Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
Realmente la aventura la empecé solo pero luego puse un directo en Discord y al final las decisiones las tomábamos entres tres personas. Estoy probando un mes la opción de pago de ChatGPT y de momento me está ofreciendo lo que le puedo pedir a una IA generativa en lo relativo a texto e imagen.
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
Jal el Ñoras - Valenciano, el que tira del carro de la compra con la cabeza gacha y pensador.
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
A partir de ahora no voy a mostrar las opciones que he ido escogiendo conforme avanza la trama, se pueden fusionar opciones o que tengan un orden especifico con transiciones entre ellas más o menos elaboradas.
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
Con Skjorn Hielorastro ahora en el equipo y la peligrosa misión a la vista, Iskandar decidió que no es suficiente con solo habilidad en el combate y conocimiento del terreno. Si iba a enfrentarse a Jargrim Piel de Escarcha y sus Hijos del Invierno, necesitaría algo más: alguien que pueda encargarse de los hechizos curativos, alguien que mantenga al grupo en pie cuando las cosas se pongan difíciles. Con esta idea en mente, Iskandar decidió volver sobre sus pasos hacia la taberna donde Thordin Yelmo de Hierro seguía, probablemente, en alguna discusión filosófica con su martillo.
El camino hacia la taberna está cubierto de nieve, y el aire frío le golpea la cara como un recordatorio de la naturaleza implacable de ese lugar. Cuando entró al El Pingüino Temerario, la calidez del fuego y el bullicio del lugar le envolvieron como una cómoda sábana límpia. La figura de Thordin es inconfundible, riendo a carcajadas con una jarra de cerveza en la mano, golpeando la mesa con su martillo mientras cuenta alguna historia exagerada a un grupo de aldeanos.
El rostro del ruidoso enano se iluminó cuando vio al mago acercarse.
—¡Iskandar, compañero! ¿Ya estamos listos para partir y congelar algunos traseros o qué? —dice con una risotada, claramente en buen humor.
Iskandar se sentó frente al enano, dejando que la luz del fuego iluminase su bufanda con estilo.
—Listos, casi. Hemos conseguido a un cazador, Skjorn Hielorastro. Un tipo duro y frío, literalmente. —Hizo una pausa, observando cómo Thordin asimilaba la información—. Pero nos falta alguien más. Necesitamos a alguien que pueda encargarse de los hechizos curativos y sanación. No soy mal hechicero, pero si alguno de nosotros cae en combate, no creo que mi hielo pueda hacer mucho para salvarnos.
Thordin rascó su desaliñada barba mientras su expresión se volvía pensativa para terminar asintiendo lentamente.
—No es mala idea. No es que yo me caiga muy a menudo, pero si lo hago... preferiría tener a alguien que sepa cómo levantarme sin tener que empujarme por un barranco. —Lanza una carcajada—. ¡Además, siempre es bueno tener un clérigo o un druida cerca para cuando las cosas se pongan feas!.
Se inclino hacia adelante, bajando un poco la voz.
—Aquí en Nievequiebra hay unos pocos curanderos, pero no sé si alguno estará dispuesto a unirse a un grupo como el nuestro. Sin embargo, he oído hablar de alguien… Ildra la Sanadora. Se supone que es buena, muy buena, y tiene algo de magia divina en sus manos. Vive en las afueras del pueblo, cerca del bosque. Pero ya te aviso, no es fácil convencerla de que deje su cabaña para una aventura.
Iskandar se quedó pensativo. Ildra podría ser justo lo que el grupo necesitaba, pero si era tan difícil de convencer como Thordin aseguraba, iba a necesitar algo más que una buena historia para atraerla.
—Parece que tenemos una nueva parada antes de los Valles Congelados, entonces. —Le dio una palmada en el hombro al enano y se puso en pie—. Termina tu cerveza, enano. Tenemos trabajo que hacer.
Thordin sonrió y terminó su jarra de un trago, golpeando la mesa con fuerza.
—¡Vamos allá, mago de bufanda elegante! ¡Vamos a convencer a esa curandera!
Iskandar Nevaluna se recostó en su silla junto a la mesa donde Thordin Yelmo de Hierro estaba terminando su cerveza. Los destellos de la luz del fuego bailaban sobre su bufanda azul, el único toque de color vibrante en un mundo tan monocromático y frío como Nievequiebra. A pesar de la urgencia de su misión, el hechicero decidió que un breve descanso antes de enfrentarse a la tarea de convencer a una sanadora reclusa sería lo más sensato. Después de todo, lidiar con la magia era algo que dominaba, pero persuadir a una persona que vivía lejos del mundo requería otro tipo de habilidades, y esas no siempre estaban en su repertorio.
Thordin, por su parte, parecía más que feliz con la idea de tomar un respiro. El enano dejó escapar un eructo sonoro, completamente ajeno al ligero ceño fruncido que Iskandar le lanzó, antes de asentir.
—Sabes, mago, a veces las mejores ideas vienen cuando no haces nada por un rato. ¡A lo mejor la sanadora aparece de repente en la taberna pidiendo que la lleves contigo! —bromeó Thordin, soltando una carcajada.
Iskandar, por su parte, se limitó a rodar los ojos y se recostó aún más en su silla, cruzando los brazos. El ambiente cálido de la taberna lo envolvía, y el murmullo de conversaciones a su alrededor, combinado con el crepitar del fuego, casi le permitían relajarse.
