Los demás asintieron en silencio conscientes de la gravedad de la situación, uno por uno comenzaron a subir las escaleras de madera hacia sus respectivas habitaciones, pero justo cuando Ildra estaba a punto de subir el último escalón, la puerta de la taberna se abrió de golpe. Una ráfaga de viento frío irrumpió en el cálido ambiente, haciendo que las llamas de la chimenea parpadearan y se arremolinara la nieve dentro. La figura que entró no era como los habituales aldeanos de Nievequiebra; era un hombre alto, envuelto en una capa de pieles gruesas, con un semblante duro y curtido por los años de combate. Sus ojos oscuros escudriñaron la taberna, y, al ver al grupo, se dirigió directamente hacia ellos, dejando caer la nieve de sus hombros.
—¿Quién sois? —gruñó Thordin, dando un paso adelante mientras colocaba su mano de forma inconsciente sobre el mango de su martillo.
El hombre, en lugar de mostrarse amenazante, levantó ambas manos en señal de paz.
—No vengo a pelear. Si estáis buscando el Bastón del Hielo Eterno, entonces estamos del mismo lado —dijo con una voz ronca, pero clara. Al acercarse, el grupo pudo notar que el hombre portaba una armadura que había visto mejores días, tenia muchas marcas de batalla que indicaban que ese hombre no era ajeno al combate.
El hechicero intercambió una rápida mirada con Skjorn y Ildra, antes de volver a centrar su atención en el extraño.
—¿Quién eres tú, y cómo sabes de nuestra búsqueda? —preguntó Iskandar, su voz cargada de cautela.
El hombre se detuvo junto a la mesa, sacudiendo la nieve en polvo adherida en sus guantes antes de sentarse. No pidió permiso, pero tampoco mostró agresividad. Parecía alguien acostumbrado a moverse en los márgenes de la sociedad.
—Me llamo Baldur el Frío, y sé más de lo que creéis sobre vuestro enemigo. Jargrim no es un simple hechicero jugando con el invierno. Es un devoto de fuerzas que ni siquiera habéis empezado a entender, y si no lo detenéis pronto el invierno no será lo único que os devore. —Aunque su tono era severo, tenía un matiz de urgencia, como si el tiempo que quedaba estuviera contando en su contra.
Skjorn, que había permanecido en silencio, observó al hombre con detenimiento. No confiaba en extraños, especialmente en aquellos que parecían aparecer en los momentos más inusuales. Pero algo en los ojos de Baldur mostraba sinceridad, o al menos, la desesperación de alguien que también tenía una misión que cumplir.
—Si sabes tanto, habla —dijo el cazador, cruzando los brazos.
Baldur respiró hondo, como si estuviera sopesando cuánta información revelar. Luego, se inclinó hacia adelante apoyando los codos en la mesa.
—Los Hijos del Invierno no solo son secuaces de Jargrim. Cada uno de ellos fue alguna vez un maestro en su propio arte, corrompido por la promesa de un poder mayor. Ahora son guardianes de las antiguas piedras de escarcha que se encuentran en los Valles Congelados de Karhold. Esas piedras no solo protegen el bastón, sino que lo fortalecen. Si Jargrim accede a ellas antes que vosotros, no habrá vuelta atrás. Él ya tiene a Freya Diente de Hielo y a Thrain el Susurro del Viento moviéndose en los valles, protegiendo las piedras. No podréis lanzaros tan alegremente a la batalla sin tener un plan para deshaceros de ellos primero.
Iskandar asintió, tomando nota de cada palabra. Sabía que el camino a los Valles sería peligroso, pero la presencia de las piedras y la forma en que afectaban al bastón lo complicaban todo. No solo se trataba de enfrentarse a Jargrim directamente, sino de desmantelar sus defensas antes de poder llegar al bastón mismo.
—¿Por qué deberíamos confiar en ti? —preguntó Ildra, mientras analizaba al extraño con la mirada. No tenía motivos para creer que Baldur les estaba mintiendo, pero tampoco podía descartar la posibilidad de que fuera una trampa.
El hombre levantó una ceja, como si la pregunta lo hubiera sorprendido, pero luego dejó escapar una risa amarga.
—No tenéis ninguna razón para confiar en mí, señora. Pero si no lo hacéis, estaréis yendo a una batalla de la que no saldréis con vida. Yo ya perdí a mi gente intentando detener a Jargrim. Ahora solo me queda una opción: ayudar a otros a hacer lo que yo no pude.
El silencio que siguió fue pesado. El grupo intercambió miradas, sabiendo que la información que Baldur había traído, de ser cierta, podría marcar la diferencia entre la victoria y la derrota.
—Si tienes razón, entonces nos veremos obligados a confiar en ti —dijo Iskandar finalmente—. Pero si descubrimos que nos has mentido, el invierno no será lo único de lo que tendrás que preocuparte.
Baldur asintió, aceptando la amenaza sin inmutarse.
—Os acompañaré en el camino hacia los Valles. Mi vida ya no tiene otro propósito que ese y si sobrevivimos... podréis juzgar mi lealtad.
Skjorn fue el primero en ponerse de pie, recogiendo su arco del respaldo de la silla.
—Será mejor que todos descansemos ahora. Mañana será largo y complicado. Y si este hombre dice la verdad, los Hijos del Invierno estarán más cerca de lo que pensamos.
El grupo asintió, sabiendo que sus próximos pasos determinarían el destino no solo de ellos, sino de todos los que vivían bajo el yugo del un invierno interminable.
Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
Jal el Ñoras - Valenciano, el que tira del carro de la compra con la cabeza gacha y pensador.
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
El amanecer llegó al pueblo con la suavidad de la nieve cayendo lentamente, envolviéndolo todo en una luz pálida y fría. Dentro de la Taberna del Pingüino Temerario, el calor aún reinaba, aunque la tranquilidad de la noche ya estaba dando paso a la actividad del día. El fuego en la chimenea crepitaba de manera constante, mientras el tabernero iba y venía, sirviendo bebidas y preparando el desayuno para los parroquianos más madrugadores.
En una de las mesas, Thordin Yelmo de Hierro ya estaba despierto, con una jarra de cerveza tibia entre las manos y un plato de estofado humeante frente a él. El enano parecía completamente inmerso en una conversación... con su martillo. Había colocado la enorme arma sobre la mesa, el mango de la robusta arma descansaba contra el respaldo de una silla vacía, mientras él lo miraba con una mezcla de concentración y familiaridad.
—Sabes, Rompehielos, lo de ayer fue divertido —decía el enano mientras daba un trago largo a su jarra—. Pero esos Vestigios de la Escarcha no tienen ni la mitad de la dureza que se necesita para aguantar uno de mis golpes. —Sonrió, como si su martillo pudiera responderle—. No es que me queje, claro. Si todos nuestros enemigos fueran así de fáciles, no tendría nada que contar cuando regresemos.
El tabernero pasó por su lado, levantando una ceja pero sin decir nada. Al parecer, hablar con las armas era un comportamiento al que se había acostumbrado viniendo de Thordin. El enano continuó con su monólogo, ignorando a los pocos parroquianos que se habían levantado temprano y ocupaban otras mesas.
—Hoy, sin embargo, va a ser diferente —dijo Thordin con un tono más grave, bajando ligeramente la voz como si estuviera compartiendo un secreto con su martillo—. Esos Hijos del Invierno que ese tal Baldur mencionó… no me gustan.
Demasiado aire de grandeza, si me preguntas. Pero tú y yo, amigo mío, estamos hechos para aplastar a tipos como ellos.
Iskandar, que había bajado las escaleras de la taberna en ese momento, escuchó las últimas palabras de su compañero enano y no pudo evitar una sonrisa. El hechicero se acercó a la mesa, aún con la mente algo nublada por el sueño, y se dejó caer en una silla frente a Thordin.
—¿Siempre hablas con tu martillo, o solo cuando está por llegar una batalla importante? —preguntó con un toque de ironía, apoyando los codos sobre la mesa.
Thordin le lanzó una mirada despreocupada mientras cargaba hasta arriba un cucharon de estofado y se lo llevaba a la boca.
—¿Quién dice que no escucha? —respondió el enano con una sonrisa juguetona y la boca llena—. Rompehielos aquí ha salvado mi pellejo tantas veces que ya merece que le hable con respeto. Además, es mejor compañía que algunos humanos que he conocido en mi vida.
Iskandar soltó una pequeña carcajada, sacudiendo la cabeza. Aunque estaba acostumbrado a las excentricidades de Thordin, le reconfortaba saber que el enano mantenía su buen humor a pesar de la amenaza que se cernía sobre ellos.
