Insensibilidad cuántica
Publicado: 21 Mar 2010 14:51
[No sé si tengo un relato o no, ni siquiera si tiene algo de interés. Está en bruto, sin pulir y con prisa por terminarse. El título por ejemplo es horrible.]
Insensibilidad cuántica
Levántese, abra un cajón, busque una regla y observe un milímetro. A continuación, divídalo en un millón de partes. Quédese con una de ellas y divídala en otras diez partes iguales. Ese es el tamaño de un átomo. Hay más átomos en un vaso de agua que vasos de agua en todos los océanos de la Tierra.
Ahora visualice uno de estos átomos moviéndose a una velocidad 299.792 kilómetros por segundo. Visualice este átomo moviéndose a esta velocidad durante 13,73 mil millones de años, que es el tiempo que ha pasado desde que el primer átomo comenzó a moverse. Mentes más diestras que la nuestra nos dicen que la distancia recorrida por ese átomo no será 13,73 mil millones de años luz, sino de 93 mil millones de años luz.
Esto es paradójico, porque la Ley de la Relatividad dice que nada puede moverse a mayor velocidad que la luz. Y sin embargo, nuestro átomo recorre siete veces esa distancia, ya que esta misma ley, basándose en cálculos que le voy a evitar, sentencia que a la distancia recorrida hay que sumarle espacio adicional que se le va agregando en el camino. El espacio recorrido crece.
El amate de sudokus fijará entonces su vista en el siguiente escalón. Si sabemos cuánto ocupa un átomo, cuándo empezó a moverse, y a qué velocidad lo hace, sabemos el tamaño del universo, y por lo tanto, cuántos átomos contiene. Visualice un 1 seguido de setenta ceros. Intente ponerle nombre a esa cifra.
Una cantidad despreciable de estos átomos se ha congregado después de 13.73 mil millones de años en un estado especial que a veces adopta la materia. El número aproximado de todos estos átomos es también sencillo de calcular, pero irrelevante. Si lo desean, pueden calcular la proporción que existe entre el tiempo que ha transcurrido desde que estos átomos se crearon y el tiempo que han estado asociados en este estado especial cuando les diga que llevan treinta y cinco años, dos meses y dos días dando forma al cuerpo de mi mujer.
Cuando damos el salto a cantidades tan ridículas, resulta justificable que el investigador pierda interés. Ni nos movemos en los términos de lo absoluto, ni penetramos en lo infinitamente pequeño y esencial, sino que nos quedamos en una medianía insípida y estéril.
Mi mujer solía mostrarse fascinada por este tipo de cálculos. Le hacían sentir vértigo, y yo podía tomar prestada una minúscula fracción de ese vértigo, como una lámina de oro que captura algunos fotones emitidos por una roca de radio. Ese delgadísimo puente, de un grosor aproximado de un átomo por hora, me mantenía unido a ella, y creo que podría haberme mantenido así indefinidamente a pesar de las tentaciones que rodean a un hombre de éxito. Pero mi mujer redirigió su vértigo hacia cosas como reformar el cuarto de baño, y otras cuestiones logísticas que también reclaman su tasa de atención.
Yo no digo que los hombres llamados a las cosas grandes tengan que ser indiferentes a la empatía, al compromiso o a la lealtad. Pero cuando uno ha consagrado su vida a desgranar el Todo en partículas elementales, absolutamente Todo se vuelve relativo. Es como el espacio que se agrega de la nada entre dos átomos que se separan. ¿De dónde viene? ¿Puedo predecirlo? ¿Qué ocurre en una campana de vacío cuando se extrae todo el aire?
Ni yo ni usted somos relevantes. Bueno, tal vez yo lo sea una minúscula fracción más que usted, pero esa diferencia sólo podría inferirse si nos movemos en una escala en la que me niego a malgastar mi ridículo paso por este universo.
Insensibilidad cuántica
Levántese, abra un cajón, busque una regla y observe un milímetro. A continuación, divídalo en un millón de partes. Quédese con una de ellas y divídala en otras diez partes iguales. Ese es el tamaño de un átomo. Hay más átomos en un vaso de agua que vasos de agua en todos los océanos de la Tierra.
Ahora visualice uno de estos átomos moviéndose a una velocidad 299.792 kilómetros por segundo. Visualice este átomo moviéndose a esta velocidad durante 13,73 mil millones de años, que es el tiempo que ha pasado desde que el primer átomo comenzó a moverse. Mentes más diestras que la nuestra nos dicen que la distancia recorrida por ese átomo no será 13,73 mil millones de años luz, sino de 93 mil millones de años luz.
Esto es paradójico, porque la Ley de la Relatividad dice que nada puede moverse a mayor velocidad que la luz. Y sin embargo, nuestro átomo recorre siete veces esa distancia, ya que esta misma ley, basándose en cálculos que le voy a evitar, sentencia que a la distancia recorrida hay que sumarle espacio adicional que se le va agregando en el camino. El espacio recorrido crece.
El amate de sudokus fijará entonces su vista en el siguiente escalón. Si sabemos cuánto ocupa un átomo, cuándo empezó a moverse, y a qué velocidad lo hace, sabemos el tamaño del universo, y por lo tanto, cuántos átomos contiene. Visualice un 1 seguido de setenta ceros. Intente ponerle nombre a esa cifra.
Una cantidad despreciable de estos átomos se ha congregado después de 13.73 mil millones de años en un estado especial que a veces adopta la materia. El número aproximado de todos estos átomos es también sencillo de calcular, pero irrelevante. Si lo desean, pueden calcular la proporción que existe entre el tiempo que ha transcurrido desde que estos átomos se crearon y el tiempo que han estado asociados en este estado especial cuando les diga que llevan treinta y cinco años, dos meses y dos días dando forma al cuerpo de mi mujer.
Cuando damos el salto a cantidades tan ridículas, resulta justificable que el investigador pierda interés. Ni nos movemos en los términos de lo absoluto, ni penetramos en lo infinitamente pequeño y esencial, sino que nos quedamos en una medianía insípida y estéril.
Mi mujer solía mostrarse fascinada por este tipo de cálculos. Le hacían sentir vértigo, y yo podía tomar prestada una minúscula fracción de ese vértigo, como una lámina de oro que captura algunos fotones emitidos por una roca de radio. Ese delgadísimo puente, de un grosor aproximado de un átomo por hora, me mantenía unido a ella, y creo que podría haberme mantenido así indefinidamente a pesar de las tentaciones que rodean a un hombre de éxito. Pero mi mujer redirigió su vértigo hacia cosas como reformar el cuarto de baño, y otras cuestiones logísticas que también reclaman su tasa de atención.
Yo no digo que los hombres llamados a las cosas grandes tengan que ser indiferentes a la empatía, al compromiso o a la lealtad. Pero cuando uno ha consagrado su vida a desgranar el Todo en partículas elementales, absolutamente Todo se vuelve relativo. Es como el espacio que se agrega de la nada entre dos átomos que se separan. ¿De dónde viene? ¿Puedo predecirlo? ¿Qué ocurre en una campana de vacío cuando se extrae todo el aire?
Ni yo ni usted somos relevantes. Bueno, tal vez yo lo sea una minúscula fracción más que usted, pero esa diferencia sólo podría inferirse si nos movemos en una escala en la que me niego a malgastar mi ridículo paso por este universo.