La taberna estaba animada. A su alrededor, los aldeanos de Nievequiebra seguían con sus propias vidas, ajenos al hecho de que, fuera de esas paredes, se preparaba una misión peligrosa. Algunos aldeanos se agrupaban cerca de la barra, bebiendo y contando historias de criaturas que nadie había visto y tesoros que nadie había encontrado. Los aventureros, tan poco comunes en este rincón del mundo, se convertían en el foco de las miradas y los murmullos cada vez que entraban en escena, y tanto Thordin como Iskandar habían atraído ya más de una mirada curiosa desde que habían llegado.
El camino hacia la taberna está cubierto de nieve, y el aire frío le golpea la cara como un recordatorio de la naturaleza implacable de ese lugar. Cuando entró al El Pingüino Temerario, la calidez del fuego y el bullicio del lugar le envolvieron como una cómoda sábana límpia. La figura de Thordin es inconfundible, riendo a carcajadas con una jarra de cerveza en la mano, golpeando la mesa con su martillo mientras cuenta alguna historia exagerada a un grupo de aldeanos.
El rostro del ruidoso enano se iluminó cuando vio al mago acercarse.
—¡Iskandar, compañero! ¿Ya estamos listos para partir y congelar algunos traseros o qué? —dice con una risotada, claramente en buen humor.
Iskandar se sentó frente al enano, dejando que la luz del fuego iluminase su bufanda con estilo.
—Listos, casi. Hemos conseguido a un cazador, Skjorn Hielorastro. Un tipo duro y frío, literalmente. —Hizo una pausa, observando cómo Thordin asimilaba la información—. Pero nos falta alguien más. Necesitamos a alguien que pueda encargarse de los hechizos curativos y sanación. No soy mal hechicero, pero si alguno de nosotros cae en combate, no creo que mi hielo pueda hacer mucho para salvarnos.
Thordin rascó su desaliñada barba mientras su expresión se volvía pensativa para terminar asintiendo lentamente.
—No es mala idea. No es que yo me caiga muy a menudo, pero si lo hago... preferiría tener a alguien que sepa cómo levantarme sin tener que empujarme por un barranco. —Lanza una carcajada—. ¡Además, siempre es bueno tener un clérigo o un druida cerca para cuando las cosas se pongan feas!.
Se inclino hacia adelante, bajando un poco la voz.
—Aquí en Nievequiebra hay unos pocos curanderos, pero no sé si alguno estará dispuesto a unirse a un grupo como el nuestro. Sin embargo, he oído hablar de alguien… Ildra la Sanadora. Se supone que es buena, muy buena, y tiene algo de magia divina en sus manos. Vive en las afueras del pueblo, cerca del bosque. Pero ya te aviso, no es fácil convencerla de que deje su cabaña para una aventura.
Iskandar se quedó pensativo. Ildra podría ser justo lo que el grupo necesitaba, pero si era tan difícil de convencer como Thordin aseguraba, iba a necesitar algo más que una buena historia para atraerla.
—Parece que tenemos una nueva parada antes de los Valles Congelados, entonces. —Le dio una palmada en el hombro al enano y se puso en pie—. Termina tu cerveza, enano. Tenemos trabajo que hacer.
Thordin sonrió y terminó su jarra de un trago, golpeando la mesa con fuerza.
—¡Vamos allá, mago de bufanda elegante! ¡Vamos a convencer a esa curandera!
Iskandar Nevaluna se recostó en su silla junto a la mesa donde Thordin Yelmo de Hierro estaba terminando su cerveza. Los destellos de la luz del fuego bailaban sobre su bufanda azul, el único toque de color vibrante en un mundo tan monocromático y frío como Nievequiebra. A pesar de la urgencia de su misión, el hechicero decidió que un breve descanso antes de enfrentarse a la tarea de convencer a una sanadora reclusa sería lo más sensato. Después de todo, lidiar con la magia era algo que dominaba, pero persuadir a una persona que vivía lejos del mundo requería otro tipo de habilidades, y esas no siempre estaban en su repertorio.
Thordin, por su parte, parecía más que feliz con la idea de tomar un respiro. El enano dejó escapar un eructo sonoro, completamente ajeno al ligero ceño fruncido que Iskandar le lanzó, antes de asentir.
—Sabes, mago, a veces las mejores ideas vienen cuando no haces nada por un rato. ¡A lo mejor la sanadora aparece de repente en la taberna pidiendo que la lleves contigo! —bromeó Thordin, soltando una carcajada.
Iskandar, por su parte, se limitó a rodar los ojos y se recostó aún más en su silla, cruzando los brazos. El ambiente cálido de la taberna lo envolvía, y el murmullo de conversaciones a su alrededor, combinado con el crepitar del fuego, casi le permitían relajarse.
La taberna estaba animada. A su alrededor, los aldeanos de Nievequiebra seguían con sus propias vidas, ajenos al hecho de que, fuera de esas paredes, se preparaba una misión peligrosa. Algunos aldeanos se agrupaban cerca de la barra, bebiendo y contando historias de criaturas que nadie había visto y tesoros que nadie había encontrado. Los aventureros, tan poco comunes en este rincón del mundo, se convertían en el foco de las miradas y los murmullos cada vez que entraban en escena, y tanto Thordin como Iskandar habían atraído ya más de una mirada curiosa desde que habían llegado.
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- golondrino
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
Mientras Iskandar descansaba, su mente no dejaba de planear. Convencer a Ildra la Sanadora no sería tarea fácil. Según lo que había oído de Thordin, la sanadora era una mujer con fuertes lazos con la naturaleza, y aunque el hechicero tenía un toque de carisma afilado como el viento gélido, no estaba seguro de si eso sería suficiente. Las personas como Ildra solían moverse por principios más elevados que el oro o las promesas de gloria.