Poco después, Skjorn e Ildra bajaron al salón, ambos luciendo más descansados que la noche anterior. El cazador se acercó a la mesa y se sirvió una taza de té caliente, mientras que la sanadora se sentó en silencio, observando a sus compañeros con una expresión de calma.
—¿Alguna novedad? —preguntó Skjorn, después de tomar un sorbo de té.
Iskandar negó con la cabeza.
—Nada aún. Baldur no ha aparecido. Pero nos tomaremos un momento para decidir qué hacer con él. No sé vosotros, pero todavía no estoy del todo convencido de su lealtad.
Ildra asintió lentamente.
—Parece tener información valiosa, eso es indudable, pero sus motivos son los que debemos considerar. Ayudarnos podría ser simplemente una manera de proteger sus propios intereses.
—Eso es lo que siempre me preocupa de los tipos como él —añadió Skjorn—. Sobrevivir en estas tierras puede llevar a la desesperación. Podría estar buscando algo más que detener a Jargrim.
Thordin, que había seguido la conversación mientras devoraba su desayuno, levantó su jarra.
—¡Bah! Si miente, lo sabremos pronto. Y cuando lo sepamos, Rompehielos y yo estaremos más que listos para enseñarle la lección. Pero mientras tanto, si quiere ayudarnos a aplastar a esos Hijos del Invierno, que venga. ¡Cuantos más para luchar, mejor!.
Antes de que pudieran continuar la conversación, la puerta de la taberna se abrió nuevamente. Esta vez, la figura de Baldur el Frío apareció en el umbral. El hombre entró con pasos firmes, sacudiéndose la nieve de los hombros y caminando directamente hacia el grupo. Su expresión era tan grave como la noche anterior, y había una urgencia en su paso que no pasó desapercibida.
—No tenemos mucho tiempo —dijo sin rodeos, sentándose sin invitación—. Jargrim ya ha empezado a mover a los Hijos del Invierno. Si no salimos pronto, perderemos la oportunidad de detenerlos antes de que fortalezcan las defensas del bastón.
Iskandar lo miró, evaluando cada palabra y gesto del hombre. Aún no estaba seguro de si confiar en él completamente, pero había algo en la mirada de Baldur que sugería desesperación más que engaño.
—Iremos —dijo finalmente el hechicero—. Pero viajaremos bajo nuestros propios términos. Te necesitamos, pero eso no significa que confiemos en ti ciegamente. Muéstranos que estás del lado correcto.
Baldur asintió lentamente.
—No pido confianza, solo una oportunidad de redención. El enemigo de mi enemigo… —dejó la frase en el aire, y aunque nadie la completó, todos entendieron el mensaje.
El grupo se quedó en silencio tras las palabras de Baldur, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Aunque la urgencia que mostraba el extraño era palpable, había algo que no terminaba de encajar en la mente de Iskandar y sus compañeros. Baldur no solo había aparecido de la nada, sino que también sabía que se habían enfrentado a los Vestigios de la Escarcha durante su trayecto hacia Nievequiebra. Ninguno de ellos tenía constancia de que alguien los hubiera visto en ese combate, y mucho menos que rumores de su enfrentamiento hubieran llegado tan rápido a oídos de un extraño.
Skjorn, siempre el más desconfiado, fue el primero en romper el silencio, su tono era más frío que de costumbre.
—¿Cómo que sabes que derrotamos a esos Vestigios de la Escarcha?—dijo el cazador, mientras sus ojos se estrechaban al mirar a Baldur—. Hasta donde sabemos, no había nadie más presente en ese enfrentamiento. ¿Cómo es que lo sabes?, ¿nos has estado siguiendo?, ¿o acaso alguien más te lo ha dicho?.
El aire en la taberna se tensó mientras una sensación de desconfianza llenaba el espacio. Baldur mantuvo la mirada fija en Skjorn, sin amedrentarse, pero consciente de que esta era la pregunta clave. Había calculado que su conocimiento impresionaría al grupo, pero no había previsto que revelaría tanto sin querer.
—No os he seguido, si eso es lo que pensáis —dijo finalmente, con una calma medida—. Pero en estas tierras, las noticias viajan rápido. Especialmente cuando algo fuera de lo común ocurre en los caminos de los Valles Congelados. Los Vestigios de la Escarcha son una creación de Jargrim y los Hijos del Invierno. Cuando son destruidos, los ecos de su caída se sienten en el aire. Aquellos que tienen oídos en el viento saben qué ocurre, y no pasan desapercibidos para quienes están atentos. Digamos que tengo mis propias formas de saber qué está ocurriendo.
Iskandar frunció el ceño. Las palabras de Baldur eran vagas, pero no imposibles. Sin embargo, la idea de que alguien pudiera “sentir” lo que ocurría a través de la destrucción de esas criaturas hacía que la situación fuera aún más inquietante. Si Baldur había sabido de la caída de los Vestigios, entonces también podían haberlo sabido Jargrim y sus secuaces.
—Esas "formas" tuyas no me convencen —dijo el hechicero con un tono teñido de sospecha—. Sabías demasiado antes de que siquiera llegaras a nosotros. Si tienes acceso a esa información, entonces Jargrim también podría. ¿Acaso no te ha enviado a tendernos una trampa?.
El silencio volvió a instalarse en la taberna mientras Ildra y Thordin intercambiaban miradas de preocupación. La situación se volvía cada vez más compleja.
Baldur dejó escapar un suspiro, como si hubiera esperado esta respuesta, y apoyó ambas manos sobre la mesa, inclinado ligeramente hacia adelante.
—Si Jargrim supiera lo que yo sé, ya estaríais muertos o congelados. No soy un espía, y ciertamente no trabajo para los Hijos del Invierno —respondió con firmeza, sus ojos ahora oscuros como el propio invierno—. Pero tampoco espero que creáis todo lo que digo. La única razón por la que estoy aquí es porque quiero ver el fin de Jargrim tanto como vosotros. Si me hubierais seguido en su momento, cuando intenté detenerlo por primera vez, no estaríamos teniendo esta conversación.
Skjorn no se inmutó ante sus palabras, pero la duda seguía rondando.
—Entonces explícate. ¿Cómo es que conoces tan bien a los Vestigios de la Escarcha? ¿Y cómo puedes rastrear lo que ocurre con ellos sin estar cerca? —insistió el cazador, su mano ahora descansando cerca de su arco, listo para cualquier eventualidad.
Baldur se mantuvo en silencio durante un largo momento, como si estuviera debatiendo cuánta información revelar. Finalmente, tomó aire y decidió hablar.
—No es fácil de explicar. Los Vestigios de la Escarcha están conectados a los poderes antiguos que Jargrim y los Hijos del Invierno sirven. Cualquier cosa que afecte a esas criaturas resuena en la magia que rodea estos valles. Algunos, como yo, hemos aprendido a sintonizar con esos ecos. Es un conocimiento antiguo que mi grupo descubrió hace años cuando intentábamos destruir el bastón. Yo he estado vigilando esos ecos desde entonces, esperando el momento en que alguien lo intentara de nuevo.
El grupo escuchó con atención, pero la explicación de Baldur solo aumentaba el misterio que lo rodeaba.
—Eso no suena como algo que se pueda aprender tan fácilmente —comentó Ildra, con una mirada inquisitiva—. ¿Quién te enseñó? ¿Cómo obtuviste ese conocimiento?
Baldur apartó la mirada un momento, como si recordar fuera doloroso.
—Mi grupo lo descubrió en nuestras investigaciones, pero fue... a un precio alto. Perdí a mis compañeros en el proceso, y desde entonces he tenido que sobrevivir con lo que quedó de ese conocimiento. Solo puedo usarlo para vigilar, para seguir el rastro de los Hijos del Invierno y sus creaciones. No soy un hechicero, pero he aprendido a escuchar los vientos de estas tierras.
Las palabras de Baldur tenían un peso de verdad, pero también ocultaban partes de su historia que el grupo no podía ignorar. Si realmente había sobrevivido tanto tiempo tras perder a sus compañeros, ¿por qué no había intentado detener a Jargrim antes?, ¿qué le había retenido hasta ahora?.
Thordin, que había permanecido en silencio hasta entonces, golpeó la mesa suavemente con el puño.
—Ya basta de misterios, caballero—dijo, con un tono menos brusco de lo habitual—. Si vas a venir con nosotros, más te vale ser sincero. No tenemos tiempo para juegos. Necesitamos saber si podemos confiar en ti antes de que pongamos nuestras vidas en tus manos.
Baldur asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de la situación.
—Os entiendo. No pido confianza ciega. Solo una oportunidad para demostrar que estoy de vuestro lado. Si tenéis alguna duda, este es el momento de dejarlo claro. Pero si decidís darme la espalda ahora, también habréis perdido vuestra mejor oportunidad para detener a Jargrim antes de que sea demasiado tarde.
