Retazos de realidad II
Es medio día de viernes y, tras almorzar, me paso por casa para lavarme los dientes y hacer tiempo antes de volver a la oficina para las dos últimas horas de trabajo de la semana. Las tardes de viernes, aunque disfrute con mi trabajo, me son bonitas, porque suponen el principio del fin de semana donde todo el tiempo es mío.
Navego distraídamente, así como sin ganas, leyendo en diagonal algunos post nuevos. Dentro del hilo "vergüenza ajena" me encuentro un link de Put hero y, aunque soy poco de seguir caminos dorados en pos de magos de oz, por ser de Put Hero, un posteador con el que coincido en algunos gustos literarios, decido aventurarme.
A mi la gente que hace el ridículo me pone nervioso, me causa, como ya dice el hilo, vergüenza ajena. Odio los freakshows que me provocan verdadero asco. Pero en cambio, la gente patética me fascina hasta el punto de conmoverme en lo más hondo. La diferencia entre algo ridículo y algo patético es muy subjetiva y supongo que la línea que yo trazo entre uno y otra es diferente a la que marcaríais vosotros.
El clip musical de ese hombre feo de ojos tan tan tristes y voz tan horrible me hipnotiza delante de la pantalla del ordenador. Si llevara tres tragos encima seguro que me pondría a llorar a lágrima viva. Pocas veces he visto una escena real, presumo que el video es real y no una actuación para ser colgada, que personifique tan claramente la imagen del perdedor.
El video me parece de una belleza conmovedora. Me encantaría que alguna vez alguien fuera capaz de hacer eso para y por mí. Supongo que reaccionaría con horror y nausea, pero nunca con menosprecio. Alguien que es capaz de perder de esa manera se merece toda mi admiración.
Vuestro, retozando en los retazos de realidad;
Dolordebarriga
PD: El link, para dotar de pleno sentido al texto es este http://www.break.com/index/whatslove.html
Relatos de Dolordebarriga, con algún poema.
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Retazos de realidad II
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Joia Vanidad XIII (de fosphorito)
Joia Vanidad XIII (de fosphorito)
Se moría el tipo. Tenía los ojos abiertos como platos y estirado en el camastro se sujetaba con ambas manos el vientre intentando así que la sangre no fluyera de su cuerpo con tanta rapidez.
El balazo le había dejado un agujero tan grande como una moneda de las antiguas de cincuenta pesetas. Por mucho que apretara la herida no había nada que hacer.
Yo, sentado en una silla repartía sobre la mesa el dinero en dos montones simétricos.
-¿Qué hago con tu parte?
-No tengo a nadie.
-Entonces, ¿Me la quedo yo?
-¡No!
-¿La dejo aquí contigo?
-¿Para que?,¿Para que la recupere el hijo de puta que me ha matado?
-Decide rápido, me tengo que ir. Este lugar no es seguro. Además has dejado un jodido reguero de sangre desde la calle hasta aquí.
-Creo que tengo una hija. Dejé preñada a una en Barcelona, lo se porque una vez me llamó para decírmelo.
-¿Dónde vive?
-Yo que se. Eso pasó hace al menos veinte años.
-Jodeté cabrón!!, no me hagas eso.
-Si hubieras hecho tu parte bien no tendría yo esta puta bala en el estómago.
-Dime algo más, al menos.
-Creo que se llama Sara y debe tener 22 años. Su madre, Antonia, tenía una mercería en el chino, en la calle Riera Baixa. Y ahora lárgate. Me quiero morir solo.
Metí cada parte en dos bolsas de plástico diferentes y todo dentro de la mochila. Salí sin decir nada más, sin mirarlo siquiera.
Yo pienso que él era consciente de que nunca buscaría a su hija. Es más, creo que de haberla buscado nunca la habría encontrado. Para mí que se lo inventó todo sólo para joderme.