—Skjorn debería estar listo para partir también —murmuró Iskandar, más para sí mismo que para Thordin—. Pero no nos servirá de mucho si alguien cae en batalla y no tenemos quién lo levante.
—Exacto, y con mi martillo, las cosas se pondrán feas rápido —intervino Thordin, sonriendo de forma despreocupada.
Iskandar dejó escapar un suspiro. El enano siempre hacía parecer que todo era más sencillo de lo que realmente era. Para él, una batalla era solo una oportunidad para beber más después de ganarla. Pero para Iskandar, la magia, el peligro y los enemigos eran algo a lo que había aprendido a tratar con mucho más cuidado.
El hechicero se quedó en silencio por un rato, disfrutando del calor y el descanso. Sabía que este momento de tranquilidad no duraría mucho. El gélido viento de los Valles Congelados esperaba, y más allá, Jargrim Piel de Escarcha y los Hijos del Invierno, fanáticos dispuestos a convertir el mundo en un reino eterno de hielo.
El hechicero dejó que sus ojos vagaran por la taberna mientras su mente comenzaba a jugar con una idea. Convencer a una sanadora recluida de unirse a una misión suicida probablemente no sería tan simple como presentarse y hablar de lo heroico que sería salvar el mundo. Sin embargo, si había algo que había aprendido en su tiempo como hechicero, era que a veces la magia, bien usada, podía ser más persuasiva que mil palabras. Y, además, siempre había disfrutado de un buen espectáculo.
Un destello de inspiración cruzó por su mente, la sanadora probablemente respetaba la naturaleza y las cosas de la vida más sencillas, ¿qué mejor manera de impresionar a alguien así que mostrándole cómo la magia podía imitar el frío y la belleza del invierno en su estado más puro?.
Se levantó lentamente de su silla, estirándose con un aire de despreocupada elegancia mientras dejaba que su bufanda azul ondeara levemente con el movimiento. Con un gesto de la mano, sus dedos comenzaron a brillar con una tenue luz azulada, pequeños cristales de escarcha formándose en la punta de sus dedos.
Thordin, que había estado ocupado observando cómo la espuma de su cerveza se disipaba, levantó una ceja al ver lo que hacía Iskandar.
—¿Qué tramas, mago? —preguntó con una sonrisa torcida, claramente intrigado por lo que su compañero estaba a punto de hacer.
—Voy a practicar un pequeño truco, enano. Algo que pueda impresionar a la buena sanadora cuando la veamos —respondió Iskandar, con esa chispa irónica en los ojos que siempre precedía a algo interesante.
Concentrándose, Iskandar extendió ambas manos frente a él, dejando que su magia fluyera a través de su cuerpo como el viento frío de una montaña. Los cristales de hielo comenzaron a formarse lentamente en el aire, flotando en espirales hipnóticas alrededor de sus manos. Poco a poco, la escarcha creció, formando un remolino delicado que giraba a su alrededor, como si el propio invierno bailara al ritmo de su magia.
Las partículas de hielo brillaban bajo la luz cálida de la taberna, creando un contraste fascinante. Los pocos aldeanos que estaban lo suficientemente cerca para verlo se quedaron mirando, con los ojos abiertos de asombro. No todos los días veían a un hechicero lanzando magia de hielo en un lugar cálido como aquel.
Iskandar se concentró aún más, y el remolino de escarcha comenzó a tomar forma. Poco a poco, una serie de figuras pequeñas y delicadas aparecieron en el aire: copos de nieve intrincadamente detallados, cada uno único en su forma. A su alrededor, el aire se enfrió ligeramente, pero no lo suficiente como para ser incómodo; era un frío fresco, como el de un primer día de invierno.
—Skjorn debería estar listo para partir también —murmuró Iskandar, más para sí mismo que para Thordin—. Pero no nos servirá de mucho si alguien cae en batalla y no tenemos quién lo levante.
—Exacto, y con mi martillo, las cosas se pondrán feas rápido —intervino Thordin, sonriendo de forma despreocupada.
Iskandar dejó escapar un suspiro. El enano siempre hacía parecer que todo era más sencillo de lo que realmente era. Para él, una batalla era solo una oportunidad para beber más después de ganarla. Pero para Iskandar, la magia, el peligro y los enemigos eran algo a lo que había aprendido a tratar con mucho más cuidado.
El hechicero se quedó en silencio por un rato, disfrutando del calor y el descanso. Sabía que este momento de tranquilidad no duraría mucho. El gélido viento de los Valles Congelados esperaba, y más allá, Jargrim Piel de Escarcha y los Hijos del Invierno, fanáticos dispuestos a convertir el mundo en un reino eterno de hielo.
El hechicero dejó que sus ojos vagaran por la taberna mientras su mente comenzaba a jugar con una idea. Convencer a una sanadora recluida de unirse a una misión suicida probablemente no sería tan simple como presentarse y hablar de lo heroico que sería salvar el mundo. Sin embargo, si había algo que había aprendido en su tiempo como hechicero, era que a veces la magia, bien usada, podía ser más persuasiva que mil palabras. Y, además, siempre había disfrutado de un buen espectáculo.
Un destello de inspiración cruzó por su mente, la sanadora probablemente respetaba la naturaleza y las cosas de la vida más sencillas, ¿qué mejor manera de impresionar a alguien así que mostrándole cómo la magia podía imitar el frío y la belleza del invierno en su estado más puro?.
