Nueva Era

La editorial asocial, desde la mas inmunda basura hasta pequeñas joyas... (En obras)
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Pendiente de un hilo
Perro infiel amiricano
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Registrado: 01 Ago 2005 22:38

Nueva Era

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El atardecer se acercaba con presteza, como si la noche tuviese prisa por caer, llenando el cielo de tonos rojizos. Una pequeña brisa se levantaba en el horizonte, removiendo la tierra a su paso, creando dibujos de arena en el aire con múltiples formas. Una escena idílica de no ser por el contexto de destrucción en el que se había producido. Entre las viejas estructuras de lo que antaño habían sido edificios y las carcasas de antiguos vehículos algo se movía con agilidad. Un chico joven, quizá más de lo que aparentaba el tono negruzco y la aspereza de su piel, se balanceaba como un felino entre el amasijo de hierros que formaba su hogar. Apenas tapado con un harapo procuraba no caer desde las grandes alturas donde solía buscar comida, huevos de algún pájaro que por error hubiese decidido anidar en las cercanías de el más gran depredador de la zona. Sus ojos, de un azul cristalino, oteaban todo su alrededor sin perder detalle, cubriéndose a cada ráfaga de viento que lanza sobre él granos de arena.

Más allá de aquel paraje, un hombre de mediana edad, cubierto totalmente por ropas anchas y sujetando a su cara algo semejante a una mascara de gas, deambulaba por entre las calles de la vieja ciudad, acompañado de un perro famélico y sarnoso. Con un andar irregular y falto de ánimo el hombre se detenía allí donde veía u oía algo que le pudiese proporcionar alimento, sin prestar atención al perro, que revoloteaba por sus alrededores sin alejarse demasiado del que parecía, o él deseaba, que fuese su dueño. El hombre se detuvo frente a lo que quedaba de un viejo quiosco, ahora transformado en algo más parecido a una cripta. El techo de plástico estaba hundido a causa del calor y los laterales habían desaparecido en alguna de las anteriores tormentas de arena. Finalmente y tras inspeccionar minuciosamente la zona decide introducirse en el malogrado quiosco. Apartando con las manos todos los objetos que le dificultan la entrada inspecciona las destartaladas estanterías, hasta que finalmente topa con lo que busca, lo que parece una cajetilla de cigarrillos.

En la otra punta de la ciudad, cubiertos por una lona de un color turquesa descolorida del sol, una chica y su hermano se refugian de la tormenta de arena que se esta levantando. Abrazados esperan a que esta amaine para proseguir su búsqueda de ayuda. La cabellera oscura de ella se introduce entre el hueco de sus brazos, acariciando la blanca piel de su hermano, que reprime sus sollozos de desesperación, mientras ella le aprieta con fuerza hacia su pecho, intentando calmar los temores de su hermano y a su vez ofuscando los suyos propios bajo una actitud maternal. Una ciudad derruida en medio de un desierto no es el mejor sitio para buscar la ayuda de nadie, pero posiblemente sea su única posibilidad de salvación.

Pendiente de un hilo
Perro infiel amiricano
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Regresando a las oxidadas vigas de aquel alto edificio donde un depredador busca una presa más con la que llenar su extremadamente pequeño estomago. El chico, apoyándose sobre la punta de sus pies, inspecciona una sombra que aparece de entre los cascotes de un viejo quiosco, intentando no moverse para no llamar la atención del hombre que pasea con tranquilidad bajo la grandeza de la estructura metálica donde suele cazar. Comportándose como un verdadero cazador, se oculta entre las sombras que generan los cascotes del edificio, dejando de prestar la suficiente atención a su estomago, y pasando por alto el nido de grajos que hay junto a él. En la parte baja del edificio, el hombre de la mascara de gas levanta unas piedras rebuscando bajo ellas algún pequeño animal que llevarse a la boca. Algo que poder compartir con su cuadrúpedo acompañante y que les una más de lo que, por necesidad, están unidos ya. Al levantar la piedra surge ante sus ojos un viejo y apagado recuerdo en forma de titular de periódico, "Estalla la 3a guerra mundial", sus ojos contemplan un instante antes de apartar con la mano el dichoso periódico, que toma vida impulsado por una nueva ráfaga de viento, alejándose sin más de su último lector. Sus dedos se desplazan con agilidad cortando el aire, un segundo antes de que una salamandra se percate de su presencia. Despistada cae presa del hombre, que con un golpe seco contra los cascotes la deja inerte.

En lo alto de la estructura el chico sigue gozando de un punto de vista privilegiado, envidioso de la suerte del hombre estira su brazo hacia el nido, recogiendo lo que, hoy, será su cena, un par de huevos apunto de eclosionar. Desplazándose sigiloso se aleja del nido, dejando atrás a una madre desconsolada, que contempla sin poder hacer nada el secuestro de sus futuros hijos, sabiendo el destino que les depara. Sus pasos encorvados se introducen entre las pocas paredes que aún se sostienen en pie, baja dos pisos de carcomidas y ruidosas escaleras, y se dirige sin más hacia donde suele dormir, un pequeño camastro hecho con un viejo y tullido colchón, cubierto de mugre y con los muelles a la vista. Sentado ya sobre el colchón golpea con firmeza uno de los huevos contra la silla de oficina que usa como mesa improvisada, e introduce su contenido en su boca abierta como la de un polluelo, sin derramar una sola gota.

Oscurece en la otra punta de la ciudad, pero la tormenta aún continua, con más insistencia aún, impidiendo a los dos muchachos encontrar algo que cenar, así que entre gruñidos estomacales, intentan conciliar el sueño mientras agarran con fuerza la lona, cada vez más deteriorada por la fuerte ventisca. Un recuerdo nostálgico ocupa la mente de la chica, ahora que su hermano duerme plácidamente, su madre la abraza con cariño instantes antes de cerrar los ojos.

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