Gasté mi parte en vicios. Vicios caros, muy caros. Con la suya puse un bar. Le llamé Sara. Cuando me preguntan digo que es el nombre de mi hija. Creo que le habría gustado la idea.
Vuestro, en decadencia y sin lectores;
Dolordebarriga
Se moría el tipo. Tenía los ojos abiertos como platos y estirado en el camastro se sujetaba con ambas manos el vientre intentando así que la sangre no fluyera de su cuerpo con tanta rapidez.
El balazo le había dejado un agujero tan grande como una moneda de las antiguas de cincuenta pesetas. Por mucho que apretara la herida no había nada que hacer.
Yo, sentado en una silla repartía sobre la mesa el dinero en dos montones simétricos.
-¿Qué hago con tu parte?
-No tengo a nadie.
-Entonces, ¿Me la quedo yo?
-¡No!
-¿La dejo aquí contigo?
-¿Para que?,¿Para que la recupere el hijo de puta que me ha matado?
-Decide rápido, me tengo que ir. Este lugar no es seguro. Además has dejado un jodido reguero de sangre desde la calle hasta aquí.
-Creo que tengo una hija. Dejé preñada a una en Barcelona, lo se porque una vez me llamó para decírmelo.
-¿Dónde vive?
-Yo que se. Eso pasó hace al menos veinte años.
-Jodeté cabrón!!, no me hagas eso.
-Si hubieras hecho tu parte bien no tendría yo esta puta bala en el estómago.
-Dime algo más, al menos.
-Creo que se llama Sara y debe tener 22 años. Su madre, Antonia, tenía una mercería en el chino, en la calle Riera Baixa. Y ahora lárgate. Me quiero morir solo.
Metí cada parte en dos bolsas de plástico diferentes y todo dentro de la mochila. Salí sin decir nada más, sin mirarlo siquiera.
Yo pienso que él era consciente de que nunca buscaría a su hija. Es más, creo que de haberla buscado nunca la habría encontrado. Para mí que se lo inventó todo sólo para joderme.
Gasté mi parte en vicios. Vicios caros, muy caros. Con la suya puse un bar. Le llamé Sara. Cuando me preguntan digo que es el nombre de mi hija. Creo que le habría gustado la idea.
Vuestro, en decadencia y sin lectores;
Dolordebarriga
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Retazos de Realidad III
Retazos de Realidad III
Caigo en un sopor vacío mientras la vieja camioneta traquetea por entre las montañas cubiertas de tallos verdes de maíz. De repente, y al pasar por Qanaquil, la Blue Bird se detiene y saltan dentro tres niñas de unos ochos años. Viajan solas y, por ello, se sienten plenamente libres.
Sus risas inundan la camioneta. Salgo del amodorramiento y, disimulando y por el rabillo del ojo, las observo. Juegan, ríen, cambian una y otra vez de asiento entre empujones y gritos. Al cabo de menos de quince minutos bajan en Tzalbal para ir a la escuela.
Ya no están, pero sus risas todavía flotan en la camioneta. Está iluminada por su presencia. Y no sólo ella: el camino, las montañas, los ríos, el cielo, el mundo entero luce radiante de repente.
Y, abriendo la boca, engullo a bocados toda la luz que me es posible antes de que se apague, antes de que se la lleve cualquier estúpido problema crecido en el fértil mundo de los adultos.
Tú, quid pro quo;
Dolordebarriga.
PD: Escrita mientras me resplandece "Like a rolling stone" de Bob Dylan
Caigo en un sopor vacío mientras la vieja camioneta traquetea por entre las montañas cubiertas de tallos verdes de maíz. De repente, y al pasar por Qanaquil, la Blue Bird se detiene y saltan dentro tres niñas de unos ochos años. Viajan solas y, por ello, se sienten plenamente libres.
