Los gentiles

La editorial asocial, desde la mas inmunda basura hasta pequeñas joyas... (En obras)
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Urdu
Angela Chanin Izaguirre
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Los gentiles

Mensaje por Urdu »

Los gentiles

Consciente de que el buen tiempo y las horas de sueño le alegran la cara, Arturo Balaguer sale dispuesto a llenar su día de contenido. Hace calor. Las fachadas exhalan las últimas horas y los portales su aliento frío. La calle está abarrotada de gente con perros que bebe, fuma y tiene cosas que contarse. Si ha de pasar algo, no será con ninguno de ellos. Tiene horas por delante. Por tener, tiene todo el fin de semana. Pero Arturo Balaguer está curtido y sabe que estas cosas suceden cuando ellas quieren. Buscarlas resulta frustrante. ¡Pero hace tan buena tarde! Hoy debe ser el día que justifique su existencia durante las últimas semanas, y que sirva como aval durante, al menos, las cuatro siguientes.

Y no basta con que suceda algo. Conviene algo que pueda contar. Su principal objetivo consiste en sacudirse un poco cierto complejo de tío aburrido que ha ido ganando en los últimos años. No le preocupa verse cada vez más ermitaño, al fin y al cabo esos son los momentos que más disfruta, sino su imagen pública. Que nadie espere nada especial de él. Y esto no es justo, porque Arturo tiene talento para verse de tanto en cuando en situaciones nada convencionales, precisamente aquellas de las que nunca podría hablar en la oficina. ¿Cuál de las dos tocaría hoy, si ha de tocar alguna?

Hay una diferencia importante entre unas y otras. Las situaciones confesables no dependen de él. Son las inconfesables las que puede forzar, y aun así se tienen que dar algunas condiciones. En ninguno de los dos casos las tiene todas consigo. Y es irónico que se vea obligado a darle más valor a las que objetivamente son más vulgares, a aquellas que le igualan con todo el mundo, sólo porque en su caso se den con poca frecuencia, porque son precisamente las otras las que le convierten en alguien singular.

Como ya habrán adivinado, Arturo no es lo que llamaríamos una persona expansiva. Le faltan recursos para entablar una conversación con un desconocido, y tiene que esperar a que sean los otros los que tomen la iniciativa. En cambio, el simple contacto visual es brutalmente elocuente para él. Durante años ha concentrado ahí su agudeza y ahora es casi infalible. Arturo rastrea, procesa y descarta. En segundos la masa pasa a ser un enorme contorno gris. Si alguien le devuelve su señal queda claramente destacado, al menos en condiciones lumínicas buenas. Y aquí llegan. El sol se hunde tras las azoteas mientras la calle sigue bañada por una intensa luz meridional. La luna vespertina remata la bóveda celeste.

Arturo se sienta en un banco, violento por si alguien le ve tan solo y le juzga por ello. Supone que este sentimiento le tiene que rezumar por los poros y ahuyentar a cualquiera que pudiera acercarse con una anécdota bajo el brazo, entendiendo por anécdota algo que se pueda canjear a media mañana por cinco minutos de atención. Casi mejor, se dice, y se consuela repasando el inventario de sus galerías privadas. Como no recuerda muchos nombres, asigna motes y datos. Así tenemos a la que huele a Ducados, al del la escayola, o a los chavales que no habían dormido en tres días, todos ellos con poco o nada que decir y muchas ganas de que les pase algo que luego no puedan contar. Concluye que la resignación es de los sentimientos más altos de los que somos capaces los humanos, y en ocasiones, una hermosa fuente de inspiración. De estas cavilaciones le distrae un tintineo.

Sentada a su lado, una chica bebe, fuma y juega con un perro, y de una trenza le cuelga un cascabel. No la ha visto llegar, ha debido estar ahí todo el rato. Sonríe, le pasa un porro y le habla de su perro, que no le va a hacer nada. Arturo devuelve la sonrisa pero rechaza el porro y al perro. Es resuelta y natural, aunque no exactamente franca. Si bien su actitud reúne los requisitos de la naturalidad más envidiable, sus ojos discrepan. ¿Podría traer bajo el brazo un rarísimo espécimen de anécdota inconfesable? ¿Algo limpio para las cientos de miradas que les ignoran, pero avocado a truncarse conforme avance la tarde? Habría que verlo. Arturo no conoce las medias tintas. Por lo que pueda pasar, esta es desde ya “la del cascabel”.

La del cascabel ya no quiere hablar de su perro, y en cuanto termina su porro se hace otro. Hace pausas y mira a la masa. Está sola. Parece como si no se decidiera a dar un paso, y esto para Arturo es un enroque imposible. Si ella ha empezado a la manera de los hombres gentiles, él ya no puede hacer nada más que seguirla. Depende de su aplomo. Ni siquiera puede sugerirle que vayan a un sitio más íntimo mientras ella siga saltando de un tema a otro, haciendo preguntas inesperadas y justificándolas torpemente. Para una vez que no es su propia torpeza la que agoniza en público… Ahora habla de su hermana, que estudiaba bellas artes hasta que se cambió de ciudad repentinamente a mitad de curso. Claudia. Alta, castaña, tatuaje de sirena. Por supuesto. La de la sirena. Se acabaron las maneras de los hombres gentiles.

Arturo Balaguer tiene talento para verse de tanto en cuando en situaciones poco convencionales, y en ellas sí se mueve con soltura. Lo primero es solidarizarse, admitir todas esas cosas que ella piensa de él. Probablemente la chica del cascabel sea la única persona con la que su hermana haya hablado de él, y seguramente lo haya hecho como se hablan estas cosas, a moco tendido. Pero ahora debe escuchar su versión. Su hermana andaba buscando que le pasara algo. Lo buscaba en cada rostro que se cruzaba hasta que se cruzó con el suyo. No cree que guarde un recuerdo grato y puede que no vuelva a hablar nunca más del asunto. Pero la chica del cascabel no debe engañarse si vuelve a ver esas lágrimas. Son lágrimas sinceras, eso seguro, pero por miedo a sí misma, por ese algo que algunas personas llevan dentro y que las arrastra de tanto en cuando a situaciones de las que luego no pueden hablar. Y una cosa más, un recado de su parte: en lugar de lamentarse, su hermana debería estar orgullosa de ser como es, porque ese algo la distingue de los hombres y mujeres gentiles y la convierte en alguien muy especial. Debería sentirse dichosa. Los dioses se deleitan con seres así.

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The last samurai
Ulema
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Registrado: 10 Ene 2004 13:20

Re: Los gentiles

Mensaje por The last samurai »

Ehm... Vale.

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Urdu
Angela Chanin Izaguirre
Mensajes: 5447
Registrado: 14 Nov 2003 21:00

Re: Los gentiles

Mensaje por Urdu »

Mejóralo.

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