Se levantó lentamente de su silla, estirándose con un aire de despreocupada elegancia mientras dejaba que su bufanda azul ondeara levemente con el movimiento. Con un gesto de la mano, sus dedos comenzaron a brillar con una tenue luz azulada, pequeños cristales de escarcha formándose en la punta de sus dedos.
Thordin, que había estado ocupado observando cómo la espuma de su cerveza se disipaba, levantó una ceja al ver lo que hacía Iskandar.
—¿Qué tramas, mago? —preguntó con una sonrisa torcida, claramente intrigado por lo que su compañero estaba a punto de hacer.
—Voy a practicar un pequeño truco, enano. Algo que pueda impresionar a la buena sanadora cuando la veamos —respondió Iskandar, con esa chispa irónica en los ojos que siempre precedía a algo interesante.
Concentrándose, Iskandar extendió ambas manos frente a él, dejando que su magia fluyera a través de su cuerpo como el viento frío de una montaña. Los cristales de hielo comenzaron a formarse lentamente en el aire, flotando en espirales hipnóticas alrededor de sus manos. Poco a poco, la escarcha creció, formando un remolino delicado que giraba a su alrededor, como si el propio invierno bailara al ritmo de su magia.
Las partículas de hielo brillaban bajo la luz cálida de la taberna, creando un contraste fascinante. Los pocos aldeanos que estaban lo suficientemente cerca para verlo se quedaron mirando, con los ojos abiertos de asombro. No todos los días veían a un hechicero lanzando magia de hielo en un lugar cálido como aquel.
Iskandar se concentró aún más, y el remolino de escarcha comenzó a tomar forma. Poco a poco, una serie de figuras pequeñas y delicadas aparecieron en el aire: copos de nieve intrincadamente detallados, cada uno único en su forma. A su alrededor, el aire se enfrió ligeramente, pero no lo suficiente como para ser incómodo; era un frío fresco, como el de un primer día de invierno.
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
La magia flotaba, imitando a la naturaleza misma, mostrando su control sobre el hielo. Sabía que no era el hechizo más destructivo ni el más útil en combate, pero eso no importaba. Lo que importaba era lo que transmitía: un dominio cuidadoso de la magia de hielo, algo que seguramente impresionaría a alguien como Ildra. Porque aunque el frío era despiadado, también tenía su belleza, y él quería que ella lo viera.
Thordin dejó escapar un silbido bajo, claramente impresionado, aunque no lo admitiera del todo.
—Debo decir, Iskandar, que eso no está nada mal. Si no convence a la sanadora, al menos servirá para enfriar una cerveza en un abrir y cerrar de ojos —bromeó el enano, aunque su tono llevaba un matiz de genuina admiración.
Iskandar sonrió de lado, dejando que el remolino de hielo se disolviera en el aire, los copos de nieve fundiéndose en nada. Sí, el truco había salido bien. Ahora, si todo iba según lo planeado, podría usar esta pequeña demostración para abrir las puertas de una conversación con Ildra.
—No subestimes el poder de un buen truco, Thordin —respondió Iskandar, con su tono habitual de sarcasmo—. Las palabras pueden fallar, pero la magia siempre deja una impresión duradera.
Satisfecho con su pequeña práctica, Iskandar se sentó de nuevo, cruzando los brazos y dejándose llevar por el ambiente relajado de la taberna por un momento más.
Iskandar, satisfecho con el pequeño truco que había practicado, decidió que no estaba de más afinar un poco más su repertorio. Después de todo, la magia era como el vino; cuanto más se practicaba, mejor se volvía, y él no tenía intención de enfrentar a una sanadora sin estar en su mejor forma.
Levantándose de nuevo, comenzó a canalizar una corriente suave de frío por sus manos, formando pequeños y delicados cristales de hielo que danzaban en el aire, como si fuera nieve atrapada en una corriente invisible. El hechicero sonrió para sí mismo, disfrutando del control que tenía sobre la magia. Los aldeanos cercanos seguían observando con asombro, claramente no acostumbrados a ver a alguien conjurando algo tan hermoso en medio de la taberna.
Pero de repente, un ruido de garganta carraspeando interrumpió su concentración. Iskandar levantó la vista justo a tiempo para ver al tabernero, un hombre corpulento con cejas gruesas y una voz que sonaba como si estuviera hecha para gruñir órdenes, parado con los brazos cruzados. Su rostro, normalmente impasible, mostraba una expresión de leve irritación.
—Disculpa, hechicero —dijo el tabernero, su voz retumbando como un trueno apagado—, pero aquí en El Pingüino Temerario, no permitimos... espectáculos mágicos sin haber concertado una cita. Y definitivamente no sin pagar las tasas correspondientes. Esto no es un teatro, es una taberna.
Iskandar arqueó una ceja, sorprendido solo por un instante antes de que una sonrisa irónica curvase sus labios. De todas las cosas que esperaba oír, ser interrumpido por un problema administrativo no era una de ellas.
—¿Tasas? —preguntó Iskandar, claramente divertido—. No sabía que enfriar el ambiente requería una tarifa.
—No me importa si estás congelando el mismísimo infierno —gruñó el tabernero, golpeando ligeramente la mesa con una mano gruesa—. Si haces magia aquí, tienes que pagar. Las normas son normas.
Thordin, quien hasta ahora había estado disfrutando del espectáculo, se echó a reír a carcajadas, golpeando su jarra contra la mesa.
