Yo tampoco los había visto, están muy bien, al serializarlos ganan bastante.
Sigue, sigue.
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"Apathy's a tragedy
And boredom is a crime"
GNU Terry Pratchett
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- M. Corleone
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Re: Insert your micro relato here
Me da que no usáis como yo el botón de "Mensajes no leídos", yo lo pulso compulsivamente, no voy por los subforos, sino que leo todo lo nuevo y listo.
- M. Corleone
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Juan Fernando López Aguilar Vol. IV
A Juan Fernando López Aguilar le gusta mucho su coche. No es un hombre gastador, sino que aprecia los objetos bien hechos, y le gusta cuidarlos. Compró un Citroën BX en 1987, rojo brillante, y lo conserva como si acabara de salir del concesionario. Siempre impoluto, lo lava todos los domingos. Ni un arañazo. Cada pieza revisada y en perfectas condiciones. Su coche es su gran amor, a veces incluso Marisa siente ciertos celos de las atenciones que le proporciona. Cuando los niños eran aún pequeños, odiaban el coche. Su suspensión neumática, un adelanto técnico notable en aquellos tiempos, hacía cabecear al coche mucho en las curvas, y se mareaban en cada viaje. La peor pesadilla de Juan Fernando López Aguilar, una vomitona infantil en la tapicería gris, nunca llegó a producirse, ya que su ex mujer estaba bien adiestrada para avisarle y parar en la cuneta. Justo a tiempo. Convulsiones y vómito infantil en el arcén. Además, en 1991, Juan Fernando López Aguilar decidió aplicar un tratamiento anticorrosivo a los bajos. Con un producto llamado “Dinitrol”. El resultado fueron unas superficies mecánicas protegidas frente al óxido, pero un terrible olor a disolvente en el habitáculo, que duró años. Esto no ayudó a evitar los mareos. Juan Fernando López Aguilar, todo un manitas, instaló él mismo un dispositivo que emitía un pitido cuando los intermitentes estaban funcionando. Pi, pi, pi, pi. A su ex mujer le sacaba de quicio, y tuvo que desinstalarlo. En cada intersección, en cada cambio de sentido, pi, pi, pi, pi. En secreto, admite que era insoportable, y no aportaba gran cosa a la conducción. Ahora, prácticamente jubilado, su Citroën BX es su amigo fiel. Su Barón Rojo. Cada domingo, Juan Fernando López Aguilar se pone unos vaqueros viejos, se remanga la camisa, y lava el coche y aplica cera. Abrillanta. Pule. Se mira en los retrovisores. Y se siente un verdadero cowboy cuidando su montura. Se siente libre, joven, masculino. Y piensa en la vida que ha vivido, y le sabe a poco.
A Juan Fernando López Aguilar le gusta mucho su coche. No es un hombre gastador, sino que aprecia los objetos bien hechos, y le gusta cuidarlos. Compró un Citroën BX en 1987, rojo brillante, y lo conserva como si acabara de salir del concesionario. Siempre impoluto, lo lava todos los domingos. Ni un arañazo. Cada pieza revisada y en perfectas condiciones. Su coche es su gran amor, a veces incluso Marisa siente ciertos celos de las atenciones que le proporciona. Cuando los niños eran aún pequeños, odiaban el coche. Su suspensión neumática, un adelanto técnico notable en aquellos tiempos, hacía cabecear al coche mucho en las curvas, y se mareaban en cada viaje. La peor pesadilla de Juan Fernando López Aguilar, una vomitona infantil en la tapicería gris, nunca llegó a producirse, ya que su ex mujer estaba bien adiestrada para avisarle y parar en la cuneta. Justo a tiempo. Convulsiones y vómito infantil en el arcén. Además, en 1991, Juan Fernando López Aguilar decidió aplicar un tratamiento anticorrosivo a los bajos. Con un producto llamado “Dinitrol”. El resultado fueron unas superficies mecánicas protegidas frente al óxido, pero un terrible olor a disolvente en el habitáculo, que duró años. Esto no ayudó a evitar los mareos. Juan Fernando López Aguilar, todo un manitas, instaló él mismo un dispositivo que emitía un pitido cuando los intermitentes estaban funcionando. Pi, pi, pi, pi. A su ex mujer le sacaba de quicio, y tuvo que desinstalarlo. En cada intersección, en cada cambio de sentido, pi, pi, pi, pi. En secreto, admite que era insoportable, y no aportaba gran cosa a la conducción. Ahora, prácticamente jubilado, su Citroën BX es su amigo fiel. Su Barón Rojo. Cada domingo, Juan Fernando López Aguilar se pone unos vaqueros viejos, se remanga la camisa, y lava el coche y aplica cera. Abrillanta. Pule. Se mira en los retrovisores. Y se siente un verdadero cowboy cuidando su montura. Se siente libre, joven, masculino. Y piensa en la vida que ha vivido, y le sabe a poco.