El grupo, aunque inquieto, sabía que no podían descartar tan fácilmente a alguien que pudiera serles útil, pero la sombra de la duda seguía presente. Iskandar intercambió una mirada rápida con sus compañeros. Sabían que, aunque el amanecer estaba cada vez más cerca, necesitarían tomar una decisión sobre Baldur antes de partir.
En una de las mesas, Thordin Yelmo de Hierro ya estaba despierto, con una jarra de cerveza tibia entre las manos y un plato de estofado humeante frente a él. El enano parecía completamente inmerso en una conversación... con su martillo. Había colocado la enorme arma sobre la mesa, el mango de la robusta arma descansaba contra el respaldo de una silla vacía, mientras él lo miraba con una mezcla de concentración y familiaridad.
—Sabes, Rompehielos, lo de ayer fue divertido —decía el enano mientras daba un trago largo a su jarra—. Pero esos Vestigios de la Escarcha no tienen ni la mitad de la dureza que se necesita para aguantar uno de mis golpes. —Sonrió, como si su martillo pudiera responderle—. No es que me queje, claro. Si todos nuestros enemigos fueran así de fáciles, no tendría nada que contar cuando regresemos.
El tabernero pasó por su lado, levantando una ceja pero sin decir nada. Al parecer, hablar con las armas era un comportamiento al que se había acostumbrado viniendo de Thordin. El enano continuó con su monólogo, ignorando a los pocos parroquianos que se habían levantado temprano y ocupaban otras mesas.
—Hoy, sin embargo, va a ser diferente —dijo Thordin con un tono más grave, bajando ligeramente la voz como si estuviera compartiendo un secreto con su martillo—. Esos Hijos del Invierno que ese tal Baldur mencionó… no me gustan.
Demasiado aire de grandeza, si me preguntas. Pero tú y yo, amigo mío, estamos hechos para aplastar a tipos como ellos.
Iskandar, que había bajado las escaleras de la taberna en ese momento, escuchó las últimas palabras de su compañero enano y no pudo evitar una sonrisa. El hechicero se acercó a la mesa, aún con la mente algo nublada por el sueño, y se dejó caer en una silla frente a Thordin.
—¿Siempre hablas con tu martillo, o solo cuando está por llegar una batalla importante? —preguntó con un toque de ironía, apoyando los codos sobre la mesa.
Thordin le lanzó una mirada despreocupada mientras cargaba hasta arriba un cucharon de estofado y se lo llevaba a la boca.
—¿Quién dice que no escucha? —respondió el enano con una sonrisa juguetona y la boca llena—. Rompehielos aquí ha salvado mi pellejo tantas veces que ya merece que le hable con respeto. Además, es mejor compañía que algunos humanos que he conocido en mi vida.
Iskandar soltó una pequeña carcajada, sacudiendo la cabeza. Aunque estaba acostumbrado a las excentricidades de Thordin, le reconfortaba saber que el enano mantenía su buen humor a pesar de la amenaza que se cernía sobre ellos.
Poco después, Skjorn e Ildra bajaron al salón, ambos luciendo más descansados que la noche anterior. El cazador se acercó a la mesa y se sirvió una taza de té caliente, mientras que la sanadora se sentó en silencio, observando a sus compañeros con una expresión de calma.
—¿Alguna novedad? —preguntó Skjorn, después de tomar un sorbo de té.
Iskandar negó con la cabeza.
—Nada aún. Baldur no ha aparecido. Pero nos tomaremos un momento para decidir qué hacer con él. No sé vosotros, pero todavía no estoy del todo convencido de su lealtad.
Ildra asintió lentamente.
—Parece tener información valiosa, eso es indudable, pero sus motivos son los que debemos considerar. Ayudarnos podría ser simplemente una manera de proteger sus propios intereses.
—Eso es lo que siempre me preocupa de los tipos como él —añadió Skjorn—. Sobrevivir en estas tierras puede llevar a la desesperación. Podría estar buscando algo más que detener a Jargrim.
Thordin, que había seguido la conversación mientras devoraba su desayuno, levantó su jarra.
—¡Bah! Si miente, lo sabremos pronto. Y cuando lo sepamos, Rompehielos y yo estaremos más que listos para enseñarle la lección. Pero mientras tanto, si quiere ayudarnos a aplastar a esos Hijos del Invierno, que venga. ¡Cuantos más para luchar, mejor!.
Antes de que pudieran continuar la conversación, la puerta de la taberna se abrió nuevamente. Esta vez, la figura de Baldur el Frío apareció en el umbral. El hombre entró con pasos firmes, sacudiéndose la nieve de los hombros y caminando directamente hacia el grupo. Su expresión era tan grave como la noche anterior, y había una urgencia en su paso que no pasó desapercibida.
—No tenemos mucho tiempo —dijo sin rodeos, sentándose sin invitación—. Jargrim ya ha empezado a mover a los Hijos del Invierno. Si no salimos pronto, perderemos la oportunidad de detenerlos antes de que fortalezcan las defensas del bastón.
Iskandar lo miró, evaluando cada palabra y gesto del hombre. Aún no estaba seguro de si confiar en él completamente, pero había algo en la mirada de Baldur que sugería desesperación más que engaño.
—Iremos —dijo finalmente el hechicero—. Pero viajaremos bajo nuestros propios términos. Te necesitamos, pero eso no significa que confiemos en ti ciegamente. Muéstranos que estás del lado correcto.
Baldur asintió lentamente.
—No pido confianza, solo una oportunidad de redención. El enemigo de mi enemigo… —dejó la frase en el aire, y aunque nadie la completó, todos entendieron el mensaje.
El grupo se quedó en silencio tras las palabras de Baldur, cada uno inmerso en sus propios pensamientos. Aunque la urgencia que mostraba el extraño era palpable, había algo que no terminaba de encajar en la mente de Iskandar y sus compañeros. Baldur no solo había aparecido de la nada, sino que también sabía que se habían enfrentado a los Vestigios de la Escarcha durante su trayecto hacia Nievequiebra. Ninguno de ellos tenía constancia de que alguien los hubiera visto en ese combate, y mucho menos que rumores de su enfrentamiento hubieran llegado tan rápido a oídos de un extraño.
Skjorn, siempre el más desconfiado, fue el primero en romper el silencio, su tono era más frío que de costumbre.
—¿Cómo que sabes que derrotamos a esos Vestigios de la Escarcha?—dijo el cazador, mientras sus ojos se estrechaban al mirar a Baldur—. Hasta donde sabemos, no había nadie más presente en ese enfrentamiento. ¿Cómo es que lo sabes?, ¿nos has estado siguiendo?, ¿o acaso alguien más te lo ha dicho?.
El aire en la taberna se tensó mientras una sensación de desconfianza llenaba el espacio. Baldur mantuvo la mirada fija en Skjorn, sin amedrentarse, pero consciente de que esta era la pregunta clave. Había calculado que su conocimiento impresionaría al grupo, pero no había previsto que revelaría tanto sin querer.
—No os he seguido, si eso es lo que pensáis —dijo finalmente, con una calma medida—. Pero en estas tierras, las noticias viajan rápido. Especialmente cuando algo fuera de lo común ocurre en los caminos de los Valles Congelados. Los Vestigios de la Escarcha son una creación de Jargrim y los Hijos del Invierno. Cuando son destruidos, los ecos de su caída se sienten en el aire. Aquellos que tienen oídos en el viento saben qué ocurre, y no pasan desapercibidos para quienes están atentos. Digamos que tengo mis propias formas de saber qué está ocurriendo.
Iskandar frunció el ceño. Las palabras de Baldur eran vagas, pero no imposibles. Sin embargo, la idea de que alguien pudiera “sentir” lo que ocurría a través de la destrucción de esas criaturas hacía que la situación fuera aún más inquietante. Si Baldur había sabido de la caída de los Vestigios, entonces también podían haberlo sabido Jargrim y sus secuaces.
—Esas "formas" tuyas no me convencen —dijo el hechicero con un tono teñido de sospecha—. Sabías demasiado antes de que siquiera llegaras a nosotros. Si tienes acceso a esa información, entonces Jargrim también podría. ¿Acaso no te ha enviado a tendernos una trampa?.
El silencio volvió a instalarse en la taberna mientras Ildra y Thordin intercambiaban miradas de preocupación. La situación se volvía cada vez más compleja.
Baldur dejó escapar un suspiro, como si hubiera esperado esta respuesta, y apoyó ambas manos sobre la mesa, inclinado ligeramente hacia adelante.