—¡Iskandar, parece que incluso el hielo tiene un precio en este lugar! —gritó entre risas, claramente encantado por la situación.
Iskandar dejó que la magia se disipara lentamente en el aire, los últimos copos de nieve desaparecieron como si nunca hubieran existido. No estaba dispuesto a causar una escena por algo tan trivial. El hechicero levantó las manos en un gesto de rendición fingida.
—Mis disculpas, buen tabernero. No era mi intención molestar a la administración. Considera mi demostración un... regalo para los clientes —dijo, con una sonrisa maliciosa.
El tabernero, que claramente no estaba impresionado por los encantos de Iskandar, frunció el ceño y señaló la puerta.
—Si quieres hacer más trucos, hazlo en otro lado o pasa por la barra y paga lo que corresponde. Aquí, cada moneda cuenta.
Con un suspiro teatral, Iskandar se dejó caer de nuevo en su silla, decidido a no crear más problemas. Ya había probado lo que necesitaba. Los murmullos en la taberna volvieron a la normalidad, y los aldeanos que habían estado observando el espectáculo desviaron la mirada, volviendo a sus conversaciones. Thordin seguía riendo para sí mismo, disfrutando de la pequeña reprimenda que su amigo había recibido.
—Bien, parece que tendré que limitar mi magia a exteriores por ahora —comentó Iskandar, apoyando los brazos detrás de la cabeza—. No quiero arruinar mi reputación en este encantador establecimiento.
Iskandar conjurando el truco de hielo, el posadero no parece muy contento de que alguien practique en su local la magia sin pagar sus cuotas.
Thordin dejó escapar un silbido bajo, claramente impresionado, aunque no lo admitiera del todo.
—Debo decir, Iskandar, que eso no está nada mal. Si no convence a la sanadora, al menos servirá para enfriar una cerveza en un abrir y cerrar de ojos —bromeó el enano, aunque su tono llevaba un matiz de genuina admiración.
Iskandar sonrió de lado, dejando que el remolino de hielo se disolviera en el aire, los copos de nieve fundiéndose en nada. Sí, el truco había salido bien. Ahora, si todo iba según lo planeado, podría usar esta pequeña demostración para abrir las puertas de una conversación con Ildra.
—No subestimes el poder de un buen truco, Thordin —respondió Iskandar, con su tono habitual de sarcasmo—. Las palabras pueden fallar, pero la magia siempre deja una impresión duradera.
Satisfecho con su pequeña práctica, Iskandar se sentó de nuevo, cruzando los brazos y dejándose llevar por el ambiente relajado de la taberna por un momento más.
Iskandar, satisfecho con el pequeño truco que había practicado, decidió que no estaba de más afinar un poco más su repertorio. Después de todo, la magia era como el vino; cuanto más se practicaba, mejor se volvía, y él no tenía intención de enfrentar a una sanadora sin estar en su mejor forma.
Levantándose de nuevo, comenzó a canalizar una corriente suave de frío por sus manos, formando pequeños y delicados cristales de hielo que danzaban en el aire, como si fuera nieve atrapada en una corriente invisible. El hechicero sonrió para sí mismo, disfrutando del control que tenía sobre la magia. Los aldeanos cercanos seguían observando con asombro, claramente no acostumbrados a ver a alguien conjurando algo tan hermoso en medio de la taberna.
Pero de repente, un ruido de garganta carraspeando interrumpió su concentración. Iskandar levantó la vista justo a tiempo para ver al tabernero, un hombre corpulento con cejas gruesas y una voz que sonaba como si estuviera hecha para gruñir órdenes, parado con los brazos cruzados. Su rostro, normalmente impasible, mostraba una expresión de leve irritación.
—Disculpa, hechicero —dijo el tabernero, su voz retumbando como un trueno apagado—, pero aquí en El Pingüino Temerario, no permitimos... espectáculos mágicos sin haber concertado una cita. Y definitivamente no sin pagar las tasas correspondientes. Esto no es un teatro, es una taberna.
Iskandar arqueó una ceja, sorprendido solo por un instante antes de que una sonrisa irónica curvase sus labios. De todas las cosas que esperaba oír, ser interrumpido por un problema administrativo no era una de ellas.
—¿Tasas? —preguntó Iskandar, claramente divertido—. No sabía que enfriar el ambiente requería una tarifa.
—No me importa si estás congelando el mismísimo infierno —gruñó el tabernero, golpeando ligeramente la mesa con una mano gruesa—. Si haces magia aquí, tienes que pagar. Las normas son normas.
Thordin, quien hasta ahora había estado disfrutando del espectáculo, se echó a reír a carcajadas, golpeando su jarra contra la mesa.
—¡Iskandar, parece que incluso el hielo tiene un precio en este lugar! —gritó entre risas, claramente encantado por la situación.
Iskandar dejó que la magia se disipara lentamente en el aire, los últimos copos de nieve desaparecieron como si nunca hubieran existido. No estaba dispuesto a causar una escena por algo tan trivial. El hechicero levantó las manos en un gesto de rendición fingida.
—Mis disculpas, buen tabernero. No era mi intención molestar a la administración. Considera mi demostración un... regalo para los clientes —dijo, con una sonrisa maliciosa.
El tabernero, que claramente no estaba impresionado por los encantos de Iskandar, frunció el ceño y señaló la puerta.
—Si quieres hacer más trucos, hazlo en otro lado o pasa por la barra y paga lo que corresponde. Aquí, cada moneda cuenta.