Sus risas inundan la camioneta. Salgo del amodorramiento y, disimulando y por el rabillo del ojo, las observo. Juegan, ríen, cambian una y otra vez de asiento entre empujones y gritos. Al cabo de menos de quince minutos bajan en Tzalbal para ir a la escuela.
Ya no están, pero sus risas todavía flotan en la camioneta. Está iluminada por su presencia. Y no sólo ella: el camino, las montañas, los ríos, el cielo, el mundo entero luce radiante de repente.
Y, abriendo la boca, engullo a bocados toda la luz que me es posible antes de que se apague, antes de que se la lleve cualquier estúpido problema crecido en el fértil mundo de los adultos.
Tú, quid pro quo;
Dolordebarriga.
PD: Escrita mientras me resplandece "Like a rolling stone" de Bob Dylan
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Joia vanidad I (de Areopago)
Joia vanidad I (de Areopago)
Tenía tanto frío que perfectamente podría haberme convertido en un carámbano de hielo gigante y así prendido de un canalón desgastado por el agua, el hielo y el viento estaría colgando esperando que el sol de la mañana comenzara a derretirme, gota a gota, haciéndome repiquetear sobre la piedra hasta que dejara definitivamente de ser.
Pero eso no iba a sucederme. En realidad antes de que ocurriera nada alguien se iba a apiadar de mí y me abriría la puerta de la cabaña.
Dentro, tras los cristales empañados por el brutal contraste de temperatura, crepitaba un fuego brioso y acogedor.
La puerta se abrió tras el cuarto aporreo, éste ya insistente y desesperado, y desde el caliente dentro me miraron con ojos golosos.
Me pareció absurdo enfrascarme, mientras de mi nariz goteaba una mezcla de agua helada y mocos que se escurría hasta mis labios, en el juego de las miradas, así que adelantando la cabeza la aparté del quicio de la puerta y me introduje en el fascinante mundo del calor.
Los otros dos se abrazaban, parecía me que melancólicamente, sentados sobre la alfombra a los pies de la chimenea y cuchicheaban no se que bobadas sobre lo mucho que se querían mientras que, de tanto en tanto, atizaban los maderos que enfadados protestaban crepitando ruidosamente.
Les hubiera pegado con ganas una patada en todo el hígado a esos dos inútiles cabrones y luego les hubiera metido el fuelle por el culo hasta llenarles el intestino de viento y hacerlos volar como globos descontrolados por toda la habitación.
Pero eso tampoco iba a suceder. Ella era la mejor amiga de Silvia y él, a veces su dulce príncipe, otrora su cariñin pequeñin.
Silvia estaba en aquella etapa de hacer cosas con otras personas. Hacer cosas significaba, por ejemplo, alquilar una cabaña en el jodido fin del mundo para pasar un maravilloso fin de semana de enero en la puta nieve.
Deposité la leña en un cesto de mimbre, o algo así, y me fui para el cuarto a quitarme las veintitrés prendas de abrigo que cubrían inútilmente mi cuerpo.
Silvia me siguió con ese andar como a saltitos que practica cuando está contenta y mimosa y abrazándome por la espalda me susurró al oído: “Hoy te la voy a comer como nunca te la ha comido nadie”, mientras yo intentaba desprenderme de la ropa, medio simulando todavía un fastidio que tras aquella tramposa frase había ya dejado de existir.
Quise sentirme mal conmigo mismo por ser tan fácil, tan evidente, tan banalmente transparente, pero ya no podía porque con la lengua me estaba lamiendo la oreja mientras que con sus dedos rozaba la bragueta de mi pantalón. Y ya no me salía el sentirme mal, ni enfadado, ni siquiera levemente molesto porque el fin de semana con aquellos dos capullos en el puto fin del mundo lleno de jodida nieve acabara de empezar.
Entonces me soltó y al grito de “uy!! qué se me quema la cena” abandonó la habitación otra vez a saltitos.