—Si Jargrim supiera lo que yo sé, ya estaríais muertos o congelados. No soy un espía, y ciertamente no trabajo para los Hijos del Invierno —respondió con firmeza, sus ojos ahora oscuros como el propio invierno—. Pero tampoco espero que creáis todo lo que digo. La única razón por la que estoy aquí es porque quiero ver el fin de Jargrim tanto como vosotros. Si me hubierais seguido en su momento, cuando intenté detenerlo por primera vez, no estaríamos teniendo esta conversación.
Skjorn no se inmutó ante sus palabras, pero la duda seguía rondando.
—Entonces explícate. ¿Cómo es que conoces tan bien a los Vestigios de la Escarcha? ¿Y cómo puedes rastrear lo que ocurre con ellos sin estar cerca? —insistió el cazador, su mano ahora descansando cerca de su arco, listo para cualquier eventualidad.
Baldur se mantuvo en silencio durante un largo momento, como si estuviera debatiendo cuánta información revelar. Finalmente, tomó aire y decidió hablar.
—No es fácil de explicar. Los Vestigios de la Escarcha están conectados a los poderes antiguos que Jargrim y los Hijos del Invierno sirven. Cualquier cosa que afecte a esas criaturas resuena en la magia que rodea estos valles. Algunos, como yo, hemos aprendido a sintonizar con esos ecos. Es un conocimiento antiguo que mi grupo descubrió hace años cuando intentábamos destruir el bastón. Yo he estado vigilando esos ecos desde entonces, esperando el momento en que alguien lo intentara de nuevo.
El grupo escuchó con atención, pero la explicación de Baldur solo aumentaba el misterio que lo rodeaba.
—Eso no suena como algo que se pueda aprender tan fácilmente —comentó Ildra, con una mirada inquisitiva—. ¿Quién te enseñó? ¿Cómo obtuviste ese conocimiento?
Baldur apartó la mirada un momento, como si recordar fuera doloroso.
—Mi grupo lo descubrió en nuestras investigaciones, pero fue... a un precio alto. Perdí a mis compañeros en el proceso, y desde entonces he tenido que sobrevivir con lo que quedó de ese conocimiento. Solo puedo usarlo para vigilar, para seguir el rastro de los Hijos del Invierno y sus creaciones. No soy un hechicero, pero he aprendido a escuchar los vientos de estas tierras.
Las palabras de Baldur tenían un peso de verdad, pero también ocultaban partes de su historia que el grupo no podía ignorar. Si realmente había sobrevivido tanto tiempo tras perder a sus compañeros, ¿por qué no había intentado detener a Jargrim antes?, ¿qué le había retenido hasta ahora?.
Thordin, que había permanecido en silencio hasta entonces, golpeó la mesa suavemente con el puño.
—Ya basta de misterios, caballero—dijo, con un tono menos brusco de lo habitual—. Si vas a venir con nosotros, más te vale ser sincero. No tenemos tiempo para juegos. Necesitamos saber si podemos confiar en ti antes de que pongamos nuestras vidas en tus manos.
Baldur asintió lentamente, comprendiendo la gravedad de la situación.
—Os entiendo. No pido confianza ciega. Solo una oportunidad para demostrar que estoy de vuestro lado. Si tenéis alguna duda, este es el momento de dejarlo claro. Pero si decidís darme la espalda ahora, también habréis perdido vuestra mejor oportunidad para detener a Jargrim antes de que sea demasiado tarde.
El grupo, aunque inquieto, sabía que no podían descartar tan fácilmente a alguien que pudiera serles útil, pero la sombra de la duda seguía presente. Iskandar intercambió una mirada rápida con sus compañeros. Sabían que, aunque el amanecer estaba cada vez más cerca, necesitarían tomar una decisión sobre Baldur antes de partir.
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
Jal el Ñoras - Valenciano, el que tira del carro de la compra con la cabeza gacha y pensador.
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
Pese a la creciente impaciencia de Baldur por partir, el grupo decidió tomar unas horas más para prepararse antes de partir hacia los Valles Congelados de Karhold. La desconfianza que sentían hacia Baldur el Frío era evidente, y, aunque no podían prescindir de su conocimiento sobre los Hijos del Invierno, tampoco estaban dispuestos a correr riesgos innecesarios. El amanecer estaba aún a un par de horas, y, mientras los primeros rayos del sol no asomaran en el horizonte, aprovecharían ese tiempo para ultimar preparativos y mantener vigilado al extraño.
Ildra y Thordin decidieron que era un buen momento para aprovisionarse de cualquier recurso adicional que pudiera serles útil en el viaje. La sanadora, consciente de las amenazas que enfrentarían, buscaba hierbas, vendas y pociones curativas, mientras que el enano deseaba revisar su equipo y ver si el mercado local podía ofrecerle algo para reforzar su armadura o conseguir suministros adicionales.
—No tardaremos mucho —dijo Ildra antes de salir—. El mercado debe estar abriendo ahora, y prefiero tener lo necesario antes de que partamos hacia esos malditos valles.
Thordin, siempre optimista a su manera, dio una palmada en la espalda de Skjorn antes de seguirla.
—Tú vigila bien a ese viejo lobo—bromeó—. Si intenta algo, asegúrate de no dejarle oportunidad de escapar. —Rió entre dientes, aunque su mirada a Baldur fue todo menos una broma.
Iskandar y Skjorn se quedaron en la taberna. Ambos sabían que esa espera sería tensa, pero necesaria. Baldur permanecía sentado en su silla cerca del fuego, con la mirada fija en las llamas. Su postura no era amenazante, pero había algo en su calma que incomodaba al hechicero y al cazador. Parecía demasiado tranquilo, demasiado seguro para un hombre al que estaban vigilando tan de cerca. Esa serenidad inquietante era lo que alimentaba sus sospechas.
El silencio en la taberna se extendió durante varios minutos. El sonido del fuego crepitante y los pasos del tabernero, que atendía a los pocos clientes madrugadores, eran lo único que rompía la quietud.
Skjorn, siempre observador, no apartaba la mirada de Baldur, vigilando cada pequeño gesto, cada movimiento de sus manos.
—No te relajes demasiado —dijo finalmente el cazador, con su tono afilado—. No me importa cuántas veces digas que no trabajas para Jargrim. Si veo algo sospechoso, lo sabrás rápido.
Baldur no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en las llamas, como si meditara sus palabras cuidadosamente. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, habló.
—Desconfianza —murmuró, más para sí mismo que para el grupo—. La desconfianza siempre es el primer paso para sobrevivir en estas tierras. Hacéis bien en estar alerta. Si no lo estuvierais, ya estaríais muertos.
Iskandar, que había estado en silencio hasta ese momento, decidió intervenir.
—Estás muy calmado para alguien que sabe que está siendo vigilado. Cualquiera en tu posición estaría algo más… tenso.
Baldur giró la cabeza lentamente, encontrando los ojos de Iskandar por primera vez desde que se sentaron.
—He vivido demasiado tiempo con el frío y la muerte como para dejar que una mirada tensa me afecte. No vine aquí para que me confiarais ciegamente. Vine porque sé lo que os espera, y sé que no tenéis idea del poder al que os enfrentáis. —Sus palabras eran serenas, pero cargadas de una extraña intensidad.
Skjorn no dejó que eso lo calmara.
—¿Y qué poder es ese? ¿Algo que tú conoces tan bien porque estuviste del lado de Jargrim en su día? —El cazador cruzó los brazos, mirándolo con desdén.
Baldur esbozó una pequeña sonrisa, más amarga que divertida.
—Si alguna vez hubiera servido a Jargrim, os aseguro que no estaría aquí sentado. Y tampoco vosotros. —Se enderezó un poco en su silla, sus ojos volviendo a la chimenea—. La magia del invierno que él controla es más que simple frío. Las tierras mismas se inclinan a su voluntad. No porque él las domine, sino porque se alimenta de ellas. Cada criatura que cae en el hielo fortalece su poder. Cada huella en la nieve le da información. Es como una telaraña de escarcha que cubre todo lo que toca.
Iskandar y Skjorn intercambiaron miradas. Aunque seguían desconfiando de Baldur, lo que decía tenía sentido. Sabían que enfrentarse a Jargrim sería más que una simple batalla de hechizos o espadas, pero la magnitud de su control sobre los Valles Congelados era algo que aún no habían comprendido del todo.
—¿Y cómo piensas que vamos a detenerlo? —preguntó finalmente Iskandar—. No basta con decirnos lo fuerte que es. Necesitamos saber cómo derrotarlo.
Baldur guardó silencio por unos segundos más antes de hablar.
—Primero, tenéis que deshaceros de sus guardianes. Los Hijos del Invierno son su primera línea de defensa. Y cada uno de ellos es más letal que el anterior. Si no elimináis su influencia, no podréis acercaros al bastón, ni mucho menos a Jargrim.
Skjorn frunció el ceño.