Con un suspiro teatral, Iskandar se dejó caer de nuevo en su silla, decidido a no crear más problemas. Ya había probado lo que necesitaba. Los murmullos en la taberna volvieron a la normalidad, y los aldeanos que habían estado observando el espectáculo desviaron la mirada, volviendo a sus conversaciones. Thordin seguía riendo para sí mismo, disfrutando de la pequeña reprimenda que su amigo había recibido.
—Bien, parece que tendré que limitar mi magia a exteriores por ahora —comentó Iskandar, apoyando los brazos detrás de la cabeza—. No quiero arruinar mi reputación en este encantador establecimiento.
Iskandar conjurando el truco de hielo, el posadero no parece muy contento de que alguien practique en su local la magia sin pagar sus cuotas.
Última edición por golondrino el 22 Sep 2024 21:35, editado 1 vez en total.
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
Con el ambiente en la taberna nuevamente tranquilo, y habiendo practicado lo suficiente, Iskandar decidió que era hora de poner en marcha su plan de persuadir a la sanadora. Sin embargo, antes de partir, una idea cruzó su mente. Si alguien conocía los detalles y rumores más oscuros de Nievequiebra, era Thordin Yelmo de Hierro. El enano había demostrado tener un oído afilado para las historias, especialmente cuando involucraban tabernas, bebida, o cualquier cosa con la palabra "héroe" o "batalla" en la mezcla.
Iskandar se inclinó hacia su amigo, bajando un poco la voz para evitar llamar más la atención del tabernero.
—Dime, Thordin. ¿Qué más sabes de Ildra la Sanadora? —preguntó, con una expresión más seria ahora—. Hechizos de hielo y palabras suaves pueden abrir puertas, pero siempre es mejor tener algo más que ofrecer. Algún rumor o historia que pueda usar para convencerla de que unirse a nuestra pequeña cruzada es su mejor opción.
Thordin, ya más sobrio que cuando comenzó la tarde, se llevó una mano a la barba, pensativo. Tras unos momentos de silencio, asintió lentamente, como si estuviera desempolvando un recuerdo.
—Bien, lo que sé no es mucho, pero podría ser útil —dijo con un tono más serio que de costumbre—. Ildra no siempre fue la sanadora reclusa que es hoy. Hace unos años, era conocida por viajar con un grupo de aventureros, curando heridas y salvando vidas por todo el norte. Pero algo cambió. Uno de sus compañeros, un guerrero, cayó en una emboscada y ella no pudo salvarlo. Desde entonces, se retiró a su cabaña en las afueras de Nievequiebra, jurando que no volvería a tomar parte en una misión de ese tipo.
Iskandar asintió lentamente, procesando la información. La culpa... claro. Si Ildra había perdido a alguien importante, eso explicaba su retirada. Tal vez podría usar esa historia para empatizar con ella. A veces, compartir un objetivo mayor —como detener a Jargrim y evitar una catástrofe gélida— era la mejor manera de convencer a alguien de volver a la lucha.
—Interesante —murmuró Iskandar con una leve sonrisa asomando en su rostro—. Quizás pueda presentarle nuestra misión como una forma de redención. Después de todo, el invierno eterno no discrimina. Si Jargrim se sale con la suya, habrá muchas más vidas que salvar.
Thordin asintió, golpeando su jarra vacía en la mesa.
—Eso suena bien, Iskandar. Apunta a su sentido del deber. Pero cuidado, no es alguien que se deje engañar fácilmente. Tienes que ser honesto con ella... en la medida en que un hechicero como tú pueda serlo.
Iskandar soltó una risa ligera.
—Honesto. Eso siempre es relativo, pero haré lo posible.
Iskandar se inclinó hacia su amigo, bajando un poco la voz para evitar llamar más la atención del tabernero.
—Dime, Thordin. ¿Qué más sabes de Ildra la Sanadora? —preguntó, con una expresión más seria ahora—. Hechizos de hielo y palabras suaves pueden abrir puertas, pero siempre es mejor tener algo más que ofrecer. Algún rumor o historia que pueda usar para convencerla de que unirse a nuestra pequeña cruzada es su mejor opción.
Thordin, ya más sobrio que cuando comenzó la tarde, se llevó una mano a la barba, pensativo. Tras unos momentos de silencio, asintió lentamente, como si estuviera desempolvando un recuerdo.
—Bien, lo que sé no es mucho, pero podría ser útil —dijo con un tono más serio que de costumbre—. Ildra no siempre fue la sanadora reclusa que es hoy. Hace unos años, era conocida por viajar con un grupo de aventureros, curando heridas y salvando vidas por todo el norte. Pero algo cambió. Uno de sus compañeros, un guerrero, cayó en una emboscada y ella no pudo salvarlo. Desde entonces, se retiró a su cabaña en las afueras de Nievequiebra, jurando que no volvería a tomar parte en una misión de ese tipo.
Iskandar asintió lentamente, procesando la información. La culpa... claro. Si Ildra había perdido a alguien importante, eso explicaba su retirada. Tal vez podría usar esa historia para empatizar con ella. A veces, compartir un objetivo mayor —como detener a Jargrim y evitar una catástrofe gélida— era la mejor manera de convencer a alguien de volver a la lucha.
—Interesante —murmuró Iskandar con una leve sonrisa asomando en su rostro—. Quizás pueda presentarle nuestra misión como una forma de redención. Después de todo, el invierno eterno no discrimina. Si Jargrim se sale con la suya, habrá muchas más vidas que salvar.
Thordin asintió, golpeando su jarra vacía en la mesa.