Me sentí terriblemente estafado y mientras intentaba acomodar en el tejano mi pene erecto, me juré que nunca más iba a ceder a los caprichos de Silvia, mientras al mismo tiempo era perfectamente consciente de que mi juramento era tan falso como el beso de Judas.
Luego por la noche, tras tener que aguantar tres horas de inaguantable sobremesa sonriendo como un pelele ante aquellos absolutos oligofrénicos que tenía Silvia por amigos, dijo que hacía demasiado frío como para ir andándonos destapando al practicar posturitas y me tuve que contentar con una paja indolente, porque también estaba muy cansada del viaje, hecha con su mano mala porque a ella le gustaba dormir siempre del lado contrario al lógico para, al menos, poder hacerme una buena paja.
Pero aún así y durante ese año aguanté otros nueve fines de semanas en los lugares más aborrecibles y con la gente más absurda que uno se pueda llegar a imaginar.
Luego nos desenamoramos del todo, aunque fue ella quien lo hizo saber públicamente al ente que habíamos formado y dio por terminada la relación y con ella las excursiones de fines de semana.
No la volví a ver en seis o siete años, tiempo durante el que conocí a otras personas, todas mucho menos interesantes que ella.
Ayer me la encontré en uno de esos chats de Internet para buscar pareja. Por casualidad cliqué su página y al ver su foto, el estómago se me encogió y se me expandió para seguidamente comenzar a subir hasta la boca y descender hasta los pies a un ritmo frenético.
Por poco no pude, pero conseguí, medio temblando, medio sin enterarme, cerrar la página y borrar mi cuenta de ese chat.
En la cama e intentado esconder mis lágrimas a Berta, tuve una especie de ataque de ansiedad o de algo así, y lloré, todo lo en silencio que pude, como nunca había llorado.
Debo ser fatal escondiendo las cosas porque hoy Berta se pasó el día preguntándome que qué me pasaba una y otra vez hasta que consiguió que perdiera los estribos y la enviara a la puta mierda.
Luego se hizo un silencio espantoso y como ninguno de los dos sabía ni que hacer, ni que decir, ni para donde tirar me fui para el bar de siempre a ver el fútbol.
El partido ha sido bueno, hemos ganado dos a cero jugando fuera y ahora estamos segundos empatados con los terceros arriba de todo de la clasificación.
Vuestro, hola holitas vengo a contaros cositas;
Dolordebarriga
Tenía tanto frío que perfectamente podría haberme convertido en un carámbano de hielo gigante y así prendido de un canalón desgastado por el agua, el hielo y el viento estaría colgando esperando que el sol de la mañana comenzara a derretirme, gota a gota, haciéndome repiquetear sobre la piedra hasta que dejara definitivamente de ser.
Pero eso no iba a sucederme. En realidad antes de que ocurriera nada alguien se iba a apiadar de mí y me abriría la puerta de la cabaña.
Dentro, tras los cristales empañados por el brutal contraste de temperatura, crepitaba un fuego brioso y acogedor.
La puerta se abrió tras el cuarto aporreo, éste ya insistente y desesperado, y desde el caliente dentro me miraron con ojos golosos.
Me pareció absurdo enfrascarme, mientras de mi nariz goteaba una mezcla de agua helada y mocos que se escurría hasta mis labios, en el juego de las miradas, así que adelantando la cabeza la aparté del quicio de la puerta y me introduje en el fascinante mundo del calor.
Los otros dos se abrazaban, parecía me que melancólicamente, sentados sobre la alfombra a los pies de la chimenea y cuchicheaban no se que bobadas sobre lo mucho que se querían mientras que, de tanto en tanto, atizaban los maderos que enfadados protestaban crepitando ruidosamente.
Les hubiera pegado con ganas una patada en todo el hígado a esos dos inútiles cabrones y luego les hubiera metido el fuelle por el culo hasta llenarles el intestino de viento y hacerlos volar como globos descontrolados por toda la habitación.