—¿Y qué nos asegura que no eres uno de ellos? —preguntó en tono serio.
Baldur lo miró de nuevo, esta vez sin la sombra de una sonrisa. Sus ojos, oscuros y fríos, revelaron por primera vez una pizca de emoción: dolor.
—Porque si lo fuera, ninguno de vosotros estaría vivo ahora.
El silencio volvió a instalarse, pero esta vez fue menos incómodo. Aunque las dudas persistían, tanto Iskandar como Skjorn sabían que, al menos por ahora, Baldur era más útil vivo y bajo vigilancia que rechazado. Aún quedaban muchas preguntas sin responder, pero el amanecer se acercaba y pronto tendrían que tomar decisiones que no podían posponer.
Ildra y Thordin decidieron que era un buen momento para aprovisionarse de cualquier recurso adicional que pudiera serles útil en el viaje. La sanadora, consciente de las amenazas que enfrentarían, buscaba hierbas, vendas y pociones curativas, mientras que el enano deseaba revisar su equipo y ver si el mercado local podía ofrecerle algo para reforzar su armadura o conseguir suministros adicionales.
—No tardaremos mucho —dijo Ildra antes de salir—. El mercado debe estar abriendo ahora, y prefiero tener lo necesario antes de que partamos hacia esos malditos valles.
Thordin, siempre optimista a su manera, dio una palmada en la espalda de Skjorn antes de seguirla.
—Tú vigila bien a ese viejo lobo—bromeó—. Si intenta algo, asegúrate de no dejarle oportunidad de escapar. —Rió entre dientes, aunque su mirada a Baldur fue todo menos una broma.
Iskandar y Skjorn se quedaron en la taberna. Ambos sabían que esa espera sería tensa, pero necesaria. Baldur permanecía sentado en su silla cerca del fuego, con la mirada fija en las llamas. Su postura no era amenazante, pero había algo en su calma que incomodaba al hechicero y al cazador. Parecía demasiado tranquilo, demasiado seguro para un hombre al que estaban vigilando tan de cerca. Esa serenidad inquietante era lo que alimentaba sus sospechas.
El silencio en la taberna se extendió durante varios minutos. El sonido del fuego crepitante y los pasos del tabernero, que atendía a los pocos clientes madrugadores, eran lo único que rompía la quietud.
Skjorn, siempre observador, no apartaba la mirada de Baldur, vigilando cada pequeño gesto, cada movimiento de sus manos.
—No te relajes demasiado —dijo finalmente el cazador, con su tono afilado—. No me importa cuántas veces digas que no trabajas para Jargrim. Si veo algo sospechoso, lo sabrás rápido.
Baldur no respondió de inmediato. Sus ojos seguían fijos en las llamas, como si meditara sus palabras cuidadosamente. Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, habló.
—Desconfianza —murmuró, más para sí mismo que para el grupo—. La desconfianza siempre es el primer paso para sobrevivir en estas tierras. Hacéis bien en estar alerta. Si no lo estuvierais, ya estaríais muertos.
Iskandar, que había estado en silencio hasta ese momento, decidió intervenir.
—Estás muy calmado para alguien que sabe que está siendo vigilado. Cualquiera en tu posición estaría algo más… tenso.
Baldur giró la cabeza lentamente, encontrando los ojos de Iskandar por primera vez desde que se sentaron.
—He vivido demasiado tiempo con el frío y la muerte como para dejar que una mirada tensa me afecte. No vine aquí para que me confiarais ciegamente. Vine porque sé lo que os espera, y sé que no tenéis idea del poder al que os enfrentáis. —Sus palabras eran serenas, pero cargadas de una extraña intensidad.
Skjorn no dejó que eso lo calmara.
—¿Y qué poder es ese? ¿Algo que tú conoces tan bien porque estuviste del lado de Jargrim en su día? —El cazador cruzó los brazos, mirándolo con desdén.
Baldur esbozó una pequeña sonrisa, más amarga que divertida.
—Si alguna vez hubiera servido a Jargrim, os aseguro que no estaría aquí sentado. Y tampoco vosotros. —Se enderezó un poco en su silla, sus ojos volviendo a la chimenea—. La magia del invierno que él controla es más que simple frío. Las tierras mismas se inclinan a su voluntad. No porque él las domine, sino porque se alimenta de ellas. Cada criatura que cae en el hielo fortalece su poder. Cada huella en la nieve le da información. Es como una telaraña de escarcha que cubre todo lo que toca.
Iskandar y Skjorn intercambiaron miradas. Aunque seguían desconfiando de Baldur, lo que decía tenía sentido. Sabían que enfrentarse a Jargrim sería más que una simple batalla de hechizos o espadas, pero la magnitud de su control sobre los Valles Congelados era algo que aún no habían comprendido del todo.
—¿Y cómo piensas que vamos a detenerlo? —preguntó finalmente Iskandar—. No basta con decirnos lo fuerte que es. Necesitamos saber cómo derrotarlo.
Baldur guardó silencio por unos segundos más antes de hablar.
—Primero, tenéis que deshaceros de sus guardianes. Los Hijos del Invierno son su primera línea de defensa. Y cada uno de ellos es más letal que el anterior. Si no elimináis su influencia, no podréis acercaros al bastón, ni mucho menos a Jargrim.
Skjorn frunció el ceño.
—¿Y qué nos asegura que no eres uno de ellos? —preguntó en tono serio.
Baldur lo miró de nuevo, esta vez sin la sombra de una sonrisa. Sus ojos, oscuros y fríos, revelaron por primera vez una pizca de emoción: dolor.
—Porque si lo fuera, ninguno de vosotros estaría vivo ahora.
El silencio volvió a instalarse, pero esta vez fue menos incómodo. Aunque las dudas persistían, tanto Iskandar como Skjorn sabían que, al menos por ahora, Baldur era más útil vivo y bajo vigilancia que rechazado. Aún quedaban muchas preguntas sin responder, pero el amanecer se acercaba y pronto tendrían que tomar decisiones que no podían posponer.
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
Jal el Ñoras - Valenciano, el que tira del carro de la compra con la cabeza gacha y pensador.
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
Mientras tanto, en el mercado de Nievequiebra, Ildra y Thordin caminaban entre los pocos puestos que ya habían abierto, buscando los suministros que les serían útiles en la travesía. El frío del amanecer se sentía en los huesos, pero el bullicio del mercado era un recordatorio de que, a pesar del invierno y la amenaza inminente, la vida continuaba.
Ildra se detuvo frente a un puesto de hierbas y remedios naturales. La sanadora revisaba meticulosamente cada planta, cada vial de poción, asegurándose de tener todo lo necesario para las heridas que seguramente vendrían. Mientras tanto, Thordin se fijaba en una pequeña colección de armas y utensilios de combate en otro puesto cercano, aunque en su mente, las palabras de Baldur seguían presentes.
—Ese tipo me inquieta —dijo el enano finalmente, sin apartar la vista de las armas—. Demasiado frío, demasiado tranquilo. Y esos ojos… No sé si quiero que esté detrás de mí en una batalla.
Ildra asintió mientras recogía algunas hierbas y pagaba al comerciante.
—A mí tampoco me inspira confianza, pero si realmente sabe lo que dice, su información podría salvarnos la vida. —Sus ojos se encontraron con los de Thordin—. Sin embargo, no debemos bajar la guardia. Si miente, lo sabremos tarde o temprano. Solo debemos asegurarnos de que no sea demasiado tarde.
Thordin soltó una risa corta y amarga.
—Si es una trampa, Rompehielos estará listo. Eso te lo aseguro.
Thordin, habiendo terminado su compra, se acercó a Ildra y notó cómo la sanadora seguía examinando las hierbas y pociones con una mirada meticulosa, como si cada pequeño detalle pudiera marcar la diferencia entre la vida y la muerte en los días por venir.
—¿Es necesario afinar tanto con las plantas? —comentó el enano con una sonrisa mientras observaba cómo ella inspeccionaba un vial de poción antes de colocarlo cuidadosamente de vuelta en su estante—. No sé cómo tienes paciencia para todo eso. Dame un buen martillo y una cabeza que aplastar, y eso es todo lo que necesito.
Ildra soltó una pequeña risa, sin apartar la mirada del género.
—Si fuera tan sencillo como aplastar cabezas, Thordin, muchos más estarían vivos hoy. Pero en los Valles, no todos caerán ante un buen golpe de martillo. Estas hierbas y pociones nos mantendrán con vida, para que sigas aplastando esas cabezas un día más.
Thordin asintió, aunque en el fondo sabía que las palabras de Ildra tenían un peso mayor del que él quería admitir. Sabía que no podían depender únicamente de la fuerza bruta en lo que estaba por venir, pero aun así, la confianza en su martillo le daba una sensación de control en medio del caos.
