Pan duro
Publicado: 16 Jul 2011 22:56
Hay tantas cosas que me han arrebatado o que he dejado marchar que ya solo me quedan unas pocas personas, y a estas alturas tampoco pondría la mano en el fuego por ninguna de ellas. Cada mañana, al despertar, esputo un engrudo agrio que me espabila para encarar nuevas traiciones. Su regusto se va disipando a medida que me aseo, me visto y doy los buenos días. Pero los buenos días se me devuelven cada vez más secos y anticipan nuevos agravios. Y así todos los días, cada uno con sus bajas, hasta que la noche y su sordina me hacen olvidarlo todo hasta la mañana siguiente.
Vivo rodeado de ladinos que van a lo suyo, pero hubo un tiempo en el que fui querido y hasta admirado. Ahora solo el viejo Samuel tiene tiempo para mis quejas. Me dice que todo lo que me pasa es lógico con la que está cayendo, pero a mí esto no me convence. Primero, porque se supone que este sitio debería sacar lo mejor de nosotros, y segundo, porque a costa de tanto repetirlo, lo dice cada vez con más fastidio. Juraría que él también se está aburriendo de mí. Pues que se lo lleve el diablo. No seré yo quien le llore, como tampoco lloré por las hijas de Sara, por poner un ejemplo. Lo habría hecho si su madre no hubiera cambiado tanto. Me dice Samuel que es el instinto de supervivencia, y que debo ser comprensivo. Pero en esto tampoco estoy de acuerdo. Precisamente, si ves que te quedas sola, es cuando debes cuidar lo que te queda. Además yo siempre fui bueno con Sara. Pero se ve que no lo bastante, teniendo en cuenta a quién le fue luego ella pidiendo consuelo. Como si aquí hubiera donde elegir. Pues parece que la muy puta todavía se cree que sí puede.
Me tienen por un amargado. ¿Pero acaso son ellos distintos? Los son porque de sus desgracias no son culpables su propia gente. Samuel me dice que debería mantenerme ocupado, intentar no pensar tanto. Pero aquí el tiempo es el mismo para todos, y ya veremos a qué dedican ellos el suyo cuando ya no les queden hijos, padres, maridos ni esposas de los que ocuparse. Entonces ya vendrán pidiendo pan duro.
Vivo rodeado de ladinos que van a lo suyo, pero hubo un tiempo en el que fui querido y hasta admirado. Ahora solo el viejo Samuel tiene tiempo para mis quejas. Me dice que todo lo que me pasa es lógico con la que está cayendo, pero a mí esto no me convence. Primero, porque se supone que este sitio debería sacar lo mejor de nosotros, y segundo, porque a costa de tanto repetirlo, lo dice cada vez con más fastidio. Juraría que él también se está aburriendo de mí. Pues que se lo lleve el diablo. No seré yo quien le llore, como tampoco lloré por las hijas de Sara, por poner un ejemplo. Lo habría hecho si su madre no hubiera cambiado tanto. Me dice Samuel que es el instinto de supervivencia, y que debo ser comprensivo. Pero en esto tampoco estoy de acuerdo. Precisamente, si ves que te quedas sola, es cuando debes cuidar lo que te queda. Además yo siempre fui bueno con Sara. Pero se ve que no lo bastante, teniendo en cuenta a quién le fue luego ella pidiendo consuelo. Como si aquí hubiera donde elegir. Pues parece que la muy puta todavía se cree que sí puede.
Me tienen por un amargado. ¿Pero acaso son ellos distintos? Los son porque de sus desgracias no son culpables su propia gente. Samuel me dice que debería mantenerme ocupado, intentar no pensar tanto. Pero aquí el tiempo es el mismo para todos, y ya veremos a qué dedican ellos el suyo cuando ya no les queden hijos, padres, maridos ni esposas de los que ocuparse. Entonces ya vendrán pidiendo pan duro.