando, tras el máximo instante de placer, que un hilillo de baba descendiera por la comisura de mis labios hasta su espalda.