—Lo sé —respondió finalmente—. Pero no me hace menos inquieto saber que dependemos de hierbas y magia para no terminar congelados o con el bastón en manos del loco ese. —El enano se cruzó de brazos, mirando a su alrededor, vigilando el mercado con su ojo atento—. Hablando de inquietud, ese Baldur... no puedo sacudirme la sensación de que hay algo que no nos está diciendo. Apareció de la nada con demasiada información, ¡y eso no me gusta!.
Ildra dejó de lado otro frasco que había cogido para examinarlo y volvió su atención a Thordin.
—A mí tampoco me gusta, pero no creo que sea prudente rechazarlo ahora mismo. Necesitamos toda la ventaja que podamos obtener en los Valles Congelados. Y a decir verdad, es más útil bajo vigilancia que dejándolo libre por ahí. Al menos, aquí podemos mantenerlo controlado —dijo con serenidad, aunque en sus ojos se veía una sombra de preocupación—. Pero si sospechas algo, no dudaré en apoyarte.
Thordin la miró, apretando ligeramente los labios.
—Desconfío de todos hasta que me demuestran lo contrario. Y Baldur… todavía no ha hecho mucho por ganarse nuestra confianza. —Hizo una pausa antes de soltar una risa sarcástica—. Solo asegúrate de que cuando lo necesitemos, tengas algo para cerrar nuestras heridas. No quiero tener que explicarle a Rompehielos por qué sus golpes no están siendo lo suficientemente mortales porque mi brazo está colgando.
Ildra sonrió, ya acostumbrada a las formas ásperas pero afectuosas del enano.
—Siempre puedes contar conmigo para eso, Thordin —respondió con una ligera inclinación de cabeza—. ¡Solo asegúrate de no lanzarte contra un ejército entero tú solo!.
Ambos se dirigieron a otro puesto cercano, donde un mercader ofrecía suministros básicos: cuerda, yesca, aceite y otros artículos útiles para una travesía tan peligrosa como la que tenían por delante. Mientras Thordin negociaba por unas pocas herramientas adicionales, Ildra notó una figura extraña observándolos desde uno de los puestos laterales del mercado. Era un hombre de mediana edad, vestido con ropas gastadas por el tiempo y el frío, con una mirada profunda y penetrante que no apartaba de ella.
Por un momento, la sanadora se preguntó si aquel hombre podría estar relacionado de alguna manera con Baldur o incluso con los Hijos del Invierno. No era extraño que en un lugar como Nievequiebra los rumores y las vigilancias se multiplicaran, especialmente cuando algo importante estaba en juego. El frío aire del mercado de repente pareció más pesado.
—¿Thordin? —susurró Ildra, sin apartar la vista de aquel extraño—. Creo que nos están observando.
El enano levantó la cabeza, entrecerrando los ojos hacia donde Ildra señalaba discretamente. El hombre, al darse cuenta de que había sido descubierto, apartó la mirada y se perdió entre la multitud del mercado.
—Malditos fisgones —murmuró Thordin, bajando la voz—. Seguro que algo se trae entre manos. ¿Crees que podría estar relacionado con Baldur?.
Ildra guardó silencio por un momento, sopesando las posibilidades.
—No lo sé, pero no debemos descartar nada. Estos valles están llenos de ojos y oídos. Si alguien sabe de nuestra misión, es probable que no estemos tan seguros como creemos.
Thordin gruñó, claramente incómodo con la situación.
—Bueno, si vuelve a aparecer, no dudes en decírmelo. Mi martillo y yo tenemos una manera muy convincente de hacer que la gente hable —dijo, golpeando suavemente el mango de Rompehielos contra el suelo helado.
—No quiero que empecemos una pelea en medio del mercado, Thordin —advirtió Ildra, aunque agradecía la disposición del enano para proteger al grupo—. Pero sí, estaré atenta.
Ambos se mantuvieron en silencio el resto del camino mientras recogían los últimos suministros. El aire, que antes se sentía casi acogedor en comparación con los Valles Congelados, ahora parecía estar cargado de tensión. Cada mirada fugaz de los mercaderes o compradores les hacía cuestionar si alguien más estaba siguiendo sus movimientos.
Cuando finalmente terminaron de comprar lo necesario, Thordin miró hacia la taberna, donde sabían que Iskandar y Skjorn estaban vigilando a Baldur.
—Será mejor que volvamos. No me gusta estar fuera del grupo mucho tiempo. Si ese tipo en la taberna tiene algo en mente, prefiero estar ahí para verlo.
Ildra asintió.
—Sí. Creo que ya tenemos todo lo que necesitábamos, regresemos antes de que el amanecer nos pille desprevenidos.
Ildra y Thordin regresaron a la Taberna del Pingüino Temerario, sus pasos eran rápidos pero llenos de una tensa cautela. La conversación en el mercado sobre el extraño hombre que los había estado observando, y la sensación de que algo más se estaba moviendo en las sombras no había abandonado la mente de ambos. Al llegar, Skjorn e Iskandar los esperaban, todavía sentados frente a Baldur, que seguía inmóvil junto al fuego, como si no sintiera la presión del ambiente a su alrededor.
Thordin, con su habitual franqueza, fue el primero en hablar.
—Hay algo que no me gusta en este sitio —gruñó, lanzando una mirada rápida hacia Baldur antes de continuar—. Mientras estábamos en el mercado, alguien nos estaba observando. Un tipo extraño, desapareció entre la multitud en cuanto lo notamos. Y no creo que sea casualidad.
Iskandar levantó una ceja, interesado.
—¿Crees que está relacionado con Baldur?
Ildra habló antes de que Thordin pudiera contestar.
—No podemos estar seguros. Pero su comportamiento no era normal. Parecía más interesado en nosotros que en cualquier otra cosa. Y, dado el contexto de todo lo que ha estado ocurriendo, no podemos ignorar la posibilidad de que esté espiándonos.
Skjorn, siempre suspicaz, se apoyó en la mesa, sus dedos jugueteando con la empuñadura de uno de sus cuchillos.
—¿Qué propones entonces, sanadora? —preguntó, sin apartar la vista de Baldur.
Ildra cruzó los brazos, pensativa.
—Creo que deberíamos investigar al hombre del mercado. Si está relacionado con los Hijos del Invierno, o incluso con Jargrim, necesitamos saberlo antes de marcharnos a los Valles Congelados. No quiero sorpresas cuando estemos en territorio enemigo.
Thordin bufó, claramente disgustado con la idea, y golpeó el suelo suavemente con el mango de Rompehielos.
—¡Bah! Ya os dije lo que pienso. Ese fisgón no es más que una molestia, y si vuelve a aparecer, mi martillo lo hará hablar más rápido de lo que cualquier plan lo hará. Pero... —el enano se detuvo, notando las miradas del grupo—. Haré lo que decidáis. Aunque me cueste admitirlo, sois más prudentes que yo, y no quiero que nos pillen desprevenidos. Pero os aseguro que Rompehielos tiene ganas de marcha. —Terminó su frase con un golpe más fuerte en el suelo, como si el martillo compartiera su frustración.
Iskandar, que había estado observando a Baldur todo este tiempo, finalmente asintió.
—Thordin tiene razón en que enfrentarnos a un espía podría ser lo más rápido. Pero no estamos en una posición para asumir más riesgos de los necesarios. Creo que Ildra tiene razón; debemos investigar al hombre del mercado antes de irnos. Skjorn, tú eres el más indicado para eso.
El cazador inclinó la cabeza ligeramente, sin apartar su mirada de Baldur.
—Dame unos minutos. Si ese tipo estaba espiándonos, dejará algún rastro. Haré lo que pueda por encontrarlo.
Antes de que pudiera levantarse, Baldur, que había estado en silencio hasta ese momento, habló con su tono característicamente frío.
—Tened cuidado. Si ese hombre está relacionado con Jargrim, no estará solo. Y si es un espía, probablemente sabrá que lo estáis buscando.
Los ojos de Skjorn se entrecerraron ante la advertencia, pero el cazador asintió brevemente antes de salir por la puerta de la taberna, con su arco a la espalda. Sabía que si alguien estaba siguiendo al grupo, lo encontraría.
Ildra se detuvo frente a un puesto de hierbas y remedios naturales. La sanadora revisaba meticulosamente cada planta, cada vial de poción, asegurándose de tener todo lo necesario para las heridas que seguramente vendrían. Mientras tanto, Thordin se fijaba en una pequeña colección de armas y utensilios de combate en otro puesto cercano, aunque en su mente, las palabras de Baldur seguían presentes.
—Ese tipo me inquieta —dijo el enano finalmente, sin apartar la vista de las armas—. Demasiado frío, demasiado tranquilo. Y esos ojos… No sé si quiero que esté detrás de mí en una batalla.