—Eso suena bien, Iskandar. Apunta a su sentido del deber. Pero cuidado, no es alguien que se deje engañar fácilmente. Tienes que ser honesto con ella... en la medida en que un hechicero como tú pueda serlo.
Iskandar soltó una risa ligera.
—Honesto. Eso siempre es relativo, pero haré lo posible.
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
Jal el Ñoras - Valenciano, el que tira del carro de la compra con la cabeza gacha y pensador.
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- golondrino
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
Después del pequeño incidente en la taberna, donde Iskandar había sido interrumpido por el tabernero y se vio obligado a dejar su magia en pausa, decidió que era hora de moverse. Había hecho todo lo que podía en el cálido interior de El Pingüino Temerario, y el próximo paso en su plan requería la compañía de Skjorn Hielorastro. El cazador, como siempre, prefería el aire libre y los espacios abiertos, por lo que no era sorprendente que se encontrara en el mercado local.
Iskandar se levantó, recogió su bufanda azul con un gesto elegante y se dirigió hacia la puerta, acompañado por Thordin, quien se tambaleaba ligeramente después de una jarra de más. La fría brisa de Nievequiebra les dio la bienvenida en cuanto cruzaron el umbral de la taberna. El hechicero ajustó su bufanda mientras caminaba con paso decidido hacia el mercado.
El mercado de Nievequiebra era una combinación caótica de puestos que ofrecían desde pieles hasta baratijas de todo tipo. Los vendedores gritaban sus ofertas, y los compradores, abrigados hasta las orejas, regateaban ferozmente por cada moneda de cobre. El sonido del mercado, acompañado por el crujido de la nieve bajo los pies, formaba una sinfonía rústica que resonaba en todo el lugar.
Entre el bullicio, Skjorn Hielorastro destacaba como una sombra silenciosa. El cazador estaba inclinado sobre un puesto que ofrecía cuchillos de caza, examinando las hojas con la mirada crítica de un experto. Su figura robusta y su capa de piel de oso lo hacían inconfundible, incluso en el ajetreo del mercado.
Iskandar se acercó con calma, observando cómo el cazador examinaba un cuchillo, su rostro marcado por las arrugas y el desgaste del frío. A su lado, Thordin apenas contenía una risita, claramente disfrutando del espectáculo del mercado.
—¿Has encontrado algo que corte mejor que el aire frío de este lugar? —preguntó Iskandar con su tono habitual de sarcasmo mientras se paraba junto a Skjorn.
El cazador levantó la vista de los cuchillos, su expresión seria como siempre, pero dejó escapar una pequeña sonrisa de lado.
—Difícilmente. Pero nunca está de más tener más herramientas, mago —respondió, sin apartar la vista del filo que examinaba.
Iskandar hizo una pausa antes de ir al grano.
—Vamos a necesitarte para otra tarea —dijo, observando a Skjorn—. Vamos a ver a Ildra la Sanadora. Y si algo me dice la actitud que tienen todos aquí sobre ella, es que necesitaré toda la ayuda posible para convencerla de unirse a nuestra misión.
Skjorn levantó una ceja, claramente intrigado por la mención de la sanadora.
—He oído hablar de ella. No será fácil —respondió, mientras deslizaba el cuchillo de vuelta en el mostrador del vendedor—. Si crees que mi presencia puede ayudar, iré contigo.
Iskandar asintió, satisfecho. Con Skjorn a su lado, el grupo tendría una apariencia más seria, y la experiencia del cazador en las tierras heladas no sería algo que Ildra pudiera ignorar fácilmente.
El mercado de Nievequiebra
Con Skjorn ya en camino con ellos, el trío decidió no ir con las manos vacías a la cabaña de Ildra. Iskandar sabía que la sanadora no era del tipo que se impresionaba fácilmente con trucos mágicos o palabras floridas, pero tal vez una muestra de buena voluntad sería suficiente para abrir una puerta o al menos suavizar la conversación.
Caminando entre los puestos del mercado, Iskandar mantuvo los ojos abiertos en busca de algo adecuado. Thordin, mientras tanto, examinaba varios tarros de miel que parecían haber captado su atención.
—¿Qué tal una ofrenda simbólica? —sugirió Iskandar—. Algo que muestre que no vamos a pedir su ayuda sin dar nada a cambio.
Sus ojos se posaron en un puesto que vendía hierbas curativas y pequeños artefactos naturales. Una pequeña caja tallada de madera, decorada con símbolos de protección, le llamó la atención. Contenía hojas de una planta local conocida por sus propiedades medicinales, perfectas para una sanadora.
—Eso podría servir —murmuró Iskandar, acercándose al puesto.
El vendedor, un hombre de edad avanzada con una barba larga y gris, sonrió mientras veía al hechicero examinar la caja.
—Buena elección, joven —dijo el anciano con voz grave—. Es un regalo que las sanadoras aprecian. Contiene hojas de farragut, una planta difícil de conseguir en esta época del año. Potente para aliviar el dolor y curar heridas.
Iskandar asintió, satisfecho. Parecía el obsequio adecuado, un símbolo de respeto y comprensión de la naturaleza de Ildra. Sin dudarlo, pagó al anciano por la caja, consciente de que un simple gesto como este podría abrir puertas más rápido que cualquier hechizo.
Con el regalo en mano, Iskandar miró a Thordin y Skjorn.
—Parece que estamos listos. Ahora, a ver si logramos convencer a la sanadora de que su lugar está con nosotros y no en su cabaña reclusa.