Pero eso tampoco iba a suceder. Ella era la mejor amiga de Silvia y él, a veces su dulce príncipe, otrora su cariñin pequeñin.
Silvia estaba en aquella etapa de hacer cosas con otras personas. Hacer cosas significaba, por ejemplo, alquilar una cabaña en el jodido fin del mundo para pasar un maravilloso fin de semana de enero en la puta nieve.
Deposité la leña en un cesto de mimbre, o algo así, y me fui para el cuarto a quitarme las veintitrés prendas de abrigo que cubrían inútilmente mi cuerpo.
Silvia me siguió con ese andar como a saltitos que practica cuando está contenta y mimosa y abrazándome por la espalda me susurró al oído: “Hoy te la voy a comer como nunca te la ha comido nadie”, mientras yo intentaba desprenderme de la ropa, medio simulando todavía un fastidio que tras aquella tramposa frase había ya dejado de existir.
Quise sentirme mal conmigo mismo por ser tan fácil, tan evidente, tan banalmente transparente, pero ya no podía porque con la lengua me estaba lamiendo la oreja mientras que con sus dedos rozaba la bragueta de mi pantalón. Y ya no me salía el sentirme mal, ni enfadado, ni siquiera levemente molesto porque el fin de semana con aquellos dos capullos en el puto fin del mundo lleno de jodida nieve acabara de empezar.
Entonces me soltó y al grito de “uy!! qué se me quema la cena” abandonó la habitación otra vez a saltitos.
Me sentí terriblemente estafado y mientras intentaba acomodar en el tejano mi pene erecto, me juré que nunca más iba a ceder a los caprichos de Silvia, mientras al mismo tiempo era perfectamente consciente de que mi juramento era tan falso como el beso de Judas.
Luego por la noche, tras tener que aguantar tres horas de inaguantable sobremesa sonriendo como un pelele ante aquellos absolutos oligofrénicos que tenía Silvia por amigos, dijo que hacía demasiado frío como para ir andándonos destapando al practicar posturitas y me tuve que contentar con una paja indolente, porque también estaba muy cansada del viaje, hecha con su mano mala porque a ella le gustaba dormir siempre del lado contrario al lógico para, al menos, poder hacerme una buena paja.
Pero aún así y durante ese año aguanté otros nueve fines de semanas en los lugares más aborrecibles y con la gente más absurda que uno se pueda llegar a imaginar.
Luego nos desenamoramos del todo, aunque fue ella quien lo hizo saber públicamente al ente que habíamos formado y dio por terminada la relación y con ella las excursiones de fines de semana.
No la volví a ver en seis o siete años, tiempo durante el que conocí a otras personas, todas mucho menos interesantes que ella.
Ayer me la encontré en uno de esos chats de Internet para buscar pareja. Por casualidad cliqué su página y al ver su foto, el estómago se me encogió y se me expandió para seguidamente comenzar a subir hasta la boca y descender hasta los pies a un ritmo frenético.
Por poco no pude, pero conseguí, medio temblando, medio sin enterarme, cerrar la página y borrar mi cuenta de ese chat.
En la cama e intentado esconder mis lágrimas a Berta, tuve una especie de ataque de ansiedad o de algo así, y lloré, todo lo en silencio que pude, como nunca había llorado.
Debo ser fatal escondiendo las cosas porque hoy Berta se pasó el día preguntándome que qué me pasaba una y otra vez hasta que consiguió que perdiera los estribos y la enviara a la puta mierda.
Luego se hizo un silencio espantoso y como ninguno de los dos sabía ni que hacer, ni que decir, ni para donde tirar me fui para el bar de siempre a ver el fútbol.
El partido ha sido bueno, hemos ganado dos a cero jugando fuera y ahora estamos segundos empatados con los terceros arriba de todo de la clasificación.
Vuestro, hola holitas vengo a contaros cositas;
Dolordebarriga
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