Ildra asintió mientras recogía algunas hierbas y pagaba al comerciante.
—A mí tampoco me inspira confianza, pero si realmente sabe lo que dice, su información podría salvarnos la vida. —Sus ojos se encontraron con los de Thordin—. Sin embargo, no debemos bajar la guardia. Si miente, lo sabremos tarde o temprano. Solo debemos asegurarnos de que no sea demasiado tarde.
Thordin soltó una risa corta y amarga.
—Si es una trampa, Rompehielos estará listo. Eso te lo aseguro.
Thordin, habiendo terminado su compra, se acercó a Ildra y notó cómo la sanadora seguía examinando las hierbas y pociones con una mirada meticulosa, como si cada pequeño detalle pudiera marcar la diferencia entre la vida y la muerte en los días por venir.
—¿Es necesario afinar tanto con las plantas? —comentó el enano con una sonrisa mientras observaba cómo ella inspeccionaba un vial de poción antes de colocarlo cuidadosamente de vuelta en su estante—. No sé cómo tienes paciencia para todo eso. Dame un buen martillo y una cabeza que aplastar, y eso es todo lo que necesito.
Ildra soltó una pequeña risa, sin apartar la mirada del género.
—Si fuera tan sencillo como aplastar cabezas, Thordin, muchos más estarían vivos hoy. Pero en los Valles, no todos caerán ante un buen golpe de martillo. Estas hierbas y pociones nos mantendrán con vida, para que sigas aplastando esas cabezas un día más.
Thordin asintió, aunque en el fondo sabía que las palabras de Ildra tenían un peso mayor del que él quería admitir. Sabía que no podían depender únicamente de la fuerza bruta en lo que estaba por venir, pero aun así, la confianza en su martillo le daba una sensación de control en medio del caos.
—Lo sé —respondió finalmente—. Pero no me hace menos inquieto saber que dependemos de hierbas y magia para no terminar congelados o con el bastón en manos del loco ese. —El enano se cruzó de brazos, mirando a su alrededor, vigilando el mercado con su ojo atento—. Hablando de inquietud, ese Baldur... no puedo sacudirme la sensación de que hay algo que no nos está diciendo. Apareció de la nada con demasiada información, ¡y eso no me gusta!.
Ildra dejó de lado otro frasco que había cogido para examinarlo y volvió su atención a Thordin.
—A mí tampoco me gusta, pero no creo que sea prudente rechazarlo ahora mismo. Necesitamos toda la ventaja que podamos obtener en los Valles Congelados. Y a decir verdad, es más útil bajo vigilancia que dejándolo libre por ahí. Al menos, aquí podemos mantenerlo controlado —dijo con serenidad, aunque en sus ojos se veía una sombra de preocupación—. Pero si sospechas algo, no dudaré en apoyarte.
Thordin la miró, apretando ligeramente los labios.
—Desconfío de todos hasta que me demuestran lo contrario. Y Baldur… todavía no ha hecho mucho por ganarse nuestra confianza. —Hizo una pausa antes de soltar una risa sarcástica—. Solo asegúrate de que cuando lo necesitemos, tengas algo para cerrar nuestras heridas. No quiero tener que explicarle a Rompehielos por qué sus golpes no están siendo lo suficientemente mortales porque mi brazo está colgando.
Ildra sonrió, ya acostumbrada a las formas ásperas pero afectuosas del enano.
—Siempre puedes contar conmigo para eso, Thordin —respondió con una ligera inclinación de cabeza—. ¡Solo asegúrate de no lanzarte contra un ejército entero tú solo!.
Ambos se dirigieron a otro puesto cercano, donde un mercader ofrecía suministros básicos: cuerda, yesca, aceite y otros artículos útiles para una travesía tan peligrosa como la que tenían por delante. Mientras Thordin negociaba por unas pocas herramientas adicionales, Ildra notó una figura extraña observándolos desde uno de los puestos laterales del mercado. Era un hombre de mediana edad, vestido con ropas gastadas por el tiempo y el frío, con una mirada profunda y penetrante que no apartaba de ella.
Por un momento, la sanadora se preguntó si aquel hombre podría estar relacionado de alguna manera con Baldur o incluso con los Hijos del Invierno. No era extraño que en un lugar como Nievequiebra los rumores y las vigilancias se multiplicaran, especialmente cuando algo importante estaba en juego. El frío aire del mercado de repente pareció más pesado.
—¿Thordin? —susurró Ildra, sin apartar la vista de aquel extraño—. Creo que nos están observando.
El enano levantó la cabeza, entrecerrando los ojos hacia donde Ildra señalaba discretamente. El hombre, al darse cuenta de que había sido descubierto, apartó la mirada y se perdió entre la multitud del mercado.
—Malditos fisgones —murmuró Thordin, bajando la voz—. Seguro que algo se trae entre manos. ¿Crees que podría estar relacionado con Baldur?.
Ildra guardó silencio por un momento, sopesando las posibilidades.
—No lo sé, pero no debemos descartar nada. Estos valles están llenos de ojos y oídos. Si alguien sabe de nuestra misión, es probable que no estemos tan seguros como creemos.
Thordin gruñó, claramente incómodo con la situación.
—Bueno, si vuelve a aparecer, no dudes en decírmelo. Mi martillo y yo tenemos una manera muy convincente de hacer que la gente hable —dijo, golpeando suavemente el mango de Rompehielos contra el suelo helado.
—No quiero que empecemos una pelea en medio del mercado, Thordin —advirtió Ildra, aunque agradecía la disposición del enano para proteger al grupo—. Pero sí, estaré atenta.
Ambos se mantuvieron en silencio el resto del camino mientras recogían los últimos suministros. El aire, que antes se sentía casi acogedor en comparación con los Valles Congelados, ahora parecía estar cargado de tensión. Cada mirada fugaz de los mercaderes o compradores les hacía cuestionar si alguien más estaba siguiendo sus movimientos.
Cuando finalmente terminaron de comprar lo necesario, Thordin miró hacia la taberna, donde sabían que Iskandar y Skjorn estaban vigilando a Baldur.
—Será mejor que volvamos. No me gusta estar fuera del grupo mucho tiempo. Si ese tipo en la taberna tiene algo en mente, prefiero estar ahí para verlo.
Ildra asintió.
—Sí. Creo que ya tenemos todo lo que necesitábamos, regresemos antes de que el amanecer nos pille desprevenidos.
Ildra y Thordin regresaron a la Taberna del Pingüino Temerario, sus pasos eran rápidos pero llenos de una tensa cautela. La conversación en el mercado sobre el extraño hombre que los había estado observando, y la sensación de que algo más se estaba moviendo en las sombras no había abandonado la mente de ambos. Al llegar, Skjorn e Iskandar los esperaban, todavía sentados frente a Baldur, que seguía inmóvil junto al fuego, como si no sintiera la presión del ambiente a su alrededor.
Thordin, con su habitual franqueza, fue el primero en hablar.
—Hay algo que no me gusta en este sitio —gruñó, lanzando una mirada rápida hacia Baldur antes de continuar—. Mientras estábamos en el mercado, alguien nos estaba observando. Un tipo extraño, desapareció entre la multitud en cuanto lo notamos. Y no creo que sea casualidad.
Iskandar levantó una ceja, interesado.
—¿Crees que está relacionado con Baldur?
Ildra habló antes de que Thordin pudiera contestar.
—No podemos estar seguros. Pero su comportamiento no era normal. Parecía más interesado en nosotros que en cualquier otra cosa. Y, dado el contexto de todo lo que ha estado ocurriendo, no podemos ignorar la posibilidad de que esté espiándonos.
Skjorn, siempre suspicaz, se apoyó en la mesa, sus dedos jugueteando con la empuñadura de uno de sus cuchillos.
—¿Qué propones entonces, sanadora? —preguntó, sin apartar la vista de Baldur.
Ildra cruzó los brazos, pensativa.
—Creo que deberíamos investigar al hombre del mercado. Si está relacionado con los Hijos del Invierno, o incluso con Jargrim, necesitamos saberlo antes de marcharnos a los Valles Congelados. No quiero sorpresas cuando estemos en territorio enemigo.
Thordin bufó, claramente disgustado con la idea, y golpeó el suelo suavemente con el mango de Rompehielos.
—¡Bah! Ya os dije lo que pienso. Ese fisgón no es más que una molestia, y si vuelve a aparecer, mi martillo lo hará hablar más rápido de lo que cualquier plan lo hará. Pero... —el enano se detuvo, notando las miradas del grupo—. Haré lo que decidáis. Aunque me cueste admitirlo, sois más prudentes que yo, y no quiero que nos pillen desprevenidos. Pero os aseguro que Rompehielos tiene ganas de marcha. —Terminó su frase con un golpe más fuerte en el suelo, como si el martillo compartiera su frustración.