Iskandar se levantó, recogió su bufanda azul con un gesto elegante y se dirigió hacia la puerta, acompañado por Thordin, quien se tambaleaba ligeramente después de una jarra de más. La fría brisa de Nievequiebra les dio la bienvenida en cuanto cruzaron el umbral de la taberna. El hechicero ajustó su bufanda mientras caminaba con paso decidido hacia el mercado.
El mercado de Nievequiebra era una combinación caótica de puestos que ofrecían desde pieles hasta baratijas de todo tipo. Los vendedores gritaban sus ofertas, y los compradores, abrigados hasta las orejas, regateaban ferozmente por cada moneda de cobre. El sonido del mercado, acompañado por el crujido de la nieve bajo los pies, formaba una sinfonía rústica que resonaba en todo el lugar.
Entre el bullicio, Skjorn Hielorastro destacaba como una sombra silenciosa. El cazador estaba inclinado sobre un puesto que ofrecía cuchillos de caza, examinando las hojas con la mirada crítica de un experto. Su figura robusta y su capa de piel de oso lo hacían inconfundible, incluso en el ajetreo del mercado.
Iskandar se acercó con calma, observando cómo el cazador examinaba un cuchillo, su rostro marcado por las arrugas y el desgaste del frío. A su lado, Thordin apenas contenía una risita, claramente disfrutando del espectáculo del mercado.
—¿Has encontrado algo que corte mejor que el aire frío de este lugar? —preguntó Iskandar con su tono habitual de sarcasmo mientras se paraba junto a Skjorn.
El cazador levantó la vista de los cuchillos, su expresión seria como siempre, pero dejó escapar una pequeña sonrisa de lado.
—Difícilmente. Pero nunca está de más tener más herramientas, mago —respondió, sin apartar la vista del filo que examinaba.
Iskandar hizo una pausa antes de ir al grano.
—Vamos a necesitarte para otra tarea —dijo, observando a Skjorn—. Vamos a ver a Ildra la Sanadora. Y si algo me dice la actitud que tienen todos aquí sobre ella, es que necesitaré toda la ayuda posible para convencerla de unirse a nuestra misión.
Skjorn levantó una ceja, claramente intrigado por la mención de la sanadora.
—He oído hablar de ella. No será fácil —respondió, mientras deslizaba el cuchillo de vuelta en el mostrador del vendedor—. Si crees que mi presencia puede ayudar, iré contigo.
Iskandar asintió, satisfecho. Con Skjorn a su lado, el grupo tendría una apariencia más seria, y la experiencia del cazador en las tierras heladas no sería algo que Ildra pudiera ignorar fácilmente.
El mercado de Nievequiebra
Con Skjorn ya en camino con ellos, el trío decidió no ir con las manos vacías a la cabaña de Ildra. Iskandar sabía que la sanadora no era del tipo que se impresionaba fácilmente con trucos mágicos o palabras floridas, pero tal vez una muestra de buena voluntad sería suficiente para abrir una puerta o al menos suavizar la conversación.
Caminando entre los puestos del mercado, Iskandar mantuvo los ojos abiertos en busca de algo adecuado. Thordin, mientras tanto, examinaba varios tarros de miel que parecían haber captado su atención.
—¿Qué tal una ofrenda simbólica? —sugirió Iskandar—. Algo que muestre que no vamos a pedir su ayuda sin dar nada a cambio.
Sus ojos se posaron en un puesto que vendía hierbas curativas y pequeños artefactos naturales. Una pequeña caja tallada de madera, decorada con símbolos de protección, le llamó la atención. Contenía hojas de una planta local conocida por sus propiedades medicinales, perfectas para una sanadora.
—Eso podría servir —murmuró Iskandar, acercándose al puesto.
El vendedor, un hombre de edad avanzada con una barba larga y gris, sonrió mientras veía al hechicero examinar la caja.
—Buena elección, joven —dijo el anciano con voz grave—. Es un regalo que las sanadoras aprecian. Contiene hojas de farragut, una planta difícil de conseguir en esta época del año. Potente para aliviar el dolor y curar heridas.
Iskandar asintió, satisfecho. Parecía el obsequio adecuado, un símbolo de respeto y comprensión de la naturaleza de Ildra. Sin dudarlo, pagó al anciano por la caja, consciente de que un simple gesto como este podría abrir puertas más rápido que cualquier hechizo.
Con el regalo en mano, Iskandar miró a Thordin y Skjorn.
—Parece que estamos listos. Ahora, a ver si logramos convencer a la sanadora de que su lugar está con nosotros y no en su cabaña reclusa.
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
Jal el Ñoras - Valenciano, el que tira del carro de la compra con la cabeza gacha y pensador.
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
Quiero tiempo
CacaDeLuxe escribió: ↑03 Ago 2021 09:53 eres un cuck wokero de los que tiene un discurso de covidiota emponzoñado grafenado bozalero aplaudidor de balcon
- golondrino
- Ulema
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- Registrado: 23 Jun 2006 21:30
Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
No entiendo.
Lo que quiero es que abuse menos de los sujetos en las oraciones, ya tuve que indicarle que dejase de hablarme en primera pésima y me tutease.
Lo que quiero es que abuse menos de los sujetos en las oraciones, ya tuve que indicarle que dejase de hablarme en primera pésima y me tutease.
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
Que me apetece leer esta movida pero no tengo tiempo.
CacaDeLuxe escribió: ↑03 Ago 2021 09:53 eres un cuck wokero de los que tiene un discurso de covidiota emponzoñado grafenado bozalero aplaudidor de balcon