Iskandar, que había estado observando a Baldur todo este tiempo, finalmente asintió.
—Thordin tiene razón en que enfrentarnos a un espía podría ser lo más rápido. Pero no estamos en una posición para asumir más riesgos de los necesarios. Creo que Ildra tiene razón; debemos investigar al hombre del mercado antes de irnos. Skjorn, tú eres el más indicado para eso.
El cazador inclinó la cabeza ligeramente, sin apartar su mirada de Baldur.
—Dame unos minutos. Si ese tipo estaba espiándonos, dejará algún rastro. Haré lo que pueda por encontrarlo.
Antes de que pudiera levantarse, Baldur, que había estado en silencio hasta ese momento, habló con su tono característicamente frío.
—Tened cuidado. Si ese hombre está relacionado con Jargrim, no estará solo. Y si es un espía, probablemente sabrá que lo estáis buscando.
Los ojos de Skjorn se entrecerraron ante la advertencia, pero el cazador asintió brevemente antes de salir por la puerta de la taberna, con su arco a la espalda. Sabía que si alguien estaba siguiendo al grupo, lo encontraría.
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
Jal el Ñoras - Valenciano, el que tira del carro de la compra con la cabeza gacha y pensador.
Jal el Ñoras - Valenciano, el que tira del carro de la compra con la cabeza gacha y pensador.
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Re: Las fantabulosas y hepatantes aventuras de Iskandar Nevaluna
El mercado de Nievequiebra aún estaba activo, aunque el aire gélido comenzaba a hacer que los comerciantes más precavidos recogieran sus puestos antes de que la nieve se espesara. Skjorn se movía entre la multitud con la agilidad de un cazador, sus ojos escaneando cada rostro, cada esquina, buscando al hombre que Ildra y Thordin habían descrito.
Finalmente, lo vio. El mismo hombre de mediana edad con ropas gastadas se encontraba en un rincón, hablando en voz baja con otro individuo, mucho más alto y cubierto por una gruesa capa de pieles. Ambos parecían ajenos a la presencia de Skjorn, pero el cazador sabía que cualquier movimiento en falso podría ponerles en alerta.
Skjorn se colocó en una posición ventajosa, detrás de un puesto de madera que le ofrecía cobertura suficiente para observar sin ser visto. Afinó sus sentidos y pudo captar partes de la conversación entre los dos hombres.
—…el grupo está listo para partir al amanecer. No parece que sospechen de nada —dijo el hombre que Ildra había visto en el mercado, su voz baja pero audible para los oídos agudos de Skjorn.
El hombre alto asintió, pero su rostro estaba cubierto, lo que hacía difícil discernir sus rasgos. Sin embargo, su tono fue claro cuando respondió.
—Jargrim estará complacido al saber que se dirigen hacia los Valles Congelados. Debemos mantenerlos vigilados y asegurarnos de que lleguen... al punto adecuado. Cuando estén lo suficientemente débiles, caerán.
Skjorn apretó los dientes. No había duda, estaban siendo seguidos y manipulados. El hombre del mercado y su contacto eran espías de Jargrim. Era evidente que querían que el grupo se adentrara en los Valles Congelados, pero bajo sus propios términos, tal vez llevándolos hacia una emboscada o un punto estratégico donde serían vulnerables.
Sabía que no podía perder más tiempo. Se retiró sigilosamente, asegurándose de no ser detectado, y regresó a la taberna para informar a los demás.
Cuando Skjorn volvió, el grupo lo recibió con miradas expectantes.
—Son espías de Jargrim —dijo sin rodeos, tomando asiento con los demás—. Están vigilándonos y tienen la intención de llevarnos a una trampa en los Valles Congelados. Si salimos de aquí, estarán esperándonos en algún punto donde seremos más vulnerables.
Ildra apretó los labios, su intuición había sido correcta. Thordin, por su parte, golpeó la mesa con el puño cerrado.
—¡Lo sabía! Malditos traicioneros. Si me los cruzo de nuevo, Rompehielos les enseñará lo que pasa cuando juegan con fuego. —Aunque su frustración era evidente, el enano sabía que tenían que proceder con cautela.
Iskandar se reclinó en su silla, pensativo.
—Entonces, estamos en una posición delicada. No podemos retrasar la marcha, pero ahora sabemos que estaremos vigilados. La pregunta es, ¿cómo vamos a sortear esta trampa?
Baldur, que había escuchado todo desde su rincón junto al fuego, levantó la mirada.
—Conociendo a los espías de Jargrim, intentarán llevaros hacia un punto estratégico en los valles donde su magia será más fuerte. Debéis evitar seguir el camino obvio. Hay rutas alternativas, más peligrosas, pero que podrían permitirnos esquivar su vigilancia.
Skjorn lo miró con recelo.
—¿Y cómo sabemos que no nos estás llevando a otra trampa?
Baldur se limitó a encogerse de hombros.
—No lo sabéis. Pero si queréis seguir adelante, es vuestra mejor opción.
El grupo se quedó en silencio, sopesando sus opciones. El peligro estaba más cerca de lo que pensaban, y ahora debían decidir cómo enfrentarse a él.
Finalmente, lo vio. El mismo hombre de mediana edad con ropas gastadas se encontraba en un rincón, hablando en voz baja con otro individuo, mucho más alto y cubierto por una gruesa capa de pieles. Ambos parecían ajenos a la presencia de Skjorn, pero el cazador sabía que cualquier movimiento en falso podría ponerles en alerta.
Skjorn se colocó en una posición ventajosa, detrás de un puesto de madera que le ofrecía cobertura suficiente para observar sin ser visto. Afinó sus sentidos y pudo captar partes de la conversación entre los dos hombres.
—…el grupo está listo para partir al amanecer. No parece que sospechen de nada —dijo el hombre que Ildra había visto en el mercado, su voz baja pero audible para los oídos agudos de Skjorn.
El hombre alto asintió, pero su rostro estaba cubierto, lo que hacía difícil discernir sus rasgos. Sin embargo, su tono fue claro cuando respondió.
—Jargrim estará complacido al saber que se dirigen hacia los Valles Congelados. Debemos mantenerlos vigilados y asegurarnos de que lleguen... al punto adecuado. Cuando estén lo suficientemente débiles, caerán.
Skjorn apretó los dientes. No había duda, estaban siendo seguidos y manipulados. El hombre del mercado y su contacto eran espías de Jargrim. Era evidente que querían que el grupo se adentrara en los Valles Congelados, pero bajo sus propios términos, tal vez llevándolos hacia una emboscada o un punto estratégico donde serían vulnerables.
Sabía que no podía perder más tiempo. Se retiró sigilosamente, asegurándose de no ser detectado, y regresó a la taberna para informar a los demás.
Cuando Skjorn volvió, el grupo lo recibió con miradas expectantes.
—Son espías de Jargrim —dijo sin rodeos, tomando asiento con los demás—. Están vigilándonos y tienen la intención de llevarnos a una trampa en los Valles Congelados. Si salimos de aquí, estarán esperándonos en algún punto donde seremos más vulnerables.
Ildra apretó los labios, su intuición había sido correcta. Thordin, por su parte, golpeó la mesa con el puño cerrado.
—¡Lo sabía! Malditos traicioneros. Si me los cruzo de nuevo, Rompehielos les enseñará lo que pasa cuando juegan con fuego. —Aunque su frustración era evidente, el enano sabía que tenían que proceder con cautela.
Iskandar se reclinó en su silla, pensativo.
—Entonces, estamos en una posición delicada. No podemos retrasar la marcha, pero ahora sabemos que estaremos vigilados. La pregunta es, ¿cómo vamos a sortear esta trampa?
Baldur, que había escuchado todo desde su rincón junto al fuego, levantó la mirada.
—Conociendo a los espías de Jargrim, intentarán llevaros hacia un punto estratégico en los valles donde su magia será más fuerte. Debéis evitar seguir el camino obvio. Hay rutas alternativas, más peligrosas, pero que podrían permitirnos esquivar su vigilancia.
Skjorn lo miró con recelo.
—¿Y cómo sabemos que no nos estás llevando a otra trampa?
Baldur se limitó a encogerse de hombros.
—No lo sabéis. Pero si queréis seguir adelante, es vuestra mejor opción.
El grupo se quedó en silencio, sopesando sus opciones. El peligro estaba más cerca de lo que pensaban, y ahora debían decidir cómo enfrentarse a él.
"Yo no quería hacer la comunión porque yo me compraba la revista muy interesante desde los 7 años".
Jal el Ñoras - Valenciano, el que tira del carro de la compra con la cabeza gacha